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POR FIN UNA

La película "El Embajador de la India", saca la cara por el cine colombiano

11 de mayo de 1987

La mayor sorpresa del Cuarto Festival de Cine de Bogotá que terminó la semana pasada, fue que en la noche de los premios no se hubiera mencionado para nada la película que, para la mayoría de quienes la vieron, fue la mejor de las colombianas que se presentaron: "El Embajador de la India".
Independientemente de una crítica intelectual que la fustigó, como suele fustigar esa crítica intelectual a todo aquello que no sea "tremendamente inteligente", el trabajo del director Mario Ribero es, sin duda alguna, el que mejor combina el interés del público con la calidad cinematográfica.
"El Embajador de la India" es un cuento risueño, una aventura de timadores, un arribismo de ingenuos, una historia extraída de la vida real. Fue en 1964 cuando un mentiroso de categoría se le metió por la puerta grande a la sociedad y a las autoridades del Huila, con una carta de presentación ficticia: ser el embajador de la India.
La candidez de Neiva -unida a la ingenuidad de aquellos años- fue propicia para que el timador hiciera su negocio. Se corrió la voz de la llegada de una personalidad tan importante y tan lejana, se rindieron honores, se programaron bailes y banquetes, hasta que al impostor se le fue la mano en audacia y fue desenmascarado. Su aventura se conoció como la del embajador de la India y a partir de ahí todo Neiva (y parte de Pitalito e intermedias) comenzaron el proceso de alimentar la leyenda a punta de versiones dislocadas o sensatas, pero todas risibles.
DE NEIVA A MOSCU
Por esos años, Mario Ribero era un bumangués más, dedicado a la tarea solitaria y sin horizonte de hacer teatro. Se enteró entonces de la historia del embajador de la India por los periódicos, pero de esa estupefacción (especie de admiración por el timador y de risa por el cuento), no pasó. Fue muchos años después, cuando estudiaba cine en Moscú, que entendió que esa historia lejana, perdida en los vericuetos de su infancia, era exactamente igual a una que leyó de Gogol, el célebre escritor soviético.
"Quizás la historia me la inspiró más el libro 'El Inspector', de Gogol, que la anécdota ocurrida en Neiva. Pero esa coincidencia me dijo, además, que ese no era un cuento tropical del subdesarrollo, sino que también cabía en la realidad de países como la Unión Soviética", cuenta Ribero.
Con la ayuda de la memoria y de Eduardo Hakim, un opita inquieto que no dejó escapar la historia vivida en su ciudad y la volvió relato en un libro, el director santandereano fue construyendo su guión. En la primera persona que pensó para interpretar al embajador fue en Frank Ramírez, pero las ocupaciones de éste le impidieron aceptar. Con el guión ya aprobado por Focine para hacer de él un mediometraje de 50 minutos, Ribero se dio a la búsqueda de su personaje y, de repente, apareció Hugo Gómez el mismo que háce de inspector Largacha en la serie "El Chinche" "Desde que lo vi dije este es", recuerda Ribero. Gómez está en la película de principio a fin y su actuación ni de cae ni satura.
Entones se filmó el mediometraje en 16 milímetros. Un éxito. Tanto que el entusiasmo llevó a la propuesta de convertirlo en un largometraje, haciendo un blow up a 35 mm. Y ahí está la película hecha con las uñas por la productora Interimagen, con un presupuesto total de 27 millones de pesos, que comenzará a pasarse en circuitos de cine comercial el próximo miércoles 15 de abril.
Ese alargue es, tal vez, lo que en cierta forma deteriora la película. Los primeros 50 minutos son redondos. Por su narrativa equilibrada, en la que el interés no cede y el humor tampoco, esa primera parte es ejemplar. La necesidad de la prolongación logra hacerle perder un poco el ritmo, pero de todas maneras al final hay una recuperación que concluye dejando un buen sabor en el espectador.
FUERA EL FACILISMO
De actuaciones memorables por lo naturales, de vestuario preciso, de lenguaje que pellizca, "El Embajador de la India" ha recibido títulos anticipados de ser la película colombiana con el mejor humor. Pero no es un humor que da el brazo a torcer a la tentación del facilismo verbal.
Emplea la palabra para el chiste, pero para el humor lo que más emplea es la imagen. Sin huir del chiste verbal, es la cámara la encargada de producir la sonrisa. La escena inolvidable del lunar hindú entre ceja y ceja de la prometida opita, es una carcajada sin decir una sola palabra.
Y otra -igual de muda, aunque con una lluvia de aplausos- es aquella en donde el Embajador de la India hace una demostración de serenidad parándose en la cabeza y, de estado atlético, lanzándose a la piscina. Joyas entre muchas otras que tiene esta película salida de toda pretensión intelectual, que parte de la base de que el cine es simple, a diferencia de lo que creen buena parte de los directores colombianos: que hay que hacerlo tremendamente complicado para que parezca tremendamente inteligente. Ese humor visual, gestual, guardadas las proporciones, recuerda al mejor Peter Sellers, ese disfrazado de árabe que mete la pata en un detonador para que vuele todo un fuerte y comience ese despropósito de "La fiesta inolvidable".
Para Mario Ribero "el humor de la película viene de la propia historia. Se desprende de la solemnidad con que los personajes enfrentan una situación absurda".
A pesar de todas las limitaciones técnicas, el producto final de "El Embajador de la India" se acerca a una pequeña obra de arte. Por eso las razones para que la película no fuera mencionada en la entrega de los premios del Festival de Bogotá, son incomprensibles. "Habría que preguntárselo a los organizadores del Festival quienes han dicho, privadamente, que la película es muy buena. La película no fue bien tratada. 'El Embajador de la India ' es una sátira y seguramente por ello muchas personas se pueden haber sentido agredidas. Otra cosa es que el país está plagado de embajadores de la India y en el cine se ven muchos", dice Mario Ribero.
Para muchos ésta, que es la primera película del santandereano es la carta de Focine en la actualidad para medirle la fuerza a lo que pueda ser el cine colombiano. Y la verdad es que no puede haber mejor carta que ésta, debido a su lenguaje, a su interés, y su colombianismo. Sería exagerado decir que "El Embajador de la India" es una gran película. Lo que es es una gran peliculita. Pero lo que no es aventurado decir es que detrás de ella se ve lo que puede ser una mezcla equilibrada entre el cine-arte y el cine-espectáculo y, por sobre todo, se puede mirar la mano de un gran director en potencia.