Cultura
Prácticas artísticas. Inserciones en lo social
"No hay posibilidad de error. No hay acierto posible"
Ray Lóriga
"¿No espera esa multitud sorda una desgracia, lo bastante grande
para que de su tensión festiva salte la chispa, incendio o fin del mundo,
algo que transformase ese murmullo aterciopelado de mil voces
en un único grito, como cuando un golpe de viento
descubre el forro escarlata de la capa? "
Walter Benjamin
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Concretar algún gesto teórico eficaz que permita cierta transmisión de sentido a partir de una exterioridad, como lo es el conjunto de esta Bienal, resulta de entrada paradójico si este gesto pretende de manera ingenua 'traducir' a convenciones del lenguaje escrito este complejo expositivo, pero si la intención es mediar, posibilitar intercambios, señalar supuestos, superar en alguna medida espectros de lo obvio, es decir hacer visible el fondo alrededor del cuerpo de esta exposición, resulta por el contrario complementario, necesario, incluso, obligatorio.
Para determinar dicho fondo, comenzaremos por referir el sistema social, que en la actualidad se percibe dislocado, en potencia soluble frente a dispositivos globalizantes - o a sus secuelas - cuya actividad local(izada) se le achaca casi que a una acción divina o sobrenatural, tanto por su origen como por sus efectos sobre la configuración de una noción habitable de realidad; su fundamento no tendría lugar aquí, en este sistema o estado-nación, sino en cualquier otra estructura, de tal suerte que la circulación de hombres, saberes y cosas resulte restringida: los recursos en poder del grueso de la población en realidad son escasos y desarticulados y sus valores se nos presentan, en apariencia, improcedentes.
La fractura que señala esta disfunción del sistema atañe directamente al sujeto, que a su vez, se reconoce impotente e inoperante en la esfera pública: hoy su reacción es "políticamente desdeñable" , como señala Bataille, y su lugar en la construcción (del lazo) social ha sido desplazado, si no anulado: habitamos el sueño del escape, del éxodo continuo, en donde un retorno es imposible, estamos por siempre diseminados. Este sueño impide una cohesión social que proteja a los sujetos de lo que los amenaza y por extensión, esta diseminación sin sentido, sin necesidad, impide cualquier proceso de resistencia. Aparecemos así, como un modo de la diáspora , como lo describe Stuart Hall para referirse a situaciones culturales específicas en Latinoamérica, esta diáspora se exporta al centro de las metrópolis occidentales, en nuestro caso, la diáspora es 'exportada' a los principales centros urbanos del país, específicamente a sus cinturones de miseria.
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El principio del Estado actual y la ciudad como espacio prometido a la acción colectiva - aliento de la democrática participación ciudadana - se ven devastados por lo que en realidad subyace de manera contradictoria a este orden. Los ejemplos, que son interminables, pueden encontrarse incluso en lo que irradiaría identidad y permitiría una actividad social resistente frente a lo que atente contra esta colectividad: nos podríamos referir a las políticas históricas de distribución y ejercicio de poder, al ejercicio de la justicia, a la propiedad y beneficio de la tierra, a la actualidad y pertinencia de los símbolos de identidad nacional, para no hablar ? por ahora - de la producción simbólica ni de su legitimación.
"Dentro de esta sociedad, todo asunto privado, debido a su misma naturaleza, opone el individuo a la comunidad", escribe Herbert Marcuse , y con esto intentamos señalar un sueño más: la ilusión de una sociedad, que se sostiene en los principios de una inaplicable igualdad jurídica, de unos valores éticos, históricos y estéticos comunes que permitirían hipotéticamente una producción y un consumo únicos, pero que las condiciones reales de las distintas capas socioeconómicas de cada región del país, impiden en forma sistemática. Como contraparte tenemos sí, variados grupos de accionar comunitario, conformados a partir de heredadas diferencias históricas, éticas, estéticas; grupos o comunidades que a través de interminables negociaciones con el establecimiento, han intentado definirse, validarse, o por fin, aparecer.
En este campo interminable de contingencias reales - en camino de la aprehensión de un sentido de pertenencia e identidad - se descentra lo humano, pues relega su interés hacia el afuera, el sujeto suspende la potestad sobre sí, suspensión que a su vez interrumpe la posibilidad del miedo y del temor hacia lo ajeno, hacia lo desconocido y por tanto reduce la probabilidad de apropiación y de conciencia. En términos sociales, tal deslocalización impide, por ejemplo, la realización de los principios más elementales de ciudadanía y de nacionalidad, como lo son la construcción colectiva de valores propios, derechos y deberes civiles, soberanía, historia y acción política en pro del mantenimiento de posiciones heterogéneas intranacionales claras que sostengan coherentemente el obligado intercambio internacional.
En otras palabras, concepciones, procesos, dispositivos, prácticas, estrategias, en fin, modelos - todos impuestos, todos contradictorios - desprovistos además de la mínima sensibilidad sobre el contexto en todos los ámbitos de la llamada vida nacional, han cultivado una suerte de "ceguera jovial", en donde sólo se hacen visibles para la 'opinión pública' interminables y permanentes ilusiones: buen gusto, elegancia, belleza corporal, objetos de prestigio (dentro de los que caben una serie de productos institucionalizados de arte), patriotismo, sensiblería social, amagos de participación y tolerancia democrática, roles sociales, equidad, justicia social, seguridad ciudadana, redistribución de riqueza, héroes, mártires, sueños de una modernización que nunca llega, ?
La imposibilidad del sujeto para experimentar ese "sentimiento de pertenencia a una comunidad cerrada que lo proteja de aquello que amenaza su propia integridad ", se dramatiza aún más por la escisión profunda entre producción cultural y lo que llamamos realidad, expandiendo de forma tal el paisaje, que la confusión-comunión entre ese sujeto y el mundo se torna superficial y vaga, pero sobre todo, permanente, en la medida en que no hay camino para el disentimiento ni para la disidencia.
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Así, la apuesta de esta Bienal, es ser canal de una serie de prácticas y de procesos cuya "carencia" de una medida común, capaz de acomodarlas sin dificultad en el sistema social de las cosas, ha de generar algún señalamiento, o en efecto, mostrar que han elaborado una reflexión, una apropiación, una relación o una reconfiguración efectivas con espacios sociales y humanos, indicando la exploración de otra relación entre un producto cultural y su contexto o recipiente social. Sin que esto indique que esta relación sea nueva o fundacional ? tampoco lo es el espacio institucional que lo valida - sí señala que se puede comprender como una respuesta histórica a una disfunción del sistema social actual, entendiendo el sistema como una construcción finita opuesta a la noción de estructura, que en cambio, no tiene límite.
De cierta forma la 8 Bienal de Bogotá, asume en una pequeña parte, el gran costo cultural que ha significado el ejercicio irresponsable no sólo de la práctica artística, cuyos actores en un número importante insisten en proclamar la independencia del arte del mundo de la vida, también de la crítica ? casi inexistente -, de lo que nos han hecho entender por curaduría, del trabajo de comentaristas culturales que dan por hecho, sin ofrecer argumentos, que hay algunas clases de producción cultural más importantes o 'prestigiosas' que otras y que por eso tienen o no un lugar en dichos medios, o que sólo lo que obedece a alguna forma representacional específica o a un medio de expresión en particular al que se es afecto puede aparecer, o que simplemente se le den importantes espacios en medios de comunicación masiva y en instituciones encargadas de promover arte contemporáneo a sujetos que en realidad ni les interesa, ni lo comprenden.
'El arte no necesita de esto' dirán algunos, es un 'discurso populista', dirán otros, y otros más se conformarán con pensar que las cosas simplemente 'son así', nosotros creemos que, si el arte es el producto más sofisticado que posee una comunidad para hacerse visible a sí misma, capaz de transformar al individuo social, ligar el entramado simbólico e imaginario local - respondiendo a necesidades sentidas de comprensión y de verdad -, entonces, no podemos permitir que sea negada su exigencia y relevancia por el solo hecho de no ser capaces de analizar su complejidad como fenómeno humano. Camus provee, otra vez, una ilustración bastante adecuada: "El mundo exterior que siempre puede salvarnos de todo, no querían verlo, cerraban sus ojos ante él, obcecados en acariciar sus quimeras y en perseguir con todas sus fuerzas las imágenes de una tierra donde una luz determinada, dos o tres colinas, el árbol favorito y el rostro de algunas mujeres componían para ellos un clima irremplazable".
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Cuando en la producción cultural, en el caso específico de la práctica artística, hablamos de una disciplina sin un método único que opera a partir de especificidades contextuales en la búsqueda de una construcción de realidad por parte de un individuo cualquiera, que responde simultánea, permanente y diferenciadamente a una serie de corrientes que atraviesan su cotidianidad y que dan forma a su posibilidad de identificación, pues connotan su grupo humano específico, productos de consumo corriente, ideologías, valores culturales, el acceso a ciencia y tecnología, entre otras, estamos señalando que está práctica connota necesariamente una ética.
Además de esa carencia de método único, esta producción está ubicada sobre todo, en el territorio del sentido, es decir en un territorio invisible, aparentemente indefinido, delimitado por convenciones y por negociaciones entre lo proporcionado y permitido por el mainstream del sistema social y las necesidades sentidas de los sujetos adscritos a este sistema para su validación y visibilidad propias. Dicho espacio permitido en este territorio, se percibe hoy como diferenciador, cohesionador y no como homogeneizador, es un espacio en donde están contenidas en apariencia, las diversas maneras de estar del otro, que aunque existiendo la imposibilidad real de dar cabida a todas las voces, queda el consuelo de que por fin, no aparecerá solo 'la voz' del artista: podemos convenir entonces, que la práctica artística se inserta en lo social, con esto podríamos aceptar por las evidencias, que el campo de operatividad o en donde se inserta la actividad artística, es la totalidad del campo social, no en su idea, no en alguno de sus flujos exclusivamente, no en la ilusión de sociedad, sino en el tejido y construcción de una comunidad.
Intuimos además, otras formas de vida, otros sentidos de orden, otras maneras, otras cosas, otras gentes, legítimos sin lugar a duda, intuimos pues, la existencia de diferentes estados o maneras de estar de(lo) otro. Otro que cabe en una noción ampliada de inmigrante / emigrante, que habita una región de todo lo que no tiene nombre : zona posible de lo específico, zona de la que apenas nos llegan traducciones, el lugar de la diáspora. Quizá esta zona sea un lugar sin historia pues pareciera que "nada pasa allí" - aunque sea en realidad el lugar que permite conexiones simbólicas efectivas, incluida también la de la imposibilidad -. El mapa del territorio de esta zona sin historia, al igual que el lugar del sentido, se configura, como ya habíamos anotado, por la negociación entre lo intranacional y lo internacional, entre lo dado y lo necesitado. Esta intuición da paso a otra, quizá no tan feliz: existen una serie de zonas oscuras o espacios de la vida humana sobre los que no se ha arrojado luz.
Los habitantes de esas zonas oscuras son otros como nosotros, o mejor, somos nosotros y nuestros sueños de escape y retorno a un improbable origen o por lo menos un escape hacia la "luz" de la Historia. Estos sueños de escape, que ya habíamos explicado, han impedido una apropiación y una resistencia cultural efectivas, que en la producción cultural, amplíando la brecha entre lo artístico y la producción de arte, espectacularizando aún más la proliferación de circuitos y de instancias, interdependientes entre sí, que se activan como impulsadores o como limitantes a la práctica artística como tal. Ese intercambio, ese movimiento o traza entre el arte y lo artístico aquí y ahora, es de lo que podemos ? y debemos ? hablar, y en ese sentido, esta 8 Bienal de Bogotá, es una postura, creemos que la práctica artística, "debe ayudar a revelar el lado oscuro de la luz, allí donde se acumulan la pobreza y la miseria del mundo."
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Para ampliar más la discusión sobre los procesos de mezcla, establecimiento e institución, culturales, aparece un señalamiento de Gustavo Zalamea en su ensayo Arte en Emergencia , que dice: "asistimos al espectáculo de una crisis de comunicación, de confianza y de energía", crisis que concierne no sólo al medio artístico, sino en general, a la vida nacional. Si esto es así, entonces:
¿Cuál es entonces la labor ética del medio artístico?
¿Cómo, en dónde, para qué y para quién es la práctica artística hoy en Colombia?
¿Es hoy, en realidad, la práctica artística el ejercicio y posibilidad del señalamiento, del disentimiento, de la disidencia, de la resistencia, del reordenamiento?
¿Existe alguna coherencia entre la producción artística establecida y la realidad del país?
¿A que intereses responden los propietarios de lo artístico ?
En nuestras ciudades sitiadas por el consumo, por el miedo, por la abundancia de basura mediática, política, moral y económica, ¿cuál es el lugar del sentido? ¿Cuál es el lugar del otro?
¿Puede el artista colombiano ser neutral? ¿Puede evadir lo real?
Sin duda, como nos advierte Derek Walkott, la pesadilla de la democracia está en nuestro camino.
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Es obvio que la Bienal no puede dar cuenta o responder definitivamente las preguntas anteriores y no pretende ser moralizante en ningún sentido, pero sin esfuerzo se puede percibir que los trabajos y reflexiones que la conforman, se sostienen y alimentan en el campo de la crítica, pues lo social al estar construido por la reacción a lo dado - al establecimiento económico, social, político y religioso - está en capacidad de concentrar y particularizar (dos acciones constituyentes de la crítica), asegurando así, procesos de autodefinición y afirmación culturales, productos a su vez de una sensibilidad y una conciencia de las resonancias internas de la mezcla cultural local, de la fusión y de la especificidad de valores, saberes, y seres humanos, que hacen patente una única y continua sensación: esa sensación de dislocación.
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"Eres aquel a quien te asemejas ?pero cada vez me parezco a otro.
¿Podemos ponernos de acuerdo sobre una semejanza? Y previamente, ¿qué es la semejanza?
La apariencia nos disimula. La semejanza es espejeo de apariencias. ¿Llegaremos, por vía de la semejanza, a calar en la identidad?"