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Patricia Engel nació en New Jersey y es hija de inmigrantes colombianos.

LIBROS

Viaje a la semilla

El libro de cuentos ganador del Premio Biblioteca de Narrativa colombiana 2016.

Luis Fernando Afanador
18 de febrero de 2017

Vida

Patricia Engel

Alfaguara, 2016

173 páginas

Las historias de Sabina

Dar con la voz es dar con el personaje, decía Borges. Y Sabina, la protagonista y narradora de estas historias, tiene una voz original, entrañable, difícil de olvidar. Sabina nació en New Jersey, pero es hija de inmigrantes colombianos. Una condición ambivalente, como la de muchos inmigrantes: padece la discriminación en el país de nacimiento –“Todos los chicos me decían ‘brownie’”–, pero tampoco se acomoda al país de sus padres cuando va de visita. “Este es tu país. Para bien o para mal, llevas su sal en la sangre”, le dice un tío, escritor grandilocuente, y Sabina le cree. A medias: “Y me sentí tonta porque, por un momento, le creí a él”.

Su ambivalencia le permite la distancia y, por lo tanto, el humor y el amor con reservas. A lo largo de las nueve historias que conforman el libro, encontraremos varias alusiones a Colombia y los colombianos: “Miami. La Jerusalén de los colombianos”; “Y luego estaban las historias de horror colombiano que mis padres y sus amigos expatriados compartían cada vez que se reunían a comer sancocho y oír vallenatos para apaciguar su culpa por dejar la madre patria”. Cuando un novio de Sabina la engaña con una señora panameña, mayor que ella, entre la rabia y la humillación, lo único que atina a decirle es: “Panamá era de Colombia, estúpido”. Sí, Sabina, a pesar de sí misma, lleva la sal del país en la sangre. En el relato Vida, que le da título al libro, ella desarrolla una empatía especial e inmediata hacia Davida -a quien llaman Vida-, una muchacha colombiana que fue embaucada con una falsa promesa y terminó en Miami vendida como prostituta.

El español de Sabina es setentero –época en que sus padres se fueron de Colombia–, aprendido en su casa y mezclado con diálogos de Telemundo. Igual al de su autora –Sabina es su alter ego– que escribe en inglés, su lengua literaria. En la escritura no hay conflictos ni la presencia fuerte del español como sí la hay, por ejemplo, en Junot Díaz. Aquí no hay asomo de spanglish, sino una literatura que por su economía y su sintaxis, por su expresión directa, parece norteamericana. Eso sí, gracias a Santiago Ochoa, muy bien traducida a un español colombiano.

Más que la identidad cultural, a Sabina le interesa su identidad personal que construye a través de los distintos relatos en donde aparece niña, adolescente y joven. El libro es su educación sentimental, contada en episodios y sin orden cronológico. En sus búsquedas amorosas y existenciales, ella deja atrás el mundo de sus padres con sus dilemas de quedarse en el nuevo país o regresar a la madre patria: “Tus padres son inmigrantes que no entienden realmente el concepto de depresión”.

Sabina parece atraída por el factor freak. Frecuenta lugares sórdidos, se enamora del diferente del curso signado por la tragedia, del músico inestable y poco talentoso, del hombre casado, del inmigrante ilegal, del vendedor de marihuana –“y lo más extraño es que me encontré defendiéndolo, diciendo que Diego vendía marihuana con integridad”-, del marginal, en fin, de la persona equivocada. Pero se enamora a fondo, y nos hace sentir que valió la pena, aunque sus aventuras siempre terminen mal: “Me rompiste el corazón, tal como dijiste que lo harías. Como el maldito viento. Me lo quebraste y me lo dejaste abierto de par en par”.

Sabina viaja de New Jersey a Miami, necesita tiempo para pensar, y encontrarse a sí misma. Mentira: lo que en realidad hace es broncearse y andar de parranda. Y nos gusta su sinceridad, su autocrítica: “Ya sabes cómo es cuando tienes veintitrés años y estás buscándole un sentido a tu vida. Yo estaba tan vacía en ese entonces que Diego parecía prescrito por los dioses”. A veces interpela al lector y le habla como si estuviera registrándolo en un diario.

Todas las situaciones en las que se ve envuelta son duras, pero siempre están matizadas por una lucidez compasiva y serena. Finalmente, nos seduce su manera de mirar el mundo. Iba a decir que Paloma, el relato sobre su tía, triste, solitaria y final, es el mejor, pero no, es difícil escoger. Y eso solo ocurre cuando hemos leído un buen libro de historias.