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Olga Tokarczuk, premio nobel de literatura 2018 y ?Peter Handke, premio nobel de literatura 2019.

LITERATURA

Premios Nobel de Literatura 2019: del activismo a lo políticamente correcto

Dos premios nobel cómodos y tradicionales: una mujer y un hombre, ambos europeos y muy visibles en el viejo continente. Después del escándalo de 2018, la Academia no reinventó el Premio Nobel de Literatura. Aun así, tomó una decisión marcadamente política, aunque en sentidos muy distintos.

12 de octubre de 2019

Olga Tokarczuk

En sintonía con los ejes centrales de su novela Bieguni (en español, Los errantes), cuya traducción al inglés ganó el prestigioso premio Man Booker International en 2018, las inquietudes literarias de la polaca Olga Tokarczuk se sostienen sobre dos ejes: el movimiento y la curiosidad. Como ese libro, que ella misma describe como “una constelación” por su estructura fragmentaria, su obra es un catálogo heterogéneo de fragmentos, fantasía, activismo ecológico y memorias. Como dijo el secretario de la Academia Sueca, Mats Malm, al anunciar su Nobel de Literatura este jueves, el reconocimiento se debe a “su imaginación narrativa, que, con una pasión enciclopédica, simboliza el traspaso de las fronteras como forma de vida”.

Foto: Olga Tokarczuk, premio nobel de literatura 2018

Aunque el nombre de Tokarczuk (Suléchow, 1962) no resuene tanto entre los lectores de América Latina, en Polonia es un huracán: reconocida best seller, intelectual pública y activista de izquierda, en sus más de 25 años de carrera literaria se ha encumbrado como una de las autoras más relevantes de las letras contemporáneas de su país. Es licenciada en Psicología de la Universidad de Varsovia (formación que puede rastrearse luego en sus libros, en los que los críticos han visto vestigios del pensamiento de Carl Jung), ha publicado 17 títulos, entre novelas, colecciones de cuentos, ensayos y guiones cinematográficos, y es la coorganizadora de un festival literario en Polonia.

En esa movilidad voluntaria entre géneros, profesiones y líneas temáticas, antes de dedicarse de lleno a las letras, y fascinada por la psicoterapia, Tokarczuk fue voluntaria en la atención de enfermos mentales. Luego, ya graduada, trabajó durante años en la clínica de salud mental de Walbrzych. Su debut llegó en 1979 en la revista Przelaj, donde escribía bajo el seudónimo de Natasza Borodin y publicó sus primeros relatos. Su novela debut, El viaje de los hombres del Libro, llegaría en 1993, y solo hasta 1996, cuando su libro Un lugar llamado antaño comenzó a despuntar, dejó el trabajo y se instaló en su actual residencia en Krajanów, cerca de Nowa Ruda. Desde entonces divide su tiempo entre su residencia, su casa campestre y los constantes viajes de los que beben sus libros, en una obra polimorfa que se nutre lo mismo del género fantástico que de la novela negra y los libros de viajes.

Ecologista, vegetariana y pensadora radical, la escritora de 57 años ha empatado su labor de escritura con sus críticas políticas, como la que ha sostenido contra el actual Gobierno nacionalista conservador de Derecho y Justicia (PiS) de Polonia. Por ejemplo, por medio de la ficción, un libro como Sobre los huesos de los muertos, su novela de corte policíaco, cuestiona en doble vía tanto la falta de respeto del hombre hacia la naturaleza como el peligro del radicalismo ambientalista. Su pannacionalismo, sus posturas liberales hacia los refugiados y afirmaciones como que Polonia había cometido “actos horrendos” de colonización en el pasado, llevaron a que políticos de la asociación Patriótica de su pueblo la tildaran de targowiczanin (un antiguo término que traduce “traidora”). Después de que ganó el Premio Booker, un senador del partido llegó a afirmar que sus libros y afirmaciones iban “en absoluta contravía de las políticas históricas polacas”.

La polaca Olga Tokarczuk se sostienen sobre dos ejes: el movimiento y la curiosidad.

Tokarczuk ha sido reconocida con el Premio de la Fundación Koscielski en 2007 y 2015; en 2008, con el Premio Literario Nike, y, en 2018, con el Man Booker International. Para completar los honores de una autora mayúscula en movimiento constante, Olga Tokarczuk se ha convertido en la séptima escritora en lengua polaca y en la decimoquinta mujer en ganar el Premio Nobel de Literatura, después de una historia en la que escasean los rostros femeninos.

Peter Handke

Foto: Peter Handke, premio nobel de literatura 2019

Peter Handke nació en 1942 en Griffen, Austria. Su madre era una eslovena de Carintia; es decir, pertenecía a la minoría cuyos territorios pasaron a Austria tras la disolución del Imperio austrohúngaro en la Primera Guerra Mundial. Luego, durante la Segunda, esa minoría fue perseguida por los nazis.

Precisamente durante la Segunda Guerra, la familia de Handke escapó a un distrito berlinés ocupado por los soviéticos, y en 1948 se instaló de vuelta en su casa natal en Austria. Los dos tíos de Handke murieron en la guerra, pero su madre les heredó a sus hijos la admiración por ellos y así aprendió su lengua, el esloveno. Sobre eso y su infancia escribiría después en La repetición y otras obras.

Pero en Griffen, su pueblo natal, la población ni siquiera hoy alcanza los 4.000 habitantes. Por eso, en 1959 se mudó a Klagenfurt, donde fue al colegio, y en 1961 empezó a estudiar Derecho en la Universidad de Graz.

En 1965 se retiró de la carrera para dedicarse a escribir en su idioma paterno, el alemán. Escribió entonces Los avispones, una exploración estilística del lenguaje y la estructura literarios que avisaba además la influencia que la cultura popular de los años sesenta y setenta tendría en la obra de Handke, como dice Camilo Del Valle, literato de la Universidad Libre de Berlín.

En 1971, cuando su carrera iba en ascenso, su madre se suicidó con una sobredosis de narcóticos. En pocas semanas Handke escribió Desgracia impeorable, donde la angustia del duelo lo hizo volver a sus recuerdos para revivirlos intensamente.

En esa novela, y en su obra en general, Handke es frío y hermético. No es un escritor de grandes tramas. El énfasis está en la mirada: todo lo que cuenta es la observación y el punto de vista. “Handke reflexiona mucho sobre cómo describir o contar una imagen, y sobre la forma: una poética de la imagen y de la forma, y sobre todo de la lentitud”, dice Del Valle.

Por eso, escribe el crítico de literatura y profesor Thomas Steinfeld, “solo pocos escritores han tenido tanta influencia en las generaciones que lo han seguido”. Como él, muchos aseguran que Handke ya es un clásico y un escritor canónico de la lengua alemana; que hace mucho merecía el Nobel, y que tal vez era lo único que le faltaba. Sin embargo, no es tan leído por la dificultad de sus textos; por su distancia de las exigencias del mercado.

Además de escritor, Handke ha sido un viajero incansable, y eso ha impactado en su prolífica obra. Su extenso libro La noche del Morava, por ejemplo, es la narración de un viaje que da cuenta de “la frontera fluida en su obra entre la ficción con tintes autobiográficos y la ensayística”, dice Del Valle.

A pesar de haber moderado su discurso con los años, esas posturas marcaron a Handke como un defensor de la causa serbia.

Además de novelas, ha publicado traducciones, guiones –es famosa su colaboración con Wim Wenders–, teatro de vanguardia, ensayos, libros de notas, poesía experimental y artículos de prensa. Antes de recibir el Premio Nobel, ganó otros importantes en su lengua. Ninguno, sin embargo, ha estado exento de polémica.

Y es que durante las guerras yugoslavas de los noventa –en que los serbios, que tenían el poder político y demográfico, masacraron a minorías como la de los bosnios–, Handke presentó a Serbia como una víctima más del conflicto yugoslavo, tema que luego retomaría en múltiples textos, como Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina, o justicia para Serbia.

En ese mismo ensayo, Handke atacó a los medios occidentales por tergiversar el relato de la guerra. En 1999 se opuso a los bombardeos de la Otan sobre Belgrado, contra la República Federal de Yugoslavia. Y apoyó al expresidente de Serbia y Yugoslavia Slobodan Miloševic hasta su funeral en 2006, donde leyó un polémico homenaje.

A pesar de haber moderado su discurso con los años, esas posturas lo marcaron como un defensor de la causa serbia. Desde entonces es un enemigo de los bienpensantes y por cada premio que ha recibido ha habido controversia: el Premio Georg Büchner, el Franz Kafka y el Ibsen. Sobre todo este último generó un escándalo, e incluso causó la renuncia del jurado.

No obstante, también tiene muchos defensores: Elfriede Jelinek, Wim Wenders, Emir Kusturica, Patrick Modiano son solo algunos. Eso llama la atención de esta edición del Nobel: concedérselo a un autor polémico por sus posiciones políticas en un mundo en que incluso la literatura está amenazada por la corrección política. Además, es como si después del escándalo de acoso sexual del año pasado la Academia Sueca quisiera volver a prender el fuego con un nobel tan talentoso como controversial que, como ya es común, tiene al mundo dividido en dos. Y sin embargo, era un nobel opcionado desde hacía mucho tiempo.