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Psicópata americano

Crítica despiadada a los valores vacíos que rigieron en tiempos de Ronald Reagan.

Ricardo Silva Romero
25 de diciembre de 2000

Directora: Mary Harron
Protagonistas: Christian Bale, Willem Dafoe, Jared Leto, Josh Lucas, Samanta Mathis, Matt Ross, Bill Sage, Chloe Sevigny, Cara Seymour, Justin Theroux



Quieren ser los mejores, los más ricos y los más poderosos. Pero en el intento, tarde o temprano, se convierten en la misma persona. Usan corbatas, zapatos y relojes de marca. Pasan horas frente al espejo, se broncean en cámaras especiales y simulan una agenda muy apretada. Tratan a los demás como si la vida fuera una eterna campaña política —se despiden con golpecitos en la espalda y sonríen en los restaurantes de moda como si en cualquier momento pudieran tomarles una foto—, se sienten estimulados por la farsa de la pornografía y, obsesionados con su propia máscara, terminan por olvidarse de sus verdaderas caras.

El peor de todos —el más vacío, egoísta e insensible— se llama Patrick Bateman. Vive en Manhattan, se viste de gris en una ciudad llena de grises, respira la ética y la música de los años 80 —sus análisis de las canciones de Phil Collins y Huey Lewis son inolvidables— y, aunque le enerva que alguno de sus colegas vista mejor o tenga una tarjeta personal más a la moda, le dedica todo su tiempo a decir las frases adecuadas en los momentos precisos. No trabaja, por supuesto, en una oficina cualquiera. Pertenece a Pierce and Pierce, la prestigiosa firma de abogados que, en La hoguera de las vanidades, la novela de Tom Wolfe, le dio la espalda a Sherman McCoy. Hace parte, pues, de un mundo sin alma.

Sufre con los horrores de su propio monólogo pero no tiene nada que decirles a los demás. Como el personaje de The Sound of Silence, la canción de Paul Simon, experimenta el mundo —les rinde culto a dioses de neón, es sordo a las palabras ajenas y emite mensajes sin significado— pero no es capaz de expresarlo. Por eso recurre a la violencia. Porque no puede hablar. Y porque, así como el resultado es un desastre cuando no se asimila ni se digiere bien lo que se come, así, de la misma manera, cuando no se logra la comunicación, se termina, más temprano que tarde, en la agresión.

Psicópata americano es, como dice Mary Harron, su directora, una inquietante versión feminista de la novela de Bret Easton Ellis. El libro, una sátira sobre la frialdad de la década de Ronald Reagan, fue perseguido, censurado y boicoteado, hace ya más de 10 años, por cuenta de sus largas descripciones de torturas y asesinatos, pero, con el paso del tiempo, se convirtió, gracias a la labor de lectores más lúcidos, en una crítica a una época que, en nombre de la imagen y del éxito, convirtió a todas las víctimas en victimarios.

La película es, sobre todo, una gran lectura del libro. Sugiere que no importa si Bateman es o no un asesino, o si los crímenes ocurren en la realidad o en su cabeza, porque lo más grave de todo es que él sí lo crea y que a nadie le importe. No, no es un sicópata cualquiera. Es uno americano. Por eso su principal crimen es el de ceder a una sociedad que se ha acostumbrado al simulacro.