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PURA PINTA

Las óperas en grandes escenarios naturales, con elefantes y todo, despiertan la indignación de los melómanos y artísticamente dejan mucho que desear.

2 de octubre de 1989

Los honorarios cada día más inalcanzables que cobran los cantantes, el costo de los espectáculos cada vez mayor, los millones de aficionados que quieren recrearse con la ópera y la limitada capacidad de los teatros, han llevado a promotores y empresarios de espectáculos a acondicionar espacios cada vez más grandes y menos idóneos para presentar ante multitudes las producciones del género lírico.

Las Arenas de Verona por años fueron vistas como un escenario único en su género, y únicas también son las producciones que allí se presentan. Aidas verdianas con centenares de coristas paseándose por las ruinas y para hacer más fantástico y vistoso el montaje - modelo Holliday on ice -, elefantes y bestias de similar tamaño y pelambre desfilan por el estrado, para que un público ávido de exuberancias aplauda con delirio.

Veinte mil personas cada noche en época de verano se congregan en las Arenas de Verona, para intentar apreciar con binóculos lo que a gran distancia ocurre, y oír más mal que bien lo que se canta. En este escenario natural, cada noche operática trabajan 1.300 técnicos y operarios, sin contar los interpretes que pasan de 200 entre coro, orquesta y solistas. Y así como todo puede salir según lo planeado, puede también haber cambios meteorológicos no previstos que den al traste con semejante esfuerzo.
Existe un muy interesante diseño presentado por ingenieros alemanes para cubrir en doce minutos el espacio sin que la acústica se modifique. Sin embargo, los altísimos costos no han permitido echar a andar el proyecto.

Pero con todas las limitaciones que existen para lograr óptima calidad en estos espectáculos su generis la tentación de adaptar escenarios similares que alberguen millares de personas de un solo golpe, está a la orden del día:
Termas de Caracalla, Arenas Sferisterio de Macerata, Arenas de Nimes por citar apenas unos pocos, donde no se presentan montajes tan ambiciosos y vistosos como en Verona, pero igualmente congestionados e incómodos. Y no faltan los exhibicionistas que viendo el éxito que tiene Verona para la gran masa popular de aficionados, e intentando superar los logros conseguidos en dicho teatro al aire libre, han optado por adaptar canchas de fútbol, plazas de toros y estadios, cuando no se tienen escenarios naturales a la mano. Un ejemplo de estos descabellados proyectos se vio hace unas semanas en Versalles cuando fue acondicionado sobre un lago un enorme escenario con su correspondiente auditorio flotante donde los cantantes a dos metros de altura interpretaban sus arias mientras los músicos de la orquesta - apenas a 50 centímetros del agua intentaban controlar la afinacion de los instrumentos que eran embestido por la humedad y el ambiente caluroso de las noches de verano.

Pocos son los títulos operáticos que por su argumento y atmósfera sicológica pueden manejarse en explanada de tales dimensiones. La gran mayoría exige ambientes con cierto carácter intimista, ya que la acción se desarrolla en pequeñas buhardillas, escenarios de dimensiones humanas no en espacios infinitos donde se pierde totalmente la esencia de la trama
Algunos de los espectáculos que hoy congregan mayorías han sido organizados por Fawzi Mitwali, un árabe delirante, farmaceuta de profesión, que se convirtió de la noche a la mañana en empresario. Este personaje, no contento con haber fracasado en la representación que realizó de la ópera Aida, de Verdi, en las ruinas del templo Luxor en Egipto, en pleno desierto, donde los vendavales de arena casi dejan ciego y medio mudo a más de un cantante, optó por ensayar un espectáculo acuático, el misma que se vio en Versalles.

Pero la locura sigue su carrera irrefrenable, y ya se anuncia para el próximo mes de noviembre otro espectacular festival musical en las orillas del Nilo, con obras inspiradas en el sol egipcio: la Flauta Mágica, de Mozart, y "Thais", de Massenet, serán representadas en la isla de Philar mientras en el templo de la reina Hatchepsut se escucharán el Réquiem, de Verdi, y otras composiciones más. Toda suerte de proyectos absurdos que cuestan millonadas y muestran una calidad musical muy cuestionable, pero poco importan tales detalles. Lo principal es presentar una obra a la cual asisten miles de es pectadores; democratizar el arte, así se desfigure su esencia original, y si se oye bien... estupendo. Si mal, qué le vamos a hacer. Lo ridículo de todo esto es que, además, cada boleta para asistir a uno de estos espectáculos de fantasia sólo puede pagarla una minoría. Después de todo esto, no resulta difícil imaginar que pronto habrá ópera en Machu Picchu, la Acrópolis o en la Plaza Roja de Moscú. Sólo falta un paso.

María Teresa del Castillo