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¿Quién cuida estos tesoros?

Al problema del saqueo de obras de arte en iglesias y museos de arte religioso, se suma uno no menos grave: el de la conservación de estas piezas.

4 de octubre de 1993

GREGORIO VASQUEZ DE ARCE Y Ceballos, los hermanos Figueroa y un sinnúmero de artistas anónimos que trabajaban en los diversos talleres de arte en todo el territorio nacional, se encargaron durante los siglos XVII y XVlll de crear las más de 12 mil piezas que hoy son el gran patrimonio artístico colonial y religioso de Colombia. La iglesia, que en ese entonces era la única entidad que estaba en condición de financiar las obras y sostener a los artistas, las conservo sin mayores problemas durante 400 años. Sin embargo, todo ese legado está corriendo el riesgo de desapareeer, en buena parte por el saqueo implacable de los ladrones de iglesias y museos, pero también por una causa que cada día genera más alarma: la falta de conservaeión.
Por un lado, en los últimos 20 años el arte religioso ha llegado, por diversas circunstancias, a preeios tan escandalosos como irreales, lo cual ha aumentado la codicia de los cazadores de arte y aun el robo de colecciones completas Casos recientes, como los del Museo de Arte Religioso de Santa Fe de Antioquia y de la parroquia de Fontibón, en Bogotá, donde se robaron más de 25 obras a principios de este año, alarmaron a la Iglesia sobre los peligros de seguir exhibiendo sus tesoros En consecuencia, las arquidiócesis y las demás comunidades católicas decidicron alejar del público cuadros y esculturas, para protegerlos, no siempre en las mejores condiciones de conservación, entre otras cosas, porque no existen bodegas especiales para su almacenamiento. A pesar de ello, en la capital ya son varios templos en los que se han dejado las paredes blancas y los retablos vacíos. En otros se ha resuelto poner bajo llave las obras y reemplazar los originales por imitaciones. Y en otros más las obras han sido resguardadas detrás de grandes rejas. En definitiva, la delincuencia ha generado que el arte religioso se esté archivando en socavones y bodegas (en la capital son más de 200 las obras retiradas ), allí donde no tiene sentido su existencia, pues nadie puede admirarlo.
Para algunos, como monseñor José Miguel Huertas, de la división de Patrimonio de la Arquidiócesis de Bogotá, este problema de la conservación tiene en serio peligro el arte divino. Según él, "aunque hay conciencia de restaurar, no existen los medios para llevarlo a cabo en su totalidad. Lo poco que pueden hacer el Banco de la República y el Centro de Restauración Nacional no alcanza a copar ni siquiera el 10 por ciento de las necesidades de restauración y conservación".
Entre tanto, el Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura) y el Banco de la República están empeñados desde hace varios años en recuperar el patrimonio artístico. Pero al parecer las dificultades son mayores que los logros. En primer lugar porque no existe un inventario completo de las obras distribuidas en todo el país, que ayude a evaluar cuántas de ellas necesitan restaurarse. En segundo término, porque restaurar y conservar son dos palabras que en arte significan mucho dinero y mucho tiempo. De acuerdo con los expertos, la restauración de una pieza en regular estado puede tardar de seis meses a un año y, si está en malas condiciones, hasta dos años. Y todo a unos costos que oscilan entre el millón y los dos millones de pesos. "En estas circunstancias -comenta monseñor Huertas-, la Iglesia no puede darse el lujo de dedicarse a invertir solamente en restauración porque existen otras prioridades sociales".
Por tradición, la mayoría de las obras de arte colonial pertenecen a las parroquias, a las comunidades religiosas y a los conventos. Pero con escasas execpciones, la Iglesia no cuenta con la infraestructura necesaria para mantener sus tesoros. Como no fueron concebidos como museos, muchos templos sufren problemas de humedad o de temperatura, y su adecuación como ideales exhibidores de arte resulta toda una odisea por los elevados costos.
Otro factor que agrava el problema es la falta de recurso humano. A pesar de los esfuerzos de Colcultura por capacitar profesionales en la Escuela de Restauración, y de los estudiantes preparados en el exterior, lo cierto es que los restauradores son insuficientes. Tanto, que el mismo Instituto dicta, en las diferentes regiones del país, talleres prácticos de conservación preventiva, con los cuales se busca enseñar a cada municipio la forma de conservar sus propias reliquias. "Si es imposible restaurar todo el patrimonio -comenta Olga Pizano, de la subdirección de Patrimonio Cultural del Instituto-, hay que procurar que las obras no se sigan deteriorando".
Lo paradójico de todo este asunto es que aun si se logran rescatar las reliquias religiosas de cuatro siglos atrás, de seguir la ola de inseguridad contra las obras de arte, los colombianos no podrán admirarlas. Es posible que, en corto tiempo, unas desaparezcan por robo y otras queden guardadas en sótanos, lejos del público, donde no tendrán ninguna razón de existir.