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"QUISIERA EN UN CUADRO CONTARLO TODO"

ANTONIO RODA

7 de diciembre de 1987

Decir que un artista ha llegado a su madurez puede significar un desahucio, inclusive su partida de defunción. Aún más si ese juicio va acompañado con la comercialización de su obra. La tentación de sentarse sobre los laureles puede significar el anquilosamiento y es una tentación a la que no pocos han cedido. La negociabilidad de la obra puede significar el facilismo inevitable que genera el tener una clientela asegurada. No es esto precisamente lo que ha ocurrido con Antonio Roda de quien ya en 1979, a raíz de una gran exposición de su obra en el Museo de Arte Moderno de Bogotá (la última vez que expuso en Colombia), se dijo que había alcanzado la madurez.
Roda, ya lo afirmó una vez Marta Traba "no sólo es un pintor de verdadera calidad, sino que -si la palabra no fuera tan cursi y temeraria- es un pintor con "inspiración", con duende". Es lo que cualquier espectador desprevenido puede captar ante la exposición de óleos y grabados que tiene abierta en la Galería Garcés Velásquez de Bogotá. No se necesita ser un conocedor, un experto, para sentir que ahí hay algo. Y ese algo es, sin duda alguna, una obra que exuda conocimiento y emoción. Roda alimenta su obra con pasiones personales, y la está alimentando siempre. Sin hacer concesiones. Hurgando en las posibilidades del color y de la forma. Hurgando dentro de sus propias posibilidades. Roda no ha cedido al facilismo y ha despreciado toda receta. Su pintura es una pintura fluida, sin fórmulas previas, pero también sin improvisación, nutrida no sólo con sus vivencias y emociones, sino también con el dominio del oficio. Su imaginación, solitaria como la de todo artista, sin posibilidad de confrontar sus propios desafueros, se libera y cobra forma en unos cuadros donde forma y contenido son la misma cosa. Contra el conformismo que se respira, Roda restablece el valor del acto de pintar.

SEMANA: ¿Por qué el tema de las flores en esta exposición?
ANTONIO RODA: Entre 1984 y 1985 pinté una serie de grabados (14) a los que llamé "La Flora". La idea era hacer una especie de homenaje a la Expedición Botánica. Después pasó un año sin que hiciera nada. Quedé como vacío, como en crisis... Luego volvi a sentir ganas de hacer algo. Resolví seguir con el mismo tema, pero en pintura donde hay color.

S.: ¿El color es la única diferencia?
A.R.: El grabado es en plancha de metal, es más de "cocina". Hay que hacer pruebas para ver resultados. Las líneas del grabado son obsesivas, recurrentes; los ojos fijan el trazo y la mano lo reproduce, alterándolo, en la plancha. En la pintura hay algo más sensual, más directo, más espontáneo. Los colores pastosos... El grabado es más, digamos, "trascendental", la narración cuenta mucho. En la pintura, en estos 17 cuadros, lo que hay es unas ganas de refutar aquello, de liberarme.

S: ¿No hay entonces ninguna relación entre el grabado y la pintura?
A.R.: No, no tienen nada que ver. Tienen posibilidades distintas. Son lenguajes diferentes.

S.: ¿En sus obras qué tanto hay de oficio y qué tanto de eso que podría llamarse inspiración?
A.R.: Si no hay ese momento de existencia, si no hay eso que usted llama inspiración, no se puede trabajar. Claro que en la pintura también hay oficio, pero el oficio no es la pintura. Sin embargo, lo vital sólo llega a base de oficio.

S.: ¿Qué es el oficio entonces?
A.R.: Es el saber pintar, no el tener fórmulas para algo. Se puede tener oficio, sin embargo, y no decir nada, no comunicar nada.

S.: ¿Cuándo pinta?
A.R.: Todo el día.

S.: ¿Necesita alguna condición especial para pintar?
A.R.: Siempre oigo música: ópera, Bach, Brahm, Bartok y, créame o no, hasta Chabela Vargas. Todo depende...

S.: ¿Como depende también de los estados de ánimo?
A.R.: ¡Claro! Pero los estados de ánimo no siempre influyen en el mismo sentido. Se puede ser creativo en medio de la depresión o en medio de la euforia. Ambos estados de ánimo pueden ser positivos o negativos.

S.: ¿Cuando comienza un cuadro lo termina antes de iniciar otro?
A.R.: No. Puedo pintar varios cuadros simultáneamente. A veces empiezo uno, lo dejo y empiezo otro. Luego retomo el primero...

S.: ¿Por qué esa vacilación entre lo abstracto y lo figurativo a lo largo de toda su obra? En cada cuadro de los que ahora expone hay en alguna parte una forma concreta, una figura...
A.R.: Siempre tengo que partir de la realidad para crear algo. Y esa realidad está condicionada a estados de ánimo, a recuerdos, a evocaciones, nostalgias, emociones, sentimientos. Tengo que estar untado de algo. Con lo abstracto solo no puedo, no tengo una mente matemática. Mi mente siempre está referida a algo, aunque no sea sino como pretexto para expresarme.

S.: ¿Es el caso de los floreros de ahora que apenas sí se intuyen en los cuadros?
A.R.: Sin florero no podría pintar flores. Pero lo que queda después no es el florero que sirvió de punto de partida, no quiero que sea un homenaje al florero. En el fondo todo es lo mismo: el fondo, las flores que son argumentales, el color... Quisiera en un cuadro contarlo todo.

S.: ¿Qué es igual y qué es diferente en su pintura de todos estos años?
A.R.: Uno va cambiando de visión y de actitud ante la vida y en esa necesidad de comunicarme que siento pues voy mostrando en alguna forma esos cambios. Pero siempre hay algo de desorden, que se manifiesta como el resultado de una lucha permanente que sostengo entre la libertad total y el amarre. Me gusta que haya un poquito de pelea en las cosas, pero no me gustan las cosas muy desaforadas.

S.: ¿Qué siente frente a una tela en blanco?
A.R.: El blanco está contra uno. Siempre. La primera pincelada influye mucho en el cuadro, aunque sea imprevista y no pueda comprenderse, y al final quede perdida en la totalidad. A veces se elige arbitrariamente como el color.

S.: ¿Entonces no hay una idea previa?
A.R.: De golpe hay una premeditación elemental y luego viene el desarrollo de eso que grandilocuentemente se llama el proceso creativo.

S.: Usted estuvo un tiempo fuera del país ¿cómo ve ahora la pintura en Colombia?
A.R. En los últimos 25 años se ha dado un proceso de aburguesamiento de la sociedad colombiana que ha acabado por infiltrarse en el arte. Es muy curioso, pero coincide con el florecimiento de la pintura colombiana, cuando la pintura comienza a ser menos anecdótica. Entonces la sociedad empieza a ver en ella un valor comercial. Pero esto ocurre muy rápidamente y el país va entrando en una especie de apatia, de conformismo. Cualquier pintor se siente mal si no hablan de él. si no vende. Se acomoda, se entrega. Abandona ese propósito que podría llamarse subversivo, algo que es fundamental en los terrenos del pensamiento y del arte, pero que en Colombia, por razones de todos conocidas, se convierte en un término peyorativo que se extiende a todos los campos.

S.: ¿Para no acomodarse le sirvió estar por fuera?
A.R.: Sirve estar por fuera, por lo que significa estar rodeado, inmerso en otra cultura. No puedo estar nadando en el agua tibia constantemente. Por eso siempre les he dicho a mis alumnos que deben irse. Pero también les digo que tienen que regresar.

S.: ¿Como maestro de la Universidad de los Andes dejó escuela?
A.R.: He enseñado durante muchos años, he hecho lo posible por sacudir a mis alumnos, pero de ahí a haber creado escuela, no sé... Lo que sí es muy triste es que se haya cerrado esa escuela. Es una de esas cosas negativas que han sucedido en este país donde hay una apatía oficial total, donde al Estado no le interesa el arte, ni hay una política cultural.

S.: ¿ Vive de la pintura?
A.R.: Pues claro y, además, llevo muchos años "jalándole" a la pintura. Es mi forma de vivir, está tan dentro de mí que no hay discusión.