Home

Cultura

Artículo

HOMENAJE

R. H.: palabra mayor

Luz Mary Giraldo, una de las principales expertas en literatura colombiana, hace una semblanza de la vida y la obra del escritor R.H Moreno-Durán, que falleció la semana anterior en Bogotá.

12 de febrero de 2006

Como lector y escritor, Rafael Humberto Moreno-Durán (Tunja, 1946-Bogotá, 2005) hizo de la literatura su casa y el centro de su vida, convencido de que en la palabra está el fundamento de la existencia. En la introducción a Como el halcón peregrino (1995) señaló la importancia de la memoria como voz múltiple de quienes han precedido a un autor en la escritura. Afirma que el sentido del título sugiere "cazar al vuelo, atrapar la forma, cultivar el arte común de la volatería", afirmación que se podría vincular a su experiencia literaria y razón de ser. En los rigurosos títulos de sus obras no basta con nombrar, denominar o decir, ya que expresamente son antesala del texto y responden a la importancia dada a la "palabra mayor". Esa palabra se inscribe como "letra capital" para anticipar la idea de un mundo. Desde allí el escritor incita a la lectura de lo construido que representa sus fantasmas y la realidad que deviene múltiple. Para R. H. el rigor de la escritura corresponde al gramático que domina la lengua en su estructura, en el estilo, los giros verbales, el uso apropiado del sustantivo, el adjetivo y el adverbio, el origen de la palabra, la puntuación. En fin, algo poco importante en estos tiempos y sólo posible en quien también fundamenta sus lecturas como forma de vida y de conocimiento, como apoyo de su memoria prodigiosa y base del culto a la palabra. Esa lectura como nutriente es no sólo materia de erudición, sino de sabiduría, como lo confirmó recientemente el escritor Noe Jitrik al referirse al trabajo literario de R. H. Participa de una generación crítica cuyo proyecto vital se sustenta en el escritor en tiempo de penuria, reflexivo, irreverente y contestatario, pero desde la perspectiva de quien no cree en determinadas utopías y métodos, y lo manifiesta al utilizar como única arma la palabra. "El escepticismo creativo", decía. Si reconocía que los escritores del boom latinoamericano eran un magnífico mosaico literario que le había "salvado la vida" ante los vacíos del nouveau roman, en boga en los 60, agradecía los autores que ellos descubrían: Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Felisberto Hernández, leídos en su época de estudiante de derecho de la Universidad Nacional, la que consideró básica en su formación literaria e intelectual. Entraba en acción el Movimiento Estudiantil, la mujer se preparaba para abrirse camino más allá de lo doméstico desde diversas formas de liberación y de inteligencia, y captaba que la clase media tanto en el Nuevo como en el Viejo Continente refleja de manera sustancial las crisis de valores, los problemas y los fracasos. Vio en ellos excelentes materiales que no habían sido explorados aún en la narrativa colombiana y los hizo propios, tal como se constata desde la trilogía Fémina suite, sus posteriores novelas y cuentos, sus recreaciones de personajes femeninos de la literatura universal del siglo XX, Pandora, e incluso su ensayo en homenaje a Joyce, Mujeres de Babel, y su novela teatral o teatro novelado Cuestión de hábitos. Reconoció que entre 1965 y 1970 había una dinámica nacional y mundial imposible de soslayar para alguien que tenía claro su destino de escritor. Era la época de mayo del 68, Camilo Torres y la revolución; la de Marta Traba y la crítica y la modernización del arte; la de una universidad activa que se convertía en termómetro de los acontecimientos y situaciones mundiales tanto en lo ideológico como en lo cultural. En ese sentido hacía una lectura del mundo o, para ser más precisos, buscaba leer en los libros y en la realidad una vida, una idea, un mundo, como en las tres columnas que introducen Juego de damas. En esos mismos años leyó por primera vez Ulises gracias a una discusión entre dos estudiantes que debatían acaloradamente su importancia. Sin entenderla del todo, supo que esta novela se convertiría en uno de sus retos mayores. Evidentemente, el goce vital y el de la palabra confluirían luego en su concepción de vida y de literatura, al hacer de la palabra y de la vida una fiesta. Goethe, Flaubert, Kafka, Camus, fueron ampliando su registro de lecturas cuando descubría caminos de la literatura en las diversas bibliotecas, robando tiempo a los estudios de derecho y aprovechando los profesores que relacionaban autores o novelas con la profesión. De esta época quedaron amigos inolvidables: Francisco Sánchez Jiménez, Gabriel Restrepo, Gonzalo Sánchez. En su proceso de desarrollo como escritor durante sus casi 15 años en Barcelona y los últimos 18 en Colombia, las lecturas crecieron y se manifestaron en reseñas, artículos, comentarios, conferencias, ensayos y apuntes manuscritos que compilaba de manera meticulosa en cuadernos personales que con cuidadosa caligrafía dan cuenta de todas sus lecturas y que llamó "Los protocolos de Babel". Esto se constituyó no sólo en registro de conocimiento y erudición, sino en forma de sabiduría de la vida, del arte y del pensamiento. Lecturas y relecturas que para él debían formar el buen gusto y la solvencia intelectual. Esa forma de experiencia vital fue llamada en sus publicaciones La experiencia leída. Son imprescindibles en este aspecto sus reflexiones sobre literatura latinoamericana en las diversas ediciones ampliadas de De la barbarie a la imaginación, sobre literatura colombiana en Denominación de origen, sobre la europea del siglo XIX en El festín de los conjurados, o sobre el expresionismo alemán en Taberna in fábula. Esto hizo que una conversación con R.H., una tertulia, una mesa redonda, fuera una fiesta de la palabra y de la memoria literaria, entendida la literatura como vida. En ellas, como en sus ficciones, no faltó jamás el humor, la risa, la parodia. El espíritu crítico que transmitió a su obra forma parte del pensamiento que se inscribe en el afán de perfeccionismo y autocrítica que, como más de una vez reconoció, son "dos formas del masoquismo que debe caracterizar a todo escritor". De ahí la pieza calculada desde el título, el trabajo concentrado, la revisión continua y la lectura permanente, correspondiendo también a una generación de escritores que por afinidad hizo suyos, como Juan García Ponce, Sergio Pitol, Ricardo Piglia, autores con los que sostuvo amistad, además de otros que incluyó en sus entrevistas televisivas Palabra mayor y en su libro Como el halcón peregrino. Cabría pensar en Rafael Gutiérrez Girardot, quien no fue sólo su amigo, sino su maestro en la actividad intelectual y ensayística. Entre colombianos de su generación fue amigo entrañable de Germán Espinosa, Fernando Cruz Kronfly, Darío Ruiz Gómez; mantuvo un diálogo frecuente y fértil con Azriel Bibliowicz, manifestó reconocimiento por la obra de Rodrigo Parra Sandoval y destacó entre sus interlocutores a Rubén Sierra, Germán Espinosa y Francisco Sánchez. Con una amplia obra publicada y varios libros inéditos de próxima edición, en su último tiempo manifestaba con orgullo la satisfacción de las tareas adelantadas, de lo cumplido y concluido, de los proyectos posibles a pesar de que el camino se le presentaba cada vez más breve y más duro. Al creer en la literatura como esperanza, escritura y lectura, estuvieron de su lado hasta su último momento de lucidez: preparaba la presentación de la última novela de Jorge Edwards y comentaba con entusiasmo que acababa de leer una historia de Roma.