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Rastros y sombras

Por primera vez en Colombia la obra de Jorge Steber, un artista preocupado por los ambientes.

1 de mayo de 1989

Jorge Steber es uno de esos personajes difíciles de definir, en todos los aspectos. Nació en Alemania en 1940, pero a pesar de su pasaporte alemán, con el que viajó por el mundo durante muchos años, y de su acento, sólo su figura delata su procedencia europea. Creció en el seno de una familia de diplomáticos, lo que hizo que desde muy pequeño entrara en contacto con las corrientes pictóricas más disímiles. Además, la afición por la pintura le llegó por el lado de su madre, quien se desempeña como restauradora. Vivió largo tiempo en España, de donde tomó el trazo escueto del arte rupestre. Pasó otra temporada en Turquía y, cuando la fama lo estaba asfixiando, se enterró a pintar en Malta por cuatro años, lejos del mundanal ruido.

A regañadientes aceptó exponer en Venezuela, en 1973, y desde entonces se quedó a vivir en un pequeño pueblo en las afueras de Caracas. Hoy en día habla castellano, tiene pasaporte venezolano, pero está imbuido por las filosofías orientales, como el budismo, que le dieron la clave del éxito en la III Trienal de Nueva Delhi, donde obtuvo la medalla de oro en 1975.

Desde el pasado primero de abril la Galería Garcés Velásquez está exponiendo la obra de este artista, en una muestra que recoge trabajos realizados en los últimos 15 años, que él mismo califica como su etapa lírica. Para Steber lo que importa son los ambientes. Su pintura busca capturar el reflejo de la luz en el ambiente, la huella que dejan los objetos en el espacio. Por eso, cuando fue calificado de hiperrealista el adjetivo estuvo mal utilizado. Su interés no está centrado en el objeto en sí.

El interés por plasmar esos ambientes se muestra en la profundidad de sus cuadros, en los que el trabajo de sombras y los reflejos dan una agradable sensación de volumen. En el uso de los materiales, está claro su interés en regresar a la época de las cavernas, en recuperar lo primigenio, lo arcaico. Utiliza sustancias como el carbón, el polvo y los pigmentos minerales que mezcla con óleo y acrílico, este último sólo como vehículo para fijar los anteriores y dar mayor flexibilidad al trabajo. En esos colores negros y marrones está la clave de esos espacios cerrados y profundos, que de repente se ven surcados por un signo --que puede ser una simple raya blanca, que contrasta con los tonos oscuro, que los trae de vuelta al presente. Hay una presencia de la geometría como reflejo del orden cósmico.

Se trata, sin duda, de una magnífica oportunidad para apreciar la obra de un hombre interesado en el volumen, alejado del lenguaje descriptivo, y que se nutre de fuentes tan diversas, que van desde los abstractos europeos Rothko y Yunkers hasta los indígenas venezolanos, con los que pasa largas temporadas pintando y aprendiendo.--