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Slavok Žižek, filósofo esloveno. | Foto: A.F.P.

LIBROS

Reflexiones de emergencia

El filósofo Slavok Žižek analiza el radicalismo islámico y el tema de los refugiados en Europa.

Luis Fernando Afanador
4 de junio de 2016

Slavok Žižek

La nueva lucha de clases

(Los refugiados y el terror)

Anagrama, 2016

136 páginas

Siempre será bienvenido que un filósofo se ocupe de la actualidad. Y que, siendo de pensamiento marxista, sea capaz de romper paradigmas y ser crítico no solo del capitalismo, sino de la izquierda tradicional. Tal vez eso tiene que ver con una formación interdisciplinaria. El esloveno Slavok Žižek se nutre del psicoanálisis, del cine y de la teoría política y económica. En su último libro, La nueva lucha de clases (Los refugiados y el terror), se ocupa de lo que viene ocurriendo en Europa y en el Medio Oriente desde 2015 y ha tenido una repercusión mundial: los movimientos radicales emancipadores, el Estado Islámico y la crisis humanitaria de los refugiados.

De entrada, Žižek pone en duda la ‘guerra total’ contra el Estado Islámico, Isis. ¿Por qué las superpotencias no han podido derrotar a una banda religiosa que controla una extensión de tierra en su mayoría desértica? Porque no es una guerra para tomar en serio. Arabia Saudí, el principal aliado de los Estados Unidos, se alegra de que Isis combata al islam chiita, lo mismo que Israel, que los considera su principal enemigo. Y Turquía, que hubiera podido bloquearlos y aniquilarlos, lo que ha hecho es perseguir a los kurdos, los únicos que en realidad han combatido a Isis. No hay tal choque de civilizaciones, el Occidente cristiano contra el islam radicalizado, sino choques que ocurren al interior de la misma civilización: Estados Unidos y Europa occidental contra Rusia y, en el espacio musulmán, sunitas contra chiitas. “La monstruosidad de Isis sirve como fetiche para encubrir todas esas luchas, en las que cada bando finge combatir a Isis para golpear a su auténtico enemigo”.

Para Žižek, lo que mueve al ‘islamismo fascista’ no es la religión sino la envidia. El deseo frustrado de Occidente que se ha convertido en agresividad: “El islam simplemente proporciona la forma para fundamentar este odio (auto) destructivo”. La radicalización de los musulmanes, como lo plantea Alain Badiou, citado por Žižek, es una fascistización pura y simple. Se organiza de una manera más o menos militar siguiendo el modelo flexible de un grupo mafioso y con variables y matices ideológicos: “No deberíamos olvidar que el Estado Islámico es también una gran empresa comercial mafiosa que vende petróleo, estatuas antiguas, algodón, armas y mujeres esclavizadas”.

Žižek nos invita a abandonar la mistificación de la figura del refugiado que cierta izquierda liberal erigió durante esa crisis. “Cuanto más tratemos a los refugiados como objeto de ayuda humanitaria y permitamos que la situación que los obligó a dejar sus países se imponga, más vendrán a Europa”. Una actitud meramente compasiva hacia los refugiados elude el problema de fondo: la economía global que genera nuevas formas de esclavitud y oculta la lucha de clases. Hay que ayudarlos como un deber ético, porque no podemos dejar de hacerlo si queremos seguir siendo personas decentes. Pero sin olvidar que los refugiados son el precio que paga la humanidad por la economía global y que la guerra cultural es una guerra de clases desplazada. “Que no nos vengan con el cuento de que vivimos en una sociedad posclasista”.

El filósofo de izquierda cree que la lógica capitalista, sin cortapisa y sin freno, lleva a la destrucción de la propia humanidad: “Abandonado a sí mismo, el impulso histórico de nuestro desarrollo conduce a la catástrofe, al Apocalipsis”. Si no superamos los intereses ‘privados’ y el terror, no llegaremos a ninguna auténtica universalidad. ¿Quién lo hará? ¿Quién peleará por los bienes comunes? Nosotros, aquellos a los que estábamos esperando. A diferencia del marxismo clásico, que creía en la predestinación del proletariado, Žižek cree en el ‘puro voluntarismo’, “en la libre decisión de actuar contra la necesidad histórica”. ¿Utopía? Es posible. Aunque es mejor creer en ella y en la solidaridad global a aceptar la probabilidad de que “la luz al final de túnel sea la de un tren que se acerca en dirección contraria”.