CINE
En la puerta de la eternidad: Van Gogh de nuevo al cine
La versión del pintor que propone esta película, dirigida por el también pintor Julian Schnabel, se acerca más a un sabio de ciudad que a un introvertido atormentado.
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Título original: At Eternity’s Gate
País: Estados Unidos
Año: 2018
Director: Julian Schnabel
Guion: Jean-Claude Carrière, Julian Schnabel, Louise Kugelberg
Actores: Willem Dafoe, Oscar Isaac, Mads Mikkelsen
Duración: 111 min
Calificación: 2½ estrellas
La leyenda tejida alrededor del pintor Vincent van Gogh tiene elementos bien conocidos: que pintaba prolíficamente, que nadie le compraba, que sufría episodios de locura, que murió de un balazo en el estómago. Y la leyenda se complementa con lo que vino después: cuadros que se venden por millones de dólares, exposiciones que movilizan masas de espectadores, fama mundial.
Todo ha contribuido para hacer de él una especie de santo, aunque no sea fácil decir en dónde reside su santidad. Podría ser en la incomprensión, claro, en el martirio que conlleva. Pensar en él como uno de estos atormentados que no cuadran con su época, que trabajan con la vista en el horizonte, sintonizados con un futuro que nadie más ve.
El Van Gogh que se nos presenta acá es un tipo agradable, apaleado, sin nada incómodo o transgresor.
Así se convierte en una figura que ofrece la ilusión de redención a quienes se sienten fuera de lugar, que habla de la posibilidad del paraíso después de la vida (incluso pensándolo en la versión más limitada que tenemos de él en el presente: como la conjunción de éxito económico y admiración pública), de cierta posteridad.
En las películas sobre él, cada época parece proyectar una cantidad de expectativas y reflexiones de temas como el valor del arte, de la individualidad, del sufrimiento, y la tensión entre lo duradero y lo perecedero.
El Van Gogh que se nos presenta acá es un tipo agradable, apaleado, sin nada incómodo o transgresor (si uno quiere una versión que resalte lo difícil que debió ser, la biografía dirigida por Maurice Pialat con Jacques Dutronc es fenomenal), consciente de la posteridad de su obra, aunque adolorido por el silencio de sus contemporáneos.
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El director Julian Schnabel, un pintor exitoso desde los años ochenta, famoso tanto por sus lienzos enormes y caros como por salir con modelos e irse de fiesta en pijama, retrata al pintor holandés como una especie de sabio de
Manhattan (el acento neoyorquino de Willem Dafoe es inescapable), echando con calma y el seño fruncido frases memorables, hablando de la vida y el amor, sobre la pintura y el arte, sin atragantarse como lo haría cualquier introvertido, sino con la desenvoltura de un cuentero.
Si este es el Van Gogh con el que soñamos en el presente, resulta ser una versión más bien baja en calorías: sentencioso y didáctico, atormentado pero respetuoso, implorante de simpatía pero confiado en su éxito futuro.
Situada en la parte final de su vida, En la puerta de la eternidad retrata su estadía en Arles, en donde convivió un rato con Paul Gauguin, y luego su paso por un sanatorio en el que, nos aclara la película con un texto, realizó 75 pinturas en 80 días.
Pero no es un filme sobre el acto de pintar. A pesar de que Schnabel se dedica a ese oficio hace tanto, no parece haber mucho interés por ponerse a explorar la pintura o la particularidad de sus tiempos. Quizás, en ese sentido, también responda a nuestro presente, en el que muchos artistas consagrados parecen pasar más tiempo haciendo vida social y manejando sus redes que trabajando en sus obras.
CARTELERA
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