Home

Cultura

Artículo

RETORNO A DUMAS

Con `La Traviata', de Verdi, se inaugura esta semana la IV Temporada de la Nueva Opera de Colombia en el Teatro Colón, de Bogotá.

15 de agosto de 1994

TRADICIONALMENTE, LA OPERA HA sido uno de los espectáculos favoritos de los colombianos hasta tal punto que siempre ha llamado la atención que el Himno Nacional, compuesto por un barítono lírico italiano, recuerde en su música algunos coros de las óperas de Verdi.
La realización de ópera en el país, en un sentido profesional, es una iniciativa relativamente reciente, que cristalizó en las temporadas de Colcultura a partir de 1976 y se consolidó en 1980 cuando Colombia estableció lazos con la Opera de Colonia (Alemania), uno de los teatros más avanzados en materia de puesta en escena en Europa. Esa fue la época de las grandes producciones: La viuda alegre y Bodas de Fígaro, en 1980; Turandot y Matrimonio secreto, en 1981; Gioconda, en 1982; Cosí Dan tute, en 1984; Fidelio y Carmen, en 1985 y Cenerentolla, en 1986.
Estas temporadas sirvieron para desarrollar el talento de los cantantes que lograron proyectar carreras profesionales en el exterior, como Sofía y Zorayda Salazat, Juan Carlos Mera y Marta Senn.
En 1986, el gobierno decidió poner fin a las temporadas, y dos años después la Alcaldía de Bogotá trabajó el género en el Teatro Municipal, sin mayor continuidad. Fue necesario esperar hasta 1991, cuando la Fundación Camarín del Carmen, en cabeza de Gloria Zea, tomó la iniciativa de nuevo.
Los primeros pasos de la Nueva Opera fueron inseguros y, una vez más, fue necesario esperar el restablecimiento de los vínculos con Colonia. Fue así como el año pasado los espectadores pudieron disfrutar otra vez un trabajo de alto profesionalismo, producto del aporte de los alemanes con los técnicos nacionales en las puestas en escena de La boheme y Elíxir de amor, que también sirvieron de plataforma de lanzamiento a las nuevas voces colombianas que hoy empiezan a abrirse camino en el exterior:la soprano Juanita Lascarro y el tenor Juan José Lopera.
Ahora, para la cuarta temporada de la Nueva Opera, se escogieron tres títulos del llamado repertorio popular: La Traviata, de Verdi, y dos óperas sobre teatro de Beaumarchais: El Barbero de Sevilla, de Rossini, y Bodas de Fígaro, de Mozart, experimento interesante, pues el Mozart se inicia donde termina el Rossini. Por otra parte, Bodas de Fígaro representa el regreso a la escena lírica de Marta Senn, a quien el público no ve desde 1986, el año de Cenerentolla.

UNA TRAVIATA DIFERENTE
De las tres, el título que despierta mayores expectativas es La Traviata verdiana, ópera que vio el público en condiciones muy precarias en la temporada de 1977 y en el inadecuado escenario del Municipal en 1989, lo que para algunos aficionados es casi lo mismo que no haberla visto.
La Traviata, a pesar de su inmensa popularidad, es una de las obras que mayores dificultades plantea en producción. Es exigente desde el punto de vista vocal y escénico, y no es exagerado decir que cada aficionado tiene una idea muy clara al respecto, entre otras cosas por tratarse de una de las obras que en mayores oportunidades ha sido llevada al cine, tanto en su versión de ópera como en la de novela. Basten las inmortales películas de Greta Garbo sobre La dama de las camelias, y de Franco Zeffirelli sobre la obra de Verdi.
El primer obstáculo que se salvó fue la consecución de una cantante óptima como Violetta, la protagonista. La partitura exige tres tipos vocales, es decir, una cantante que logre salvar las exigencias de una ágil coloratura en el primer acto, de fino lirismo en el segundo y desgarrado dramatismo en el tercero, requisitos que cumple muy bien la estadounidense Teresa Ringhloz, una cantante muy madura que acaba de consagrarse con el estreno mundial de Life With and Idiot, de Schnitke, en la ópera holandesa.
Para el Alfredo Germont, los organizadores hicieron realidad una obsesión de hace años: el debut de Ernesto Grisales. Según los especialistas, este colombiano radicado hace 17 años en España y con una sólida trayectoria en teatros de Europa, es el tenor lírico spinto ideal para el personaje.
Como Germont estará Juan Carlos Mera, barítono colombiano de la ópera de Giessen, en Alemania; Flora será Diana Rocío Acosta, mientras que Francisco Vergara, el embajador colombiano en la Opera de Colonia, donde ha desarrollado su carrera profesional, interpreta al barón Douphol.
El coro estable de la ópera y la Filarmónica de Bogotá están bajo la batuta de David Levi, estadounidense, experto en ópera, invitado habitual de la Opera de Colonia.

EL REGRESO A DUMAS HIJO
Resueltos los problemas musicales, el gran reto estribaba en la producción misma y en la selección del director escénico. Para ello se invitó a Anthony Pilavacchi, una de las nuevas figuras de la actualidad en Europa. Nacido en Chipre, educado en Francia, ciudadano irlandés y formado artísticamente en Guildhall School of Masis & Drama, de Londres, Pilavacchi ha logrado triunfos importantes con títulos como Falstaff, para Bonn, en 1991; Carmen, para Noruega, en 1992; Barbero de Sevilla, para Houston, con el debut de la gran Cecilia Bartoli, y hace algunas semanas con Peter Grimmes, en Colonia, teatro del cual es director escénico. Pilavacchi sostiene la tesis de que "a través del respeto a la música, la idea puede plantear provocación, pero siempre dentro de un concepto clásico, de enorme respeto, encaminado a mostrar que la ópera no es un espectáculo de museo".
Así, el destacado director decidió imprimirle un toque diferente a La Traviata de Bogotá. Y es que en esta obra se ha visto de todo: desde las fastuosas de Zeffirelli para el Metropolitan de Nueva York, pasando por las de Liliana Cavani para la Scala, todas inspiradas en el Visconti de la Scala milanesa del 55, hasta la producción alemana presidida por un ataúd del cual emerge Violetta caracterizada como un vampiro. Sin embargo, la mayoría son realistas y coinciden en ambientarla a finales del siglo XIX, con Violetta moribunda evocando su pasado.
Para La Traviata colombiana, Pilavacchi regresó a la fuente, es decir, al libro de Alejandro Dumas hijo, La dama de las camelias, que relata la vida de Alphonsine Marie Duplessis, su propia amante, quien murió en París en 1847. La Duplessis es presentada como Marguerite Gautier en la novela de Dumas y como Violetta en la ópera. De entrada, novela y obra de teatro fueron un escándalo para su época; y, por supuesto, también la ópera, cuyo fracasado estreno ocurrió en Venecia en 1833.
En el Colón se verá al propio Alejandro Dumas escribiendo y recordando durante el preludio, pues el escenario se ha decorado de manera que un fino velo, con frases escritas de la novela, deje vislumbrar al fondo un efecto no visto hasta el momento en otras producciones: la relación de la Duplessis con Alejandro Dumas padre, el autor de El Conde de Montecristo. La acción se ha ubicado en 1847, año de la muerte de Duplessis.
Deliberadamente se ha evitado el exceso de fastuosidad en la escena con el ánimo de acentuar algo fundamental para el reggista: las relaciones entre los personajes y su dialéctica con la sociedad en términos de destrucción física y espiritual, algo que para Pilavacchi no ha perdido vigencia siglo y medio después del estreno veneciano.
Entre tanto, para la parte puramente visual se invitó al alemán Michael Zimermann, un experto en la materia, quien se encargó de crear el vestuario de mediados del siglo XIX y la escenografía, que tiene como constante la utilización del color gris, una sutil evocación del mármol de la tumba de Violetta o de la Duplessis.
Respetando las intenciones originales de Verdi y la del libretista Piave, los tres actos transcurren en interiores, incluida la primera escena del acto II que tradicionalmente se desarrolla en un jardín. También comparten siempre fondos de ciclorama para generar la atmósfera de infinito y de idealización de los estados de ánimo de los protagonistas, para lo cual se recurre al hábil juego de luces del Alemán Hans Toelstede del teatro de la ópera.
Como se ve, la inauguración de la temporada va más allá del remolino encantador de la música verdiana que contiene algunas de las grandes páginas del repertorio: las arias y dúos de la Violetta, Alfredo y Germont, las gitanas y matadoras y sobre todo el archipopular brindis libiano ne'lieti calici. En fin, se trata de una ambiciosa versión que intenta con su estreno afianzar de una vez por todas a un público cada día más numeroso que, con títulos como La Traviata, El Barbero de Sevilla y Bodas de Figaro,volverá a colmar las salas y balcones del Teatro Colón, para bien de la ópera y del desarrollo lírico colombiano. -