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ROMUALDO Y JULIETA

La última película de Coline Serreau rompe con todas las exigencias sociales.

28 de octubre de 1991

COMO PUEDE irrumpir de manera tan definitiva en la vida de un alto ejecutivo, una mujer cuya única virtud es la de cumplir fielmente su papel de aseadora de oficinas?
Aparentemente las vidas de los dos protagonistas no tendrían por qué cruzarse. Pero por esas casualidades laborales, el triunfante o catastrófico destino del presidente de una importante compañía de lácteos que ha sido acusado de intoxicar a gran cantidad de gente, queda dependiendo de los aciertos o desatinos de su aseadora, quien será su única aliada en la búsqueda de las pruebas de su inocencia. Una vez cruzadas sus vidas, el destino de los dos es generoso en sorpresas.
No es una historia común y corriente. Detrás de una comedia que dista mucho de las tradicionales, está camuflado el verdadero sentido de la película: el de romper definitivamente las barreras de la raza y la posición social. En este caso no se trata de una cenicienta que se transforma, por razones del destino, en una opulenta dama de sociedad. Por el contrario, es el poderoso magnate de los negocios, gracias a las virtudes mágicas del amor, el que sucumbe ante la vida sencilla pero atafagada de su humilde dama, que para colmo del contraste es negra, con cinco hijos y divorciada de igual numero de matrimonios.

La fusión de dos razas totalmente diferentes, con costumbres iguales de disímiles y actitudes ante la vida divergentes muy poco probable en las sociedad occidental parece ser la prueba de que el amor no respeta cultura, ni rango, ni color.
Un buen ejemplo cinematográfico en una sociedad cada día más segmentada.