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SANGRE EN GRANADA

Al cumplirse el centenario del nacimiento de Federico García Lorca, el mundo continúa llorando su muerte prematura.

15 de junio de 1998

El niño sonaba para músico. Baldomero, hermano de su abuelo paterno, le había heredado a toda la descendencia de los García el amor por la música y la lírica popular. Su tía Isabel, hermana de su padre, don Federico GarcíaRodríguez, le había enseñado a cantar incluso desde antes de que aprendiera a hablar. Y su tío Luis, que tocaba como los dioses sin conocer una sola nota, le había despertado el amor por el piano y la guitarra. Sonaba para músico y por eso, ya instalada la familia en Granada luego de su estancia en Fuente Vaqueros _donde nació el pequeño el 5 de junio de 1898_ y una corta residencia en Asquerosa, sus padres le consiguieron un profesor para desarrollarle el talento mientras terminaba el bachillerato. De hecho, progresó mucho en la música, a pesar de que su padre lo obligara a estudiar derecho. El propio Manuel de Falla, su cercano amigo, quedaría maravillado ante algunas de sus composiciones. Pero no había remedio. Federico García Lorca había nacido con un temblor de versos en el alma, un breve temblor que alcanzó para producir algunos de los pasajes más hermosos de la poesía española contemporánea antes de que una ráfaga asesina terminara con su vida una imborrable madrugada de 1936.
El crimen, lejos de sepultarlo, lo transformó en su momento en el símbolo de la represión fascista y con el tiempo en el héroe mitológico que hoy sigue tejiendo hilos de sangre en una herida que no se acaba de cerrar.

La muerte: una obsesión
Con la muerte se había topado ya varias veces. La primera ocurrió en 1902, cuando contaba apenas con cuatro años. Su hermano Luis, que había nacido con el siglo, falleció de pulmonía en la casa de Fuente Vaqueros. Su madre, Vicenta Lorca Romero, recordaría tiempo después la forma con que asumió Federico el duelo. El suceso fue un anuncio de su obsesión por la parca. Pero su impresión definitiva se la llevó pocos años más tarde, con la muerte de Salvador Cobos Rueda, un viejo amigo de familia que vivía obnubilando a los niños con fantásticas historias de gitanos repletas de duendes y de hadas y a quien Federico retrataría en su primer texto literario, Mi pueblo, con el nombre de Compadre Pastor. Según cuenta Agustín Sánchez Vidal en su libro Buñuel, Lorca y Dalí: el enigma del siglo XX, Lorca se lo había encontrado tirado al borde del camino, en avanzado estado de descomposición. La imagen de ese lento y penoso trance hacia la muerte dejaría una profunda huella en su memoria. Una huella que no sólo saldría a relucir a lo largo de toda su obra, sino que quedaría patentizada en su célebre poema Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.
Salvador Dalí, amigo íntimo de Lorca y con quien el poeta pasó algunos de sus mejores años junto con Luis Buñuel, en la famosa Residencia de Estudiantes, en Madrid, dijo alguna vez que Federico hablaba de la muerte por lo menos cinco veces al día. De hecho, una de sus aficiones predilectas era representar, ante sus compañeros de la Residencia, su propio funeral en prolongadas descripciones poéticas que terminaban con él mismo tirado en la cama de su habitación, rígido y en estado catatónico hasta que una opulenta carcajada le devolvía el alma a la concurrencia.

Camino del cadalso
Pero aquel funeral imaginado sería una simple parodia estudiantil. En realidad las fatalidades del destino y de los hombres le tenían preparada una agonía infame que el propio Lorca comenzó a presentir en el verano madrileño de 1936, pocas semanas antes de enfrentarse, por última vez y para siempre, con la muerte en Granada. En los últimos meses las tensiones políticas entre el Frente Popular, de corte izquierdista en el poder, y el Frente Nacional, de tendencia fascista con ánimos de recuperarlo, se habían recrudecido de tal forma que la guerra civil parecía inminente. El poeta, desde hace rato vinculado estrechamente con la causa de los desprotegidos, los campesinos y los obreros, no sólo con su producción literaria sino con sus peregrinajes provinciales con su grupo de teatro La Barraca, no dudó un instante en apoyar al Frente Popular.
El asesinato del teniente antifascista José Castillo y la represalia de la izquierda con el homicidio de José Calvo Sotelo, jefe de la oposición ultraderechista, sirvieron de detonante del conflicto. Asustado por lo que le pueda llegar a pasar, Lorca decide huir a Granada, a pesar de las advertencias de sus amigos de que está más seguro en Madrid. De cualquier forma, Federico ha decidido reunirse con su familia en su casa de la Huerta de los Olivos. Sin embargo, en Granada la situación también está que arde. Los falangistas se toman pronto los cuarteles y tras el golpe militar están prestos a iniciar una ola de barbarie que dejará miles de viudas en los meses siguientes. Para los rebeldes de derecha Lorca no sólo es homosexual y amigo de izquierdistas sino un provocador ajeno a la causa de la restauración moral y política de la República. Presintiendo lo peor y con el enemigo pisándole los talones, el poeta aprovecha su antigua amistad con los hermanos Rosales, reconocidos falangistas, para refugiarse en su casa. Pero su destino está sentenciado. Uno de los principales conspiradores, el ex diputado Ramón Ruiz Alonso, se encargó de apresarlo el 16 de agosto, el mismo día en que ejecutaron a su cuñado, Manuel Fernández-Montesinos. Dos días después, aunque nunca se sabrá con exactitud, los ejecutores cumplieron la atroz sentencia, al pie de un olivo, a pocos metros del siniestro barranco de Víznar.
Así moría el poeta que había recuperado con toda suerte de metáforas y ritmos lo mejor de la tradición popular de Andalucía; el mismo cuya dramática visión de Nueva York lo había llevado a explorar caminos poéticos que lo elevarían a la altura de César Vallejo y de Luis Cernuda; el innovador dramaturgo que le regaló al mundo obras de la talla de El público, Yerma, Bodas de Sangre y La casa de Bernarda Alba y que había conocido la gloria en Buenos Aires y en España antes de su obligada fuga al infinito.
El dolor mundial ante la arbitrariedad de su muerte fue suficiente para levantar monumentos en su nombre. Frente a este fantasma no son pocos los que explican la importancia de Lorca más por su asesinato que por su propia obra. Entre ellos Jorge Luis Borges, quien a la luz del Romancero gitano, publicado por Lorca en 1928 con un éxito descomunal, se refirió al autor español no sólo como un poeta menor sino como "un andaluz profesional", en señal de que su poesía le parecía demasiado provinciana. Y aunque son muchos los que coinciden con Borges y alimentan su teoría diciendo que Lorca no hizo otra cosa que 'saquear' la poesía española, en torno del granadino también se ha formado una coraza de defensores.
"En primer lugar, comenta el escritor Nicolás Suescún, Borges no era un buen árbitro de la literatura. No tenía especial sensibilidad para la novela y vivía obsesionado con la literatura inglesa. En segundo lugar, que su poesía fuera popular no significa necesariamente que fuera mala. Por el contrario, Lorca es sin duda el mejor poeta de su generación, al lado de Luis Cernuda, y lejos de saquear la tradición poética, se valió de ella para explorar con maestría todas las formas del poemario español".
Pero incluso entre aquellos que están de acuerdo con el escritor argentino, hay críticos, como Rafael Gutiérrez Girardot, que admiten su legado. "A Borges se le nota que no leyó Poeta en Nueva York", dice Gutiérrez, para quien la serie de poemas publicados por Lorca en 1929, luego de su sofocante travesía por la llamada Capital del Mundo, representan un relevante patrimonio. El poeta colombiano Mario Jursich, por su parte, aunque le reprocha a Lorca el estilo declamatorio y altisonante de sus primeras creaciones, también reconoce que Poeta en Nueva York es "lo mejor que ha producido la poesía española en este siglo".
"Si muero dejad el balcón abierto", había escrito Lorca en un poema. Y el balcón no se ha cerrado. Sigue ofreciendo sus amplios ventanales para que las generaciones futuras sigan asomándose a sus versos y reconozcan en ellos todo el raudal de metáforas plateadas que le dieron gloria a su nacimiento y a una muerte que nadie se atreve a perdonar.