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Se rajó la televisión

Este año los canales nacionales le apostaron a lo que funciona y no tiene pierde. Por eso nos dieron más y más de lo mismo.

Camila González*
19 de diciembre de 2004

No sería raro que cuando alguien mire hacia atrás clasifique 2004 como el año en que la televisión colombiana tocó fondo. Cada vez es más pobre y rígida la fórmula que manejan los canales nacionales para hacer televisión, cada día brillan más géneros por su ausencia en la pantalla y los noticieros siguen pegados a un formato, demasiado preocupado por el rating, que no logra explicar el contexto de lo que nos está sucediendo y más bien contribuye a una enorme confusión.

Hoy en día la televisión nacional se nutre con tres géneros: noticias, telenovelas y realities. Punto. Con el esquema antiguo de programadoras afloraba la diversidad de géneros e inclusive la fusión entre ellos. El motivo principal de la actual limitación creativa es económica. Nada tan escaso como tener el rating como objetivo único. Si un programa funciona motiva la ley del menor esfuerzo y no lleva a experimentar en nuevos géneros, descuidando de paso a aquellos televidentes que no gustan de la oferta más popular. Así mismo las telenovelas ocupan un espacio exagerado en la programación porque son el único producto que se puede vender en el exterior, lo cual ha mejorado la calidad técnica pero limita la variedad en la oferta televisiva.

Quizás la crisis creativa que atraviesa la televisión, que despertó muchas críticas a lo largo del año, ha llevado a los canales a reaccionar al finalizar 2004. Aunque todavía son apenas unas pocas luces en el horizonte, aparecieron en escena ofertas atractivas por su calidad y novedad como La saga, negocio de familia, una propuesta que retoma la temática colombiana y hace una buena ambientación de época, y Todos quieren con Marilyn, por el simple hecho revolucionario de que su protagonista es una prostituta. Además, Punto de giro fue un esfuerzo por rescatar el dramatizado, que había muerto hace años.

Claro está que este dramatizado ha sido el único del año porque, aunque este género es el que más ha reflejado nuestro talento (La tregua, Vivir la vida, Señora Isabel, Los Victorinos, El cuento del domingo, La mujer del presidente), hoy ha pasado al olvido. Era un género maravilloso, pero que requería una aventura de programación porque, como los magazines, los musicales y los programas de opinión, usualmente sale al aire una vez por semana, lo que va en contravía de la estrategia de las franjas diarias para mantener la fidelidad del televidente. Es decir, que veamos todos los días a la misma hora la misma novela. Además, para los canales es más costoso hacer la misma inversión para 52 capítulos de un dramatizado que para 100 de una telenovela que puede llegar a 170 si es popular. Y más barato aún resulta traer los programas o las ideas de afuera, de donde muchas veces nos ofrecen lo menos bueno: cine tipo Schwartznegger, adaptaciones de las más ramplonas comedias de situación a la colombiana (Casados con hijos) y la misma fórmula reiterativa de realities. Es lo que funciona y no tiene pierde porque ciertamente lo vemos. Por eso nos darán más y más. Es como si al público, que le gusta comer hamburguesa y perro caliente, le redujeran su menú a eso y más de eso todos los días.

Así se estrecha el espectro de posibilidades de la tele como medio andante, que viaja, que lleva olores, sensaciones, rostros y vidas, con posibilidades infinitas de crear y recrear. Y lo que es bien grave, se esconde al país detrás de la convivencia de dos o tres famosos que compiten en un reality. ¿Por qué? Más que el rating, por físico miedo a tomar riesgos y porque ya no están los canales Uno y A para pelear, es decir, hay pocos competidores que impulsen la diversidad.

El análisis de los noticieros es cuento aparte. A pesar de los esfuerzos por diferenciarse, los de los privados resultan a los ojos del espectador un espejo uno del otro por la ausencia de agenda informativa propia. Casi siempre las noticias parecen ser una disculpa para llegar a la farándula.

El panorama de la televisión pública no es más alentador. En nuestro canal Uno, las programadoras que sobreviven tratan de dar la pelea con presupuestos bajos, ofreciendo especiales deportivos y noticieros como Noticias Uno, que se destaca por ser más investigativo e interesante. El canal institucional -el antiguo A- es puramente un órgano de difusión oficial y la Señal Colombia, luego del cierre de Inravisión, se ve a gatas para sostener lo bueno que aún tiene: El conciertazo, los ciclos de cine.

No obstante, la televisión pública aquí no es una opción importante, tal como sucede en otros países. Por ejemplo, TVN Chile es la primera opción para el público con 80 por ciento de su programación de producción nacional, TV Cultura Brasil está dedicada a la educación y la cultura, canal Once de México, la televisión de servicio público más antigua de América Latina, tiene gran calidad y la BBC mantiene su fórmula exitosa de independencia y buena televisión gracias a la financiación pública a través de un canon audiovisual que aportan todos los ciudadanos en el Reino Unido.

Afortunadamente este año se siguió consolidando un ánimo más crítico de la gente. Estamos despertando frente a la 'telebasura' y dándonos cuenta de que debemos saber ver la televisión. Siguen creciendo las ligas de padres contra la no violencia y el sexo, y han nacido nuevos observatorios de medios en universidades y centros de pensamiento. Sin embargo hace falta una mayor conciencia en colegios y hogares de la necesidad de combatir el analfabetismo audiovisual. Sería interesante que la Comisión Nacional de Televisión (Cntv) dedicara tiempo y recursos a enseñar a ver y a entender la televisión, que es una de sus funciones esenciales. Además, en pro de rescatar la diversidad de géneros y la calidad, podría motivar a los canales para que realicen más infantiles o periodísticos, como por ejemplo permitiéndoles incluir en los programas más exitosos un minuto adicional de pauta. No se puede responsabilizar de los problemas de la televisión sólo a los productores. Anunciantes, televidentes, críticos y gobierno tienen que estar conscientes de que la televisión no es un negocio más sino uno de los ejes de desarrollo social, cultural e incluso político de un país.

Por eso son esperanzadoras la creatividad y ganas con las que los canales regionales y locales -con bajo presupuesto- se dedican a promover el debate, el magazín y el documental como género que acerca al país. Además, los temas locales son su mayor riqueza. Hoy en día hay ocho canales regionales, 35 locales sin ánimo de lucro como Teleamiga, que ya se ve en 10 países, y para sorpresa de muchos, más de 70 sistemas de televisión comunitaria y universitaria. Sin duda se trata de un salto cuantitativo importante entre 2003 y este año, al cual hay que darle el beneficio de cambiar el canal.

Puede ser un error creer que solamente las novelas y los realities son buen negocio en televisión porque eso subestima al espectador. Al mercado le falta mucho terreno para sofisticarse, de manera que programas con audiencias relativamente pequeñas puedan tener pauta dirigida a ellas. Puede que un programa de opinión no sea el mejor vehículo para vender jabón, pero posiblemente sí para vender viajes internacionales.

Si la televisión nacional no innova ni amplía sus géneros ni busca a todos los públicos necesariamente perderá sintonía. Los televidentes más exigentes se están pasando al cable o la satelital y los niños están reemplazando la televisión por Internet, que sólo este año creció en Colombia en 30 por ciento. Ahí está el reto mayor de la televisión colombiana.

Por ahora es de esperar que 2005 va a combinar fórmulas: seguirán las novelas internacionalizadas, filmadas en Colombia por bajos costos de mano de obra; los realities, que llegaron para quedarse por largo rato, pero vendrán, ojalá no tan graneadas, propuestas interesantes.

*Crítica de televisión de SEMANA