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SENTENCIA DE MUERTE

Paul, el protagonista de la película "El vengador anónimo II" toma venganza por su propia mano. Un film que divide a los hombres en buenos y malos

11 de octubre de 1982

"El Vengador Anónimo II", a pesar de su mediocre calidad, ha completado 12 semanas en cartelera. El hecho no es extraño en un público como el nuestro, acostumbrado a identificar diversión con evasión de la realidad. Ya Miguel Marías, en un artículo sobre la primera versión de la película, aparecido en "Ojo al Cine" No. 5 (La desaparecida revista del también desaparecido Andrés Caycedo), la había analizado y criticado, en un intento por, según sus palabras, "tratar de desenmascararla, revelando su ideología implícita, desmontando su planteamiento tranposo de la realidad y poniendo en evidencia su rétorica y deformante dramaturgian". Ocho años más tarde, vuelve a salir al mercado del entretenimiento un producto similar, por no decir igual, y ante el cual se hace necesario repetir la tarea crítica.
Sin embargo, antes de entrar a pormenorizar los hechos que se cuentan en "El Vengador Anónimo II", se nos plantea la necesidad de eliminar el posible recurso de la identificación fácil de todo cine como ideológico y político, con lo que se trataría de explicar y agotar, de manera artificial, la totalidad de la película, evitando así, detenerse a analizar cómo aliena, cuáles son sus mecanismos y cómo maneja la ideología.
Paul Kersey, (Charles Bronson) un hombre de unos cuarenta años cuya pulcritud ética se transparenta en la apostura que le da el bien vestir, ha comenzado a recuperarse del golpe que había recibido años atrás (primera versión del "Vengador Anónimo"), en el que perdió a su esposa en manos de una pandilla de asesinos y a su hija Carol, quien tuvo que ser internada en un manicomio. Ahora su tiempo lo reparte entre su novia, bonita e inteligente, las visitas a su hija, quien comienza a mostrar una notoria mejoría, y su exitosa actividad profesional como arquitecto de una prestigiosa firma. Ha comenzado a olvidar su trágico pasado.
Vive en un barrio tranquilo, en una casa amplia y pulcra. Sin embargo, los espectadores saben que esa tranquilidad está en peligro porque han sido notificados, desde el mismo comienzo de la película, de que la inseguridad crece cada día más en la ciudad. Muy pronto, otra vez, Paul vuelve a ser victíma de ella. Una banda formada por tres negros (el color le basta al director para caracterizarlos como malos) y dos blancos (en ellos la descalificación surge al mostrarlos mal vestidos, con los cabellos largos y alborotados), lo roban, violan y matan a la muchacha del servicio de su casa y secuestran a su hija, quien ese día ha salido del sanatorio. Más tarde aparecerá también violada y muerta en una sórdida calle.
Al llegar a este punto de la cinta, los espectadores no tienen dudas sobre quién es quién. El bueno, en este caso Paul, ha sido definido por su dedicación al trabajo y por sus fuertes y nobles sentimientos paternales: los malos, como individuos sin familia, sin escrúpulos, vagos, maniáticos sexuales, mal vestidos. La inevitable navaja automática que poseen, es el sello característico y por lo tanto definitorio de su personalidad.
Comienza la investigación de rigor por parte de las autoridades del caso pero Paul asume la actitud de quien sabe de antemano que ésta no servirá para nada. Por eso prefiere encargarse él mismo, de la búsqueda de los asesinos y de su castigo.
Durante las noches, su vida cambia de espacio. Camina, en su búsqueda incansable, por calles sucias, sombrías, ruinosas, donde deben vivir, según el fácil esquematismo del director (Michael Winner), los malos -los malos no pueden vivir bien, verdad inamovible para muchos y que ha desatado una hipócrita y falaz polémica en nuestra televisión con la telenovela La Mala Hierba--. El ambiente en que viven los malos, contrasta con los colores suaves, las calles llenas de luz, las oficinas elegantes, en donde transcurre la vida de hombre de "bien" que lleva Paul durante el día. Esquemas y más esquemas, en una película donde los malos son irremisiblemente malos y los buenos definitivamente buenos.
Lo forzado del esquema se hace todavía más evidente cuando en una ciudad de varios millones de habitantes, Paul encuentra, sin ningún problema, a cada uno de los causantes de sus males. A uno por uno les va aplicando, sin fórmula de juicio, su sentencia: la muerte.
Ahora bien, para que los asesinatos de Paul sean vistos. a diferencia de los de la banda, como una buena acción, en el momento de aplicarles el castigo, los malos se encuentran consumando otra mala acción: traficando con drogas o armas, violando a alguna joven muchacha indefensa o realizando alguna actividad orgiástica. Con ellos se trata de crear una secreta complicidad entre los espectadores y el vengador, quien ya se ha convertido en noticia por su labor de limpieza.
El director se complace en mostrar cómo en la película la gente común y corriente, la gente decente, está con Paul. Lo encubren, lo protegen, no lo denuncian, porque su actividad se realiza en nombre de un supuesto bien social. Es el maniqueísmo llevado a su máxima expresión: el asesinato es bueno cuando es cometido por un hombre bueno, y malo cuando lo cometen los malos. Y junto a esa joya maquiavélica, la inevitable moraleja queda flotando en la sala: "Desconfíe de los instrumentos jurídicos. Tome justicia por su propia mano".
Rafael Parra Grondona.