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SILENCIO DE REDONDA

Con la muerte del checo Rafael Kubelik, la música perdió a uno de los directores de orquesta más grandes de este siglo.

23 de septiembre de 1996


LA MUERTE SORprendió al gran Rafael Kubelik en Suiza la semana pasada y con él se llevó a uno de los más grandes directores del siglo XX. Afortunadamente queda para la posteridad el legado insustituible de su arte en una discografía que reporta grabaciones de esas que se han convertido con los años en piezas de referencia del repertorio. Rafael Kubelik se negó sistemáticamente a ser un director más del repertorio estándar de las grandes casas discográficas. Prefirió mejor concentrarse en un núcleo de compositores en los cuales era sencillamente insuperable y así lo entendió bien el sello discográfico Deutsche Grammophon, que le permitió realizar el ciclo completo de las sinfonías de Gustav Mahler y lo propio con la obra de los grandes maestros de la música de su patria: Antonín Dvorak y Friedrich Smetana.
Cuando Kubelik fue al estudio de grabación para trabajar obras de esas que se consideran 'trajinadas', lo hizo con la convicción de ir a la segura y no se equivocó: un Rigoletto de Verdi con la orquesta de la Scala de Milán que encabezaba el gran Dietrich Fischer-Dieskau, secundado por una Renata Scotto en el apogeo de su carrera y asumiendo el riesgo =entonces inimaginable= de cantar la partitura tal cual la rubricó Verdi, limpia de excesos en las ornamentaciones del canto. También fue a la segura cuando grabó el Oberón de Von Weber, pues no siempre se da la oportunidad de contar en el mismo elenco con Plácido Domingo y la irreemplazable Birgit Nilsson. Igual su Lohengrin wagneriano con Gundula Janowitz y hasta su Concierto para piano de Schumann que tuvo a Geza Anda como solista.
Kubelik, de familia estrechamente vinculada con la música, era hijo de Jan Kubelik, el violinista checo de quien se dijo en su momento poseía la técnica del propio Paganini. Nació en Bychory, Praga, el 29 de junio de 1914, dio su primer concierto público como pianista a los 19 años acompañando un recital de su padre. A partir de 1936 inició su carrera de director estelar cuando fue nombrado titular de la Orquesta Filarmónica checa. A partir de ese momento las nominaciones fueron llegando una tras otra: director de la Opera de Byrno, de la Sinfónica de Chicago, del Covent Garden de Londres, Metropolitan Opera House de Nueva York y de la Sinfónica de la Radio Bávara, que bajo su dirección se convirtió en una de las más sólidas y versátiles orquestas del mundo.
Kubelik, además de extraordinario director fue también fecundo compositor de óperas, música vocal, de cámara y tres Requiem. Fue condecorado con la medalla Gustav Mahler por su trascendental labor en pro de la difusión de sus obras y tuvo el honor de ser dedicatario de importantísimas partituras del siglo XX: los Frescos de Piero de la Francesca de Martinú, los Monólogos de Jedermann de Frank Martin y la Leyenda de Jacob de Schoenberg, entre otras.
Sin duda la gran cualidad de Rafael Kubelik, naturalmente dando por descontadas sus formidables dotes de director sinfónico y operístico, fue su firme convicción de poner su arte al servicio de compositores que, como Mahler, Smetana y Dvorak, no estaban en la prioridad de la agenda de sus contemporáneos.