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SINFONIA DE LOS ADIOSES

23 de junio de 1997

Sinfonía de los adioses Con la muerte del guitarrista Narciso Yepes, España entra en la recta final de una época de grandes glorias musicales. La muerte de Narciso Yepes fue otro campanazo al medio musical español en la tarea de aceptar que el cuarto de hora glorioso de sus grandes intérpretes difícilmente se prolongará. Y es que imaginar el siglo XX musical sin los españoles es imposible. Entre otras cosas porque España se dio el lujo de que sus voces e instrumentistas cambiaran la historia: cómo imaginar el mundo sin Pablo Casals, para muchos el más extraordinario violoncellista de todos los tiempos. Poseía tanto prestigio que consiguió el eco del mundo entero cuando calló artísticamente como protesta a la dictadura de Franco; silencio que rompió para participar en el bicentenario de Bach. Murió en 1973 y desde entonces España no ha conseguido producir otro cellista de su categoría. Similar fue el caso de Andrés Segovia, que se dio el lujo de instalar la guitarra en las salas de concierto. Su aparición hizo que todos los grandes compositores de este siglo se dieran a escribir repertorio para el instrumento. De los años 60 en adelante Segovia, que murió en 1991, compartió la popularidad y la fama con Narciso Yepes. En el piano la gran estrella española se llama Alicia de Larrocha, que ha cubierto un repertorio amplísimo pero se consagra como las más autorizada intérprete de los compositores de su país, como Albéniz y Granados. Sin embargo, Larrocha, nacida en Barcelona en 1923, no está ya en condiciones de mantener una agotadora actividad de conciertos o de continuar enfrentando el repertorio que la hizo famosa. De sobra se sabía que el sumo sacerdote del arpa se llamaba Nicanor Zabaleta, quien nació en San Sebastián en 1907 y murió en abril de 1993. Su caso es tan sencillo como que fue el más grande arpista de la historia. Ni España ni el mundo han conseguido darle un sucesor. Finalmente están las voces de España. Longevas pero ya con signos claros de agotamiento. En las femeninas la más legendaria es la de la soprano Victoria de los Angeles. Esta contemporánea de Larrocha, retirada de la ópera, mantiene su actividad en las salas de concierto, donde el público la respeta más por lo que fue que por sus condiciones actuales. Pilar Lorengar, también soprano y con una carrera brillantísima, murió de 58 años en 1996. La tercera española, la catalana Monserrat Caballé, con 64 años ya aseguró su lugar de honor en la historia del canto. Sigue actuando, pero para nadie es un secreto que teatros de gran prestigio como la Scala o la Metropolitan hace años prescindieron de sus servicios. Como también lo hicieron con la mezzosoprano Teresa Berganza, de 62. Con los hombres la cosa es de tenores, porque todos lo son. Jaime Aragall, de 59, una de las voces más bellas de la historia, tiene un temperamento nervioso que ha precipitado su retiro, por lo menos de las grandes casas. El canario Alfredo Krauss es una especie de milagro, porque con 70 años sigue cantando en todas partes, aunque ya empieza a protagonizar desastres. El catalán José Carreras es el menor del grupo con 51 años, una voz agotada por la enfermedad que sufrió y una carrera artística manejada torpemente. Para más de uno la permanencia de Carreras en el panorama internacional obedece al enorme poder de las multinacionales disqueras que inflaron su arte a raíz de los megaconciertos del mundial de fútbol, al lado de Pavarotti y Plácido Domingo. Este madrileño que con 56 años se mantiene vigente y no tiene entre sus planes el retiro, promociona su carrera como director (nada importante pero el nombre ayuda). Domingo canta aún con calidad, pero su peor enemigo son sus grabaciones de la década del 70, cuando por derecho propio se instaló entre los grandes tenores del siglo. Dada su condición de director, seguramente será el encargado de conducir la Sinfonía de los adioses de los grandes intérpretes musicales de España.