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SINFONIA INCONCLUSA

Crisis en la Sinfónica, decadencia en la Filarmónica y un negro futuro por falta de incentivos, para las demás orquestas del país.

24 de octubre de 1988

Todo el mundo lo sabe pero nadie hace algo por remediarlo. Que las orquestas sinfónicas están en crisis no es nada nuevo. Pero lo que indigna es que nadie quiere ponerle punto final al problema y la crisis crece día a día.
Prueba de ello es que jamás se ha hecho un análisis a fondo para averiguar las causas reales de la situación, y cuando algunos han intentado acercarse al meollo del asunto, una cortina de humo se cierne sobre el tema. La razón para que esto ocurra estriba en que buena parte de tales responsabilidades recaen sobre el propio Estado colombiano.
La ausencia de una política cultural es sin duda una de las raíces del problema, y no se hacen esfuerzos por definir y orientar una posición que esté por encima de caprichos de gobernantes de turno. No hay conciencia de la importancia que la música, como otras expresiones del arte realizadas por profesionales, tiene dentro del panorama cultural del país. Por lo anterior no se formulan propuestas, se dilatan o entorpecen decisiones, no se evalúan las necesidades que agobian al gremio y, mucho menos, se otorgan presupuestos realistas que permitan desarrollar un trabajo que a mediano y largo plazo muestre resultados concretos.
Para nuestros dirigentes, la música figura apenas como un esparcimiento al cual algunos "románticos" dedican su vida. De ahí que la formulación de políticas de apoyo este fuera de todo programa de gobierno. Un ejemplo está en la imposibilidad de conseguir partituras, textos de consulta, bibliografía especializada e inclusive instrumentos. Hasta hace poco tiempo todos estos elementos figuraban en el renglón de "artículos suntuarios" de prohibida importación y hoy, cuando traerlos al país es un poco menos engorroso, los altísimos impuestos que los interesados deben cancelar al fisco hacen que, por ejemplo un instrumento musical -de por si costoso en los mercados mundiales y que aquí no se produce- duplique y a veces hasta triplique su valor original. Esto se traduce en que la música sea una profesión inalcanzable para la mayoría de los colombianos ya que el Estado, lejos de otorgar subvenciones, por el contrario grava con el mismo rigor un sofisticado electrodoméstico que un instrumento musical.
La otra cara del problema, igualmente preocupante, está por los lados del Conservatorio Nacional de Música. Esta institución no autónoma, dependiente de la facultad de Artes de la Universidad Nacional, clama de tiempo atrás por una reestructuración a fondo: métodos de enseñanza actualizados, cátedras en todas las áreas, equipos técnicos de ayuda y, sobre todo, profesorado altamente calificado con especialización pedagógica. En este terreno, cada vez que se pone dedo en la llaga no faltan quienes defiendan la institución a capa y espada, pero sin poder demostrar con hechos y resultados audibles sus argumentos. O si no, ¿dónde están esos músicos directores de orquesta de óptima categoría que requieren las orquestas colombianas para llenar sus vacantes?
El ex director de Colcultura Carlos Valencia Goelkel, en declaraciones concedidas a SEMANA, anotaba que la Orquesta Sinfónica de Colombia durante su gestión administrativa "abrió varios concursos para llenar atriles vacíos, y hubo que declararlos desiertos porque los concursantes no daban la talla".
Al realizar una suma de estas dr realidades se llega en parte al núcleo del problema, que es en cierta manera un círculo vicioso: como al músico profesional cada día se le ponen más trabas para que ejerza a cabalidad su trabajo, muy pocos se arriesgan a seguir la carrera de la música. Y quienes, a pesar de lo anterior, insisten en dedicar su vida a esta disciplina, encuentran que las escuelas especializadas no dan las garantías suficientes para convertirlos en profesionales capaces de competir, incluso en el mediocre medio musical colombiano.
Pero aun así, algunos consigue -después de años de estudio- llegar a la meta e ingresar a alguna de las agrupaciones sinfónicas profesionales, pero el panorama no se muestra en este terreno más alentador. Ninguna de las orquestas de Bogotá cuenta con director titular y así el ex director de Colcultura, Carlos Valencia, afirme que "con un director asistente y unos cuantos invitados se puede dirigir la orquesta", la realidad es otra muy diferente. Ninguna agrupación sinfónica profesional en el mundo mantiene acéfalo el cargo de director titular, ya que este vacío redunda, de inmediato, en la calidad del trabajo. No hay que llamarse a engaños. El nivel técnico y musical de las dos más importantes agrupaciones sinfónicas colombianas, ejes de la vida musical en el país, es bastante cuestionable. ¿Qué esperar entonces de las demás, que cuentan con muy inferiores presupuestos, muchas más vacantes y las mismas limitaciones expuestas anteriormente?
Pero si a la carencia de director y de instrumentistas -que el medio no los da pero tampoco se pueden importar por falta de presupuesto-, se suman la imposibilidad de conseguir instrumentos y partituras que renueven repertorio, la situación no puede ser más desalentadora.
No obstante lo anterior, las orquestas a marchas forzadas subsisten, unas completamente burocratizadas y estancadas como la Sinfónica de Colombia, carente de incentivos y de presupuesto para solucionar el cúmulo de problemas que la agobian -sin director titular, sin concertino, con buen número de atriles vacíos, carencia de instrumentos, de partituras, imposibilidad de contratar importantes figuras solistas- o la Filarmónica de Bogotá, que con idénticas limitaciones insiste en conquistar nuevos públicos mediante la realización de foros estudiantiles, ciclos sinfónicos o conciertos didácticos en los barrios de la ciudad, con programación específicamente diseñada para cada escenario.
Pero la realidad de fondo es que la calidad artística de nuestras orquestas profesionales y el desamparo presupuestal en que viven son angustiosos y ya no vale hablar de crisis pues como tal, hace tiempo dejo de serlo para convertirse en un mal de carácter endémico con pronóstico grave.
Lo cierto es que, con semejantes ingredientes, el futuro de las orquestas colombianas está bastante nublado. Lejanas están las épocas en que la música sinfónica contaba con el apoyo irrestricto del Estado y se traían músicos de la talla de un Olav Roots que gracias a sus maravillosas notas musicales, al apoyo con que conto y a los geniales intérpretes que trajo, marcó la época dorada de la Sinfónica de Colombia. Pero esos años están lejanos y en la actualidad, el público amante de la música clásica debe conformarse con interpretaciones de segunda categoría, que amenazan con empeorar a medida que pasa el tiempo.