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Sísifo y las matemáticas

Una historia extraordinaria que introduce al lector profano en un mundo intrínsecamente difícil.

Luis Fernando Afanador
16 de octubre de 2000

Cada familia tiene su oveja negra. La de la familia Papachristos es el tío Petrus: un inútil, un fiasco. Así al menos le parecía a su hermano —próspero comerciante de Atenas— y así se lo presentaba su hijo, quien será el encargado de descubrir y revelar la verdad sobre la vida del tío.

Como es obvio, la actitud despectiva del padre del narrador y de su hermano Anargyros consigue el efecto contrario: despertar en él un enorme interés y afecto hacia el tío Petrus. Poco a poco empieza a descubrir lo que le esconden: el personaje solitario, huraño y fracasado fue en su juventud un brillante matemático, profesor de la Universidad de Munich. A los 21 años elaboró el método Papachristos para la solución de las ecuaciones diferenciales que tendría grandes utilidades prácticas. Luego, nada: el abandono de la universidad a raíz de la Segunda Guerra Mundial y demasiados años de silencio en su casa rural de Ekali, con esporádicas escapadas a un club de ajedrez.

Su don, su prodigioso talento para las matemáticas, lo desperdició, lo arrojó a la basura. Y todo porque se había obsesionado por resolver la ‘conjetura de Golbach’, ¡el problema más difícil de las matemáticas, lo que nadie ha podido resolver! Una vida entera desperdiciada por un ‘acertijo absurdo’. Eso era lo que no podía perdonarle el pragmático padre del narrador, para quien el secreto de la vida consistía en fijarse siempre metas alcanzables.

Para ‘el sobrino preferido’, desde luego, no resultaba ningún crimen. Tal actitud convertía al modesto y retraído tío Petrus en un héroe romántico con el cual, necesariamente, iba a identificarse: “El hecho de que hubiera fracasado en su intento no sólo no lo rebajaba ante mis ojos, sino que, por el contrario, lo elevaba a la más alta cumbre de excelencia”. Para desgracia de su padre —y de su familia— se iba a apasionar por aquella disciplina hasta el punto de tomar una decisión inapelable: convertirse en matemático.

Pero no iba a ser un camino fácil. Y no tanto por las resistencias de su familia —apenas obvias— sino de la persona que menos se hubiera imaginado: su propio tío. Para éste, no bastaba con tener buenas intenciones; el matemático nace, no se hace. Y, al igual que en el arte y los deportes, si no se es el mejor, no sirve. Un matemático medio es una tragedia viviente, le explica. Para probar su aptitud natural, le propone, entonces, un trato: debe resolver en tres meses un problema que él le va a dar. Si no lo consigue, no tiene talento y, en consecuencia, deberá desistir.

Después de un arduo esfuerzo, ‘el sobrino preferido’ fracasa con el desafío. Derrotado y frustrado, viaja a la Universidad de Columbia para estudiar economía. De casualidad —la realidad no es tan fiable como la ciencia—, su compañero de cuarto resulta ser un muchacho ‘canijo’ de Brooklyn, un prodigio de las matemáticas. Y claro, le hace la pregunta inevitable. Le pide que resuelva el problema que cambió su destino. Con lo que no cuenta, es con la risa del genio en cierne: no le puede responder porque el problema que le puso “el cabrón” de su tío era nada menos que la conjetura de Golbach.

Es apenas el comienzo de una relación que pasará por el odio y volverá nuevamente a la admiración. El enigma que es la vida del tío Petrus está todavía por descubrir. Y aclararlo va a ser una fascinante aventura intelectual que nos acercará con claridad pero sin demagógicas concesiones —ahora tan de moda— al esotérico mundo de las matemáticas, un mundo de una verdad y de una belleza “que no puede obtenerse mediante ninguna otra actividad humana”. La generosidad de su autor no nos dejará naufragar. Porque, sabiamente, al contar la historia de una cerrada disciplina no se le olvida nunca que está contando la historia de una pasión. Que tiene que ver con la soberbia, con las metas en la vida, con nuestra pequeñez o grandeza en alcanzarlas. Y eso nos concierne a todos.