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¿Sombra de Nat King Cole?

La cantante Diana Krall se perfila como una de las mejores voces del ‘jazz’ pero puede estar sacrificando una carrera como pianista.

Juan Carlos Garay
28 de febrero de 2000

Se dice que una vez le preguntaron al barítono Dietrich Fischer-Dieskau acerca de sus influencias musicales, y éste no dudó en mencionar a la cantante de jazz Ella Fitzgerald. La anécdota es hoy menospreciada por los ortodoxos seguidores del canto operático y sobrevalorada por los amantes del jazz.

Tal vez el dato no es tan inocuo como quieren creer los unos, ni tan trascendental como piensan los otros. Pero, de fondo, demuestra que existe un estilo de canto jazzístico que tiene sus propias técnicas y atrae la atención de los entendidos. No cualquiera puede ser vocalista de jazz; no cualquiera se gana así de fácil la admiración de uno de los mejores barítonos de la historia.

En ese universo de voces del jazz, que cuenta con Ella Fitzgerald como ‘primera dama’, irrumpió recientemente otra dama llamada Diana Krall. Y la comparación de esta joven cantante canadiense con las viejas glorias no es gratuita; la propia Krall se ha encargado de reconocer a las grandes leyendas como su fuente de inspiración. De hecho, muchos la conocimos por un álbum titulado All for You (1996) en el cual rendía tributo a Nat King Cole conservando la misma instrumentación de aquellas primeras grabaciones.

Ahora reaparece Diana Krall con When I look in your eyes e irónicamente, a pesar del cambio de repertorio, pareciera seguir siendo la sombra de Nat King Cole. Digo esto porque hace tres años, cuando sus grabaciones empezaron a tener acogida, se le reconocía como talento pianístico y su canto era apenas un adorno para algunas de sus piezas. Así comenzó también Cole, hasta que los productores decidieron explotar mayormente su voz, y el mundo terminó quedándose con la imagen del cantante, olvidando al estupendo pianista de jazz de los primeros tiempos.

When I look in your eyes es un disco impecablemente entonado: Diana Krall tiene esa facultad que sólo se atestigua en las grandes voces —Fitzgerald o Fischer-Dieskau, no importa— de impregnar con diversas emociones su canto, según los textos que va interpretando. Pasa de la sensualidad de Let’s face the music and dance al alegre desparpajo de Pick Yourself Up con una naturalidad prodigiosa. Pero quienes hemos oído sus anteriores discos extrañamos la otra mitad de su arte, porque ahora los solos de piano se han reducido a unos pocos segundos y, en varios momentos, desaparecen doblegados ante una orquesta de cuerdas.

Nadie discute, pues, el talento vocal de la Krall; menos aún si le adeuda, como hemos dicho, a los grandes pioneros del canto jazzístico. Y con seguridad los arreglos orquestales del curtido Johnny Mandel ayudan a resaltar esas cualidades. Pero ojalá no se olviden los productores de que Diana Krall es tan estupenda pianista como cantante. Que su talento es doble.