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Soñar no cuesta nada

Un elenco de buenos actores salva esta valiosa producción de algunos pecados menores que comete.

Ricardo Silva Romero
12 de agosto de 2006

Título original: Soñar no cuesta nada.
Año de estreno: 2006.
Dirección: Rodrigo Triana.
Actores: Manuel José Chávez, Carlos Manuel Vesga, Juan Sebastián Aragón, Diego Cadavid, Marlon Moreno, Carolina Ramírez, Verónica Orozco.

Uno le perdona tres cosas a la entretenida Soñar no cuesta nada: le perdona la resolución acelerada, los video clips fuera de lugar y el artificioso lenguaje de la era uribista ("es dinero de esos narcoterroristas", dice un falso recluta en medio de la selva), porque, en medio de una producción de primera, frente a unas cámaras que saben hacernos sentir lo que está sucediendo, sus buenos actores consiguen ponernos del lado de aquellos soldados de contraguerrilla que en mayo de 2003 hicieron lo que pudieron para quedarse con los 46 millones de dólares que hallaron en un campamento abandonado por las Farc. El largometraje sigue, en especial, la reveladora reacción de cuatro miembros de la compañía: Lloreda, Venegas, Porras y Perlaza. Y les entrega a estos dos últimos las dos conmovedoras historias de amor que mueven el relato hacia adelante.

Diego Cadavid, el bondadoso Lloreda, prueba que es un actor mucho más interesante de lo que la televisión nos había hecho creer. Juan Sebastián Aragón, el intrépido Venegas, se despoja, qué bueno, de ese tono teatral que nos obligaba a imaginarlo en el mundo de Julio Jiménez. Manuel José Chávez, el honorable Porras, consigue transmitirnos el drama de un joven que trata de obrar bien en nombre de una esposa y una hija que aspiran a sobrevivir a una terrible crisis económica. Y Carlos Manuel Vesga, el alegre Perlaza, no nos deja olvidar que aquel estupendo personaje humorístico le ha dedicado su vida a la empresa más triste de todas: convertir en "una dama" a una prostituta que sólo ha volteado a mirarlo un par de veces. Los cuatro, sumados, conforman el más interesante retrato de "lo colombiano" que ha hecho el cine de acá desde el estreno en 1987 de El embajador de la India.

Esta es, después de la infravalorada Como el gato y el ratón (2002), la segunda producción cinematográfica del buen equipo conformado por la productora Clara María Ochoa, el guionista Jörg Hiller y el director Rodrigo Triana. Se puede intuir, desde ya, un tema que los perseguirá de película en película: lo que sucede cuando el desposeído se vuelve poderoso. Tras la alegoría que arruinaba el final de aquella primera sátira, tras la inevitable resolución aparatosa de esta segunda historia (resulta fundamental cierta distancia a la hora de narrar cualquier aventura, pero más, mucho más, cuando se trata de una aventura de la vida real que aún no ha terminado), cabe esperar que el trío mencionado filme, en los próximos años, obras mucho más redondas.

Que nadie trate las películas colombianas como películas colombianas. Que nadie las aplauda por el esfuerzo. Y nadie las critique desde ese arribismo (ese placer que nos produce decir "el cine colombiano es malo") que nos obliga a condenar lo nacional antes de conocerlo. Perdonémosle los deslices citados a Soñar no cuesta nada. Pero hagámoslo, claro que sí, porque es una película valiosa.