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TAN SOLO UNA NOCHE

De cómo unos minutos de placer pueden alterar para siempre los destinos de un matrimonio.

12 de octubre de 1998

Las películas sobre infidelidades suelen ser macabras, como Atracción fatal; trágicas, como La mujer de al lado; cómicas, como Infielmente tuya. Otras, como Los puentes de Madison, son más románticas y exploran las dificultades de la fidelidad bajo las perspectivas de un matrimonio armónico que, sin embargo, siempre corre el riesgo de una inevitable aventura.
Mike Figgis, el mismo director de Adiós a Las Vegas, acomete el tema desde un punto de vista similar pero medido bajo los impulsos meramente sexuales. Su película se titula Tan sólo una noche y narra la historia de un próspero publicista de Los Angeles (Snipes) que, por esas casualidades del destino y sin que el mismo esté predispuesto para la ocasión, termina involucrado con una hermosa diseñadora (Nastassja Kinski) en una noche de placer, durante un viaje a Nueva York que él realiza para visitar a su mejor amigo (Downey Jr.), un homosexual al que le han diagnosticado sida.
El efímero romance, sin embargo, sirve de catalizador directo de toda suerte de reflexiones en torno de su matrimonio hasta que, un año después, vuelve a encontrarse con su antigua amante, de nuevo en Nueva York, pero esta vez en la habitación de un hospital donde agoniza su amigo. Un sorpresivo encuentro que le revela una realidad insospechada: ella está casada con el hermano del enfermo. La fuerza de la atracción está intacta y eso es algo que el espectador descubre a medida que transcurren los minutos, con consecuencias tan increíbles como impredecibles.
¿Hasta qué punto un matrimonio puede considerarse sólido a pesar de la ausencia de conflictos? Sin salirse del decidido tono de comedia impreso en la cinta, Figgis responde a la pregunta con una naturalidad que parece forzada, pero que bien puede erigirse en un manifiesto de los obstáculos invisibles que acechan hasta a las relaciones más firmes.