"El último metro", de Francois Truffaut, es una de las películas más seductoras que se hayan filmado en los últimos años. No sólo por la historia que cuenta, sino también por la forma de narrarla. Esta última permite a la gran masa de espectadores carentes de la formación más elemental en cuestiones cinematográficas, y que hoy en dia se ha convertido en una gran traba para la evolución del cine como arte, familiarizarse con la idea de que existe un lenguaje cinematográfico, impulsándolo a que observe y reflexione sobre ello.
La actividad artística de un grupo teatral, el Montmartre, durante los años de la ocupación alemana en Francia (1942-1944), conforma el eje dramático en torno al cual se construye la historia de Marion Steiner, actriz de la época, bellamente protagonizada por Catherine Deneuve. Eran los años en los que la vida cotidiana de los franceses transcurria bajo la ley impuesta por los miembros del III Reich. Las carreras desesperadas para alcanzar el último metro de la noche antes del toque de queda, los chillidos de las sirenas alertando sobre posibles bombardeos, la angustiosa búsqueda del refugio antiaéreo, las requisas sorpresivas y los repentinos apagones, entraron a formar parte de la vida diaria de los parisinos. Mas sin embargo muchas de sus costumbres permanecieron inquebrantables. Así como las jóvenes mantuvieron su coqueteria llegando hasta el punto de pintarse las piernas para simular las medias veladas que escaseaban, también la afición de los franceses por el teatro en ningún momento decayó.
Y es precisamente a la actividad teatral, pero más concretamente al actor, a quien Truffaut le rinde homenaje en esta película. Según sus palabras "es un filme de amor y aventuras que muestra nuestra aversión por todas las formas de racismo e intolerancia, y nuestro profundo afecto por los que han ejercido el oficio del actor durante todos los tiempos". En realidad, es una película que permite variados acercamientos por parte del espectador, según su grado de preparación, no sólo cultural sino también cinematográfica. Porque más allá de la anécdota de "amor y aventuras", la película presenta una contraposición entre lo que es el trabajo del actor en el teatro, por un lado, y lo que es su trabajo en el cine por el otro. Para que el espectador reflexione sobre tal hecho, Truffaut le da a lo largo de la película una serie de sutiles elementos, como lo son, entre otros, el hecho que Marion, la protagonista, abandonó el cine para dedicarse al teatro y que por el contrario, una de las jovenes actrices de su compañía teatral la abandona finalmente para dedicarse al cine.
Sobre tal paralelismo, la historia del cine está llena de referencias. Para nadie es un secreto que el teatro del siglo XIX configuró a la naciente industria cinematográfica y a las personas que llegaron a ser sus estrellas. Sin embargo, en esa época, la susceptible dignidad de la gente de teatro se veía afectada fácilmente si tenía que trabajar para el cine. Exhibían una avergonzada repugnancia cuando los malos tiempos les obligaban a participar en el trabajo cinematográfico.
Intérpretes tales como Mary Pickford, con años de experiencia cinematográfica a sus espaldas, habitualmente esperaban poder volver al teatro encuanto se montara una obra adecuada. Hoy en día muchos actores y directores, Arthur Penn por ejemplo, vuelven al teatro muy a pesar suyo, cuando las cosas no andan del todo bien en el competitivo mundo del cine.
Las diferencias, múltiples en ambos oficios, son hábilmente hilvanadas en "El Ultimo Metro". Allí podemos apreciar cómo mientras en teatro el actor es el portador principal del mensaje, en el cine la significación puede distribuirse por igual entre el actor y los objetos que lo rodean, o incluso, recaer en los objetos y no en las personas. Por eso, hacia el final de la película, Truffallt da una maravillosa última puntada a la relación cineteatro cuando vemos a Marion caminar en medio de camas hospitalarias, instrumentos médicos, enfermeras y heridos, sin que el espectador se de cuenta que se trata de teatro y no de cine.
También la extraordinaria actuación de Gerard Depardieu, como Bernard, contribuye a profundizar en el problema. Ella muestra claramente que una de las particularidades más notables del comportamiento del actor en el cine es la autenticidad, al punto que crea en el espectador la ilusión de que está observando la realidad, rehuyendo lo teatral, lo artificial. Cuando Bernard actúa como preceptor en la obra que Lucas Steiner dirige desde su escondite, vemos cómo aun la escena más realista requiere una determinada conducta artificial: el actor piensa en voz alta (lo cual cambia por completo su forma de hablar), habla bastante más que lo que suele hacer el hombre real, regula el volumen de la voz y la pronunciación (lo cual incide en su mímica) para que le pueda oír toda la sala, etc. Sin embargo, todos estos aspectos forman parte de una de las variadas posibilidades de acercamiento que permite esta película, la cual pertenece al grupo de las que el espectador puede repetir con placer.--
Rafael Parra Grondona