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Un video y una video-instalación ganaron el Salón Nacional de Artistas que entra en su recta final.

Diego Garzón
5 de septiembre de 2004

En medio de una selección de 89 obras de artistas de todas las edades y todas las regiones del país, era de esperarse que el Salón Nacional de Artistas tuviera de todo: desde propuestas flojas y poco sustentadas hasta obras de una contundencia indiscutible. Como, por ejemplo, Re/trato de Óscar Muñoz (Popayán, 1951), ganador de uno de los dos premios que otorgó el jurado. Este año, aunque el salón también estuvo sujeto a críticas y cuestionamientos, la decisión final fue mucho menos polémica que en versiones anteriores (basta revisar la del salón anterior en Cartagena). En el caso de la convocatoria nacional, las menciones a Miguel Ángel Rojas, María Teresa Hincapié y a Mapa Teatro eran más que merecidas, aunque sorprendió mucho que la video-instalación Santoral, de José Alejandro Restrepo, no hubiera estado en la lista de ganadores pues sin duda es una de las obras más impactantes del salón.

En la obra de Muñoz aparece una mano pintando un rostro, con pincel y agua, sobre una baldosa caliente. El dibujo se va deshaciendo a medida que el artista lo pinta pues el sol hace que el agua se evapore. El proceso se repite interminablemente sin que el rostro se fije jamás a la baldosa, en una metáfora sobre la obra inmortal, sobre la imposibilidad de que el arte se quede para siempre. A pesar de la insistencia del artista, la obra desaparece, enriqueciendo lo efímero, lo que no puede permanecer, y dando más importancia al proceso que al resultado final de una obra. También es una reflexión sobre el retrato mismo y el dibujo como soporte.

Por el lado de los seleccionados en salones regionales, la ganadora fue Adriana Arenas (Pereira, 1969) con la video-instalación La fábrica de oro y piedras preciosas, y las menciones fueron para Milena Bonilla (ganadora del Salón Regional de Bogotá), Adolfo Cifuentes (ganador del Salón Regional Centro Oriente) y Eduardo Consuegra (mención en el Salón de Bogotá). Bonilla, mientras hacía varios recorridos en busetas por Bogotá, iba cosiendo los espaldares de las sillas destrozadas por miles de usuarios que a diario se sientan ahí y que no pueden evitar rasgarlas. Consuegra, a través de fotografías, da fe del contraste de la arquitectura bogotana que, de paso, representa a la sociedad. Edificios gigantes, algunos que representan lujo, se levantan justo al lado de viejas casuchas que se niegan a desaparecer.

La obra de Arenas está dividida en tres espacios totalmente oscuros pero articulados entre sí. El primero está iluminado por una bola de discoteca que cuelga del techo. Se oye un vallenato a todo volumen y en un monitor, a manera de karaoke, se puede ver la letra en inglés de la misma canción. En el segundo espacio hay una proyección de un paisaje, en apariencia tropical y en el tercero, en cuatro pequeños monitores, se ven imágenes de círculos de colores que se hacen y se deshacen. Hay una alusión a ese sueño americano 'frustrado', a cómo se ve y se oye la realidad en otro contexto -la letra del vallenato en inglés-, remite a la nostalgia y a cómo las ilusiones cambian de sentido pues no siempre salir de Colombia es para bien. Todo partió de un guión, de una historia de amor fallida que inventó Arenas, pero también de su interés por las máquinas que pueden transformar todo lo que rodea al hombre. El jurado destacó la obra porque "articula a través de una conjugación de nuevos medios una ambientación política que trata temas de antropología urbana y de culturas populares actuales". El salón estará abierto al público hasta el próximo 12 de septiembre y realmente vale la pena que quienes no han ido vean en qué anda buena parte del arte colombiano.