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Tesoros perdidos

La primera novela de Juan Carlos Botero: más buenas intenciones que logros.

Luis Fernando Afanador
16 de noviembre de 2002

Juan Carlos Botero
La sentencia
Ediciones B, 2002
263 páginas

El primer problema de este libro es que la acción no empieza sino hasta la página 170, dijo recientemente Edgardo Dorby en El País de Madrid acerca de la novela que nos ocupa: La sentencia, del escritor colombiano Juan Carlos Botero.

Y en efecto, sólo hasta dicha página comienza la búsqueda del tesoro del barco La Armona, encallado en 1705 en los Bancos de Salmedina, cercanos a la bahía de Cartagena. Y con él, regresa cierta emoción a un relato que había sido lenta navegación sin viento, aburrido discurrir por el mar de los Sargazos.

Porque de eso se trata en últimas esta historia: de contar el rescate de un millonario tesoro no declarado en el manifiesto oficial de La Armona, circunstancia que al parecer era bastante frecuente en ese entonces, para evitar el pago de impuestos a la Corona Española. El tesoro pertenecía a un antepasado de Paolo Madeira, un excéntrico millonario portugués que está a punto de arruinarse y por esta razón tiene que obtenerlo en un plazo perentorio de 20 días. Y el encargado de tan difícil misión es nada menos que Francisco Rayo el personaje principal y narrador de la novela-, buscador de tesoros profesional y buzo fuera de serie, como tendrá oportunidad de demostrarlo: hará el rescate en diciembre (época casi imposible debido a la fuerte marea); lo hará casi solo (aunque técnicamente se necesite un equipo de mínimo 20 personas) y apenas unas pocas horas antes del plazo estipulado.

Rayo, sin embargo, ha considerado que antes de entrar en el nudo de la acción debe ilustrarnos suficientemente acerca del asunto. Pero no a la manera de una contextualización general, como en cualquier otra novela, sino mediante un curso obligatorio e intensivo de buceo y tesoros hundidos: tal es la razón de ser del largo preámbulo. Excesiva erudición, no importa, al fin y al cabo -podría objetarse a su favor- tiene directa relación con el tema. Lo que si no tiene mucha relación -y ocupa bastante espacio de aquellas 170 páginas iniciales- son las alusiones a su vida personal.

Es que Rayo, pese a lo que opine el lector, se considera a sí mismo muy interesante y sensible ("Se me pueden salir las lágrimas en una película de Disney"). Y le parece pertinente contarnos por qué no le gusta que le digan Pachito, ni Pacho; por qué le gustan las mujeres ("un aspecto fundamental de mi vida: el departamento femenino"); sus amores contrariados con Virginia de la Vela ("patacones que parecían doblones de oro", se dice en otra parte: no habrá tesoros pero sí obvias referencias marinas e históricas). Como si fuera poco, Rayo, "Uomo universale" y "renacentista", "lector de los clásicos" y también frecuentador de "Mafalda", es dado a hacer frases célebres: "Con la gente que nos es indiferente, cualquier tema, por importante que sea, parece intrascendente; en cambio, con la gente que de veras apreciamos, cualquier tema, por intrascendente que sea, parece importante".

Hay más. Rayo es gourmet (ofrece datos clave, para citar uno, entre muchos: "Un exquisito plato de almejas cocinadas en su caldo, como solamente se puede saborear en el Oyster Bar, del Hotel Plaza") y gran conocedor de pintura: dice lo que hay que ver y por qué en el Metropolitan, en la galería Frick y en otros museos del mundo. A propósito, hay una escena que produce pena ajena: Rayo tiene una cita con Madeira en la concurrida plaza de Santo Domingo en Cartagena, sólo para explicar -porque la cita era clandestina, se supone- cómo la gente no entiende -y él sí- la escultura de Fernando Botero. Otra cita clandestina será en el restaurante de moda La Vitrola donde estará presente el jet-set criollo, incluidos ¡el escritor Juan Carlos Botero y sus amigos!

En síntesis, distintos materiales el más valioso, el conocimiento del mar y de los tesoros hundidos daría para un buen artículo en la National Geographic- que no se integran en un proyecto novelístico convincente -la resolución de la trama es de película de Holywood de segunda-. Es la primera incursión novelística de Botero y se nota demasiado.