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¿TIENE SENTIDO?

El Salón Regional de Bogotá decidió este año darle mayor cabida a los jóvenes artistas.

18 de diciembre de 1995

EN UN JUEGO DE doble significación el afiche que presentaron los salones regionales de arte del presente año, incluyó la frase "el arte tiene sentido", la cual remite a la incidencia, que en su concepción y apreciación, tienen los cinco sentidos en las expresiones plásticas en la actualidad, al tiempo que expresa el sentimiento con que responden los interrogantes del gran público hacia la importancia, trascendencia y utilidad de las artes contemporáneas.
Con la misma lógica antes del ingreso a la exposición de Bogotá, en las instalaciones de Corferias, un breve texto advierte a los visitantes que el arte, principalmente el contemporáneo, no constituye obra en sí, pues cada expresión se complementa con el aporte interpretativo que logre hacer el espectador a partir de la experiencia estética que el trabajo le ofrece. Con lo cual posiblemente se tranquilice al visitante respecto del desconcierto que lo acompañará en su recorrido, pues difícilmente lo que allí encontrará lo atrapará por su fuerza de convicción o magnetismo. En ningún momento se avisa que la gran mayoría de los participantes son estudiantes de arte o recién egresados y que sus producciones son, antes que obras, especulaciones alrededor de esa materia hermética que constituyen las artes modernas o contemporáneas. En gran número de casos ellas derivan con enorme evidencia de algunos de los trabajos más conocidos de artistas que como Joseph Beuys o Georg Baselitz han marcado hitos mundiales. Así se ha dado respuesta a los debates y polémicas en torno de la desproporción en tamaño y al desorden de conceptos que han caracterizado los salones nacionales y regionales. Se hacía necesario reordenar y actualizar los criterios, crear metodologías más apropiádas para su realización y restringir el número de participantes sin que ello implicara pérdida de calidad del evento. Por lo mismo desaparecieron las invitaciones a los artistas consolidados o en vías de hacerlo y únicamente quedaron las puertas abiertas a todo tipo de propuestas que se sometieran a la selección de un jurado elegido por el consejo nacional de artes plásticas de Colcultura. Este, en el caso bogotano (zona 7), con el propósito del mayor rigor, de 800 proponentes selecciónó a 100, entre quienes se encuentra un escogido grupo de artistas de las generaclones que en forma más destacada ha trabajado desde la década pasada; Eduardo Ramírez Villamizar como único maestro y un considerable número de jóvenes.
Aunque los parámetros de escogencia tuvieron como premisa la calidad técnica y el aspecto contemporáneo, difícilmente el planteamiento final logra reflejarlo, pues antes se pone en evidencia la incertidumbre especulativa que reina en materia artística y cultural, y la forma en que esta ha invadido, con la problemática de dudas y escepticismos que conlleva, las aulas de clase.
El arte, proclamaban los modernos, por fortuna se desligó de su función representativa, para lograr por fin ser lo que le corresponde. Esto le ha implicado transitar caminos de otras ciencias (de las que ya existían y de las que han ido apareciendo) y terrenos filosóficos, para definir propuestas y guiar desarrollos Aspecto que ha ganado en complejidad y confusión en la medida en que la multiplicidad ha impuesto su realidad y por lo mismo ha desacreditado los macrodiscursos o los grandes planteamientos, así como a la crítica con su implícito juicio de valor. Con ello se ha buscado enriquecer un principio democrático, silenciando la intolerancia que él mismo puede estimular. Así mismo ha crecido la pérdida de referentes de exigencia, pues fundamentalmente se señala como opción la autorreflexión. Todo encuentra en la palabra una justificación. Esa realidad sin focos ha estimulado a nivel internacional una búsqueda en el mundo joven de las interpretaciones del momento que les correspondió y que todos tratan de entender. Por ello los encuentros del nuevo arte y la especulación que con las promesas hacen galerías y marchantes son una constante creciente en cada país. En Colombia las galerías se dedicaron a los jóvenes, las instituciones les otorgaron importantes espacios y programas, las universidades crearon sus salones y otros gestores, los de arte interuniversitario. Finalmente los salones regionales y nacionales, para ajustarse a la realidad, pusieron a los jóvenes a competir en las mismas condiciones con sus mayores o maestros, llenando con palabras lo que la propuesta no ofrece. Si se ha llegado al consenso de que los salones (regionales o nacionales) son un espacio ganado que no se debe perder, y que se hace estrictamente necesario dar cabida a todas las opciones, los espectadores merecen una guía más apropiada y una ubicación más cierta en la realidad.
Si bien la logística funciona y la selección ha disminuido de manera significativa, aun la igualdad en que se plantea lo presentado, desestimula la participación de quienes han estructurado o se esfuerzan por estructurar una trayectoria, al tiempo que confunde acerca de lo que son o deben ser lo niveles de calidad o de exigencia.
En un espacio como el salón, como a muchos otros eventos artísticos adonde el público acude para conocer algo de lo que ignora, si no está investido de elementos que le permitan ubicarse en esa realidad, se ve forzado a constatar que, como en la metáfora, el rey lleva puesto su traje invisible. Lo mismo hará el que sospecha que el rey va desvestido, por el temor a que si no lo hace sea él el invisible.