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TRES AUTENTICOS

Tres exposiciones recuerdan en Bogotá aquello del arte por el arte

29 de diciembre de 1986

Coinciden en Bogotá exposiciones de tres artistas cuyas obras difieren tanto como coincidentes son sus tres honestas posturas frente al arte. Por oposición a la marea que produce en Colombia obras sobre medidas para un mercado ávido de nombres sobre-seguros, estos tres artistas han seguido referencias antiguas y propias, para hacer su experimentación con el arte un todo, algo parecido a un lenguaje, a un mundo.

Luciano Jaramillo, quien sería el de más edad, murió el último día de 1984 y por primera vez se puede ver su obra de casi 30 años en su mayoría, para calibrar la dimensión de este artista colombiano, en el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Allí mismo está expuesto Gustavo Zalamea, todo el proceso que en los últimos años lo ha llevado del dibujo y la intimidad a la pintura, el color y la apertura, que le han sido premiadas en el 30 Salón Anual de Artes Visuales y en la Quinta Bienal de Artes Gráficas de Cali.
Es en la Galería Garcés Velásquez, donde Ezequiel Alarcón exhibe consI trucciones que tras años de asimilación con el paisaje y el trabajo manual de Ráquira, Boyacá, alcanzan un lenguaje fresco y universal. En la constante de auténticas, se trata de tres propuestas al margen de la repetición que los salones de arte acusan hoy al convocar búsquedas más de lo contemporáneo que de lo personal.
Al premiar este género de obra por fuera de clisés (también Alarcón obtuvo mencion en el Salón Nacional) se devuelve al arte su individual destino de revelar una visión, más que servir de escenografía para el consumo.

Luciano Jaramillo era en 1960 señalado por Marta Traba como el talento equiparable al de Alejandro Obregón, sólo que en lugar de poesía y exuberancia, en él había violencia e irritabilidad. Su pintura, llena de referencias al mundo exterior: ciclistas, reinas, asistentes a un coctel, arzobispos o retratos de pintores, poetas o de Bolívar, resultan ser figuras del mundo colorido y atormentado, expresivo y riguroso, de un artista cuyo temblor vital, cuya vida quedó en sus cuadros como un rastro al que no le escamoteó ni un minuto. De ser abstracto al comienzo se decidió por la figura como protagonista, pero no para repetirla sino para construir con todas ellas un itinerario de crítica, de dolor y repudio, pero dejando en claro la pasión por la vida, por lo extrañamente humano. Un trazo sin adornos y con fuerza propia, le basta para dibujar y desdibujar ese mundo sensible tras el que viajó y pintó impenitente.

Gustavo Zalamea ha llegado a la pintura por convicción. El papel y el dibujo, las referencias literarias y políticas, su vecindad con el diseño gráfico lo mismo que con la reflexión sobre el arte, dieron fruto en una sucesión de obras que a la vez, dejan en libertad a los planos, los colores a la composición, y resultan una teorización sobre el arte mismo, así lo señalaban los jurados que lo premiaron en Cali. Porque las frutas, las montañas o los árboles, aparecen complacidas en texturas, colores luminosos y grandes escalas, pero sirven a la vez para dar espacio a planos, pegados y superficies que hacen dar a cada cuadro el máximo como pintura, como posibilidad de sugerir e incitar en una tela al óleo. El blanco puro que crea una rara sensación espacial, la presencia sugerida del artista en una esquina o el incluir los elementos de papel sobre los que se trabajó, constituyen una manera particular de poner todas las cartas sobre la mesa. Dar el máximo de elementos para que la obra sea "leída" por su observador, a la vez que disfrutada. "Se pinta porque se tiene una visión original y fuerte capaz de representar a la comunidad y enriquecerla por consiguiente", dice Gustavo Zalamea y es la intención que hace visible en esta pintura. Su línea de honestidad hace que guarde los precios a niveles accesibles, confiando en que la calidad y el reconocimiento reiterado que han dado a su obra, sea suficiente para al margen de circuitos comerciales, pueda mantenerse en esa continuada experimentación sin sujetarse a fórmulas. La coherencia de esta llegada a la pintura es lo que se está probando ahora en su exhibición de dos pisos del Museo de Arte Moderno de Bogotá.

Por el lado de Ezequiel Alarcón, estas misteriosas naves, que hechas con sencillos materiales casi toscos logran una belleza nueva e intemporal. Rescata de la artesanía, el paisaje y la arquitectura popular sus elementos para producir algo que tenga validez fuera del contexto y la funcionalidad, que sean arte. Resulta efectiva su búsqueda de "dignificar elementos que son rechazados, mal vistos, pero tienen una larga historia y un origen claro. Busco sacar del estancanmiento aquello que existe y tiene fuerza para transformarlo y crear un concepto nuevo". Para él, años de trabajo cultural y artesanal con la comunidad, su primitiva residencia en la naturaleza desértica de Ráquira, han obrado de tamiz para pasar de los dibujos que contaban alucinaciones real maravillosas a producirlas, en estas construcciones que no son objeto ni tampoco esculturas, pero que sintetizan la arqueología de un saber popular.

Resulta la visita a estas tres exposiciones una reconciliación grata con el artista que mezcla talento y trabajo, al margen de los Midas que convierten su estilo en marca registrada con el tedio que produce la camisa de fuerza comercial. Luciano Jaramillo, Gustavo Zalamea y Ezequiel Alarcón forman parte de los hoy raros artistas que sienten gran respeto por el público y ante todo, un irrefrenable instinto de producir arte en libertad.--