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En la película, con pantaloneta en lugar de guayuco, tres niños de la misma comunidad observan el paraje.

CINE

Tres veces el mismo río

Se exhibe por estos días en Estados Unidos el documental 'Apaporis, en busca de un río', un viaje místico a la última selva virgen de Colombia, esa que cautivó a Wade Davis y a Richard Evans Schultes.

31 de julio de 2010

Docuweeks es el nombre de la muestra anual de la Asociación Internacional de Documental, que en los últimos 13 años ha aportado 17 nominados y siete ganadores del Óscar. Entre las 22 piezas seleccionadas en su edición de este año, que por estos días se exhiben de forma simultánea en Los Ángeles y Nueva York, figura Apaporis, en busca de un río, del director caleño Antonio Dorado.

La historia de este documental se remonta a los años 40 y comienzos de los 50, cuando el etnobotánico estadounidense Richard Evans Schultes permaneció 12 años en la selva amazónica colombiana conviviendo con sus habitantes y desentrañando los secretos de las plantas que ellos utilizaban. Luego, en los 70, uno de sus alumnos, el canadiense Wade Davis, decidió emprender una travesía similar. Tiempo después escribió la crónica de este viaje y también la biografía de su maestro en El río, un recorrido simultáneo por la vida de Schultes y por la cultura de los habitantes de esta parte del Amazonas, en la que se evita al máximo la tradicional mirada por encima del hombro blanco occidental.

Fue este libro el que persiguió durante varios meses al director caleño Antonio Dorado. "Fue como si el libro me buscara. Cuatro personas me lo recomendaron por la misma época. Es un libro muy grato con una ilustración del conocimiento de las comunidades indígenas de un país, el nuestro, que ha visto siempre a la selva como el patio trasero, desconociéndola para bien y para mal". La lectura de El río lo dejó con la inquietud de saber en qué estaban hoy esos lugares y esas comunidades y de paso contar una historia similar, pero en lenguaje audiovisual. En otras palabras, quería desandar los pasos de Schultes y Davis.

La inquietud, casi obsesión, de Dorado se concretó en la idea de realizar un documental sobre "un observador que primero viaja a Washington para hablar con Wade Davis, quien le entrega unas fotografías que su maestro Schultes tomó en Colombia. Luego, ese observador viaja al Apaporis a ver qué ha pasado con esos lugares y esa gente".

De entrada, el reto en términos de producción fue grande. A la tradicional dificultad para conseguir recursos se sumaban las condiciones del lugar: una selva virgen con presencia de grupos armados. Ese era el escenario al que había que transportar equipos de última generación, pues desde el comienzo se tuvo claro que parte del éxito del proyecto dependía de la técnica. "Queríamos llevar a la gente al ritmo, al sonido, al sentir de la selva. En vez de quedarnos en la denuncia, decidimos que la mejor manera de dar a conocer el patrimonio que tenemos es mostrarlo en todo su esplendor. La mezcla del sonido está hecha para transportar al espectador a la selva", explica desde Los Angeles Juan Paredes, uno de sus productores.

La travesía en la que tendría lugar buena parte del rodaje se planeó por los ríos Cananarí y Apaporis, desde Buenos Aires de Pacoa hasta el territorio de la comunidad taminuka. Los productores sabían que se trataba de un territorio de muy difícil acceso tanto por aire -las corrientes de viento de la zona ahuyentan a los pilotos- como por río: sus frecuentes raudales hacen que el Apaporis solo sea navegable por tramos. Quien quiera recorrer un trecho largo debe, como le tocó al equipo de grabación, sacar la canoa del río y transportarla largos tramos por tierra. Para el tema de la seguridad fue necesario advertir con tiempo y con credenciales suficientes la llegada a la zona.

Un antropólogo que lleva varios años en el bajo Vaupés los asesoró en temas como el vestido y los repelentes que debían usar. También les advirtió que las comunidades de la zona utilizaban el canje. Para esto, un vuelo chárter llevó los regalos que servirían para ganarse la confianza de los indígenas. "Necesitábamos que los indígenas hablaran; uno puede ir pero si no sabe cómo llegar a ellos todos se van a esconder. Por suerte logramos, a través de un funcionario de la gobernación, establecer buena comunicación con ellos", asegura Alberto Dorado, hermano de Antonio y productor general.

El viaje duró 18 días, varios de los cuales no hubo comunicación con los viajeros. Mientras en la ciudad se preocupaban, a orillas del Apaporis el equipo lograba su objetivo: acceder a los mismos parajes que Schultes fotografió, donde constataron que poco han cambiado, y también a las comunidades con las que convivió, donde lograron un esmerado y probablemente inédito registro de su vida cotidiana. En el documental se puede ver desde cómo llevan a cabo la cacería hasta rituales como el baile de la popuña, que tiene lugar en épocas de abundancia. Todo esto a través de una cámara aguda, pero respetuosa, que no estorba cuando está presente en momentos cargados de profundo significado. En un hallazgo notable, el equipo tuvo acceso a un episodio en el que el curare, veneno que los indígenas utilizan en la punta de las flechas, es utilizado no para quitar sino para reestablecer la vida.

Un elemento clave en el tratamiento audiovisual del documental es la mirada horizontal. No hay una distancia clínica entre la cámara y las personas, tampoco una voz en off que interprete lo que está ocurriendo. "La mirada, en el caso mío, es más de un observador que de una estrella de TV o de una persona con mucho conocimiento sobre el entorno. Como lo hacía Schultes en sus fotografías, la cámara siempre está a la misma altura de los ojos de las personas que están ahí". Sobre este tema, Paredes agrega: "Es fundamental que sea un colombiano el que habla sobre Colombia, su país. Y no como pasa muchas veces, que viene un extranjero a hacer el documental y a dar su mirada".

Pero así como la selva sigue siendo casi la misma de Schultes -cuyo recuerdo, a propósito, por momentos parece haber sido presa de la manigua-, las comunidades -los kawiyari y los tanimuka- sí han cambiado. "Siempre existe esa ilusión ingenua de hablar de un mundo donde nada cambia: el Amazonas se ha transformado: para bien y para mal. Muchas lenguas se están perdiendo. Ellos también se transforman, pero por fortuna hay muchas cosas, como la coca, que a pesar del paso del tiempo se mantienen", explica Dorado, quien prefiere resaltar cómo los indígenas se están organizando para enfrentar temas como el de la explotación minera de la región."Ellos han hecho propuestas y conquistas. Algunos de sus miembros han ido a estudiar a Europa. Esta zona acaba de ser declarada Parque Nacional Natural. Esto permite que la zona se conserve". Un tema inevitable es el del conflicto armado: "En dos secuencias se reflexiona sobre esa mirada de patio trasero que ha hecho que la selva se convierta en un escenario de guerra".

La noticia de la selección para Docuweeks motivó a los productores a reunir todos los requisitos para que el documental pueda estar entre los nominados al Óscar. Pero no solo a eso le están apuntando. Ante todo quieren que, al ver esta obra, los colombianos ya no piensen en el Amazonas como el patio trasero, sino, más bien, como en el jardín delantero.