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Muere Vladimir Horowitz, uno de los mejores pianistas que recuerde el siglo XX.

11 de diciembre de 1989

El gran Volodia ha muerto y con el desapareció una de las máximas figuras del teclado y una de las más interesantes leyendas vivas de la música de este siglo.
Vladimir Samoliovich Gorowicz, su verdadero nombre, había nacido el primero de octubre de 1904, no en Kiev como repetidamente lo han señalado biógrafos del artista,sino en Berditchev, suburbio industrial situado a un centenar de kilómetros de la capital ucraniana. Niño prodigio y adolescente genial, pasada la guerra bolchevique fue aprovechado -junto con el violinista Nathan Milstein,ambos judíos, rusos y notables intérpretes- como emblema de lo que era capaz de producir el nuevo régimen estalinista. Les fue organizada una gira, primero por el país y luego por Alemania, país este último donde Horowitz decidió quedarse e iniciar su carrera internacional.
Hipocondríaco en grado sumo, analistas de su comportamiento afirman que múltiples y dramáticas experiencias vividas en su juventud y en su patria dejaron en él una profunda huella de neurosis que jamás superó. Decía sufrir de apendicitis, flebitis, problemas estomacales, gripas recurrentes, depresiones y cien males más, que lo llevaron a cancelar a lo largo de su vida multitud de compromisos artísticos y a alejarse por períodos prolongados de los escenarios. Su madre murió de una apendicitis tratada tardíamente. Dos de sus hermanos murieron, uno en el frente de batalla, otro "suicidado" en un asilo siquiátrico. Durante la revolución de 1918 recordaba Horowitz: "En 24 horas mi familia, que vivía acomodadamente, lo perdió todo. Vi con horror cómo arrojaban mi piano, libros, partituras, muebles y vestidos por las ventanas". Pero no fueron menos traumáticas las relaciones que sostuvo con su suegro, el gran Arturo Toscanini.
A cada aparición suya después de años de ausencia de los escenarios, Vladimir Horowitz le aumentaba varios ceros a los honorarios que cobraba, convirtiéndose en el artista más costoso del mundo, inclusive por encima del tenor Luciano Pavarotti. Y cada contrato incluía una lista interminable de exigencias que todos cumplían con tal de verlo actuar. En su última aparición en París llegó al extremo de fijar hasta la temperatura de la habitación del hotel, que debía tener 23 grados centígrados. Ni uno más, ni uno menos, o cancelaba. Viajaba como los grandes señores del siglo XIX. Lo acompañaban su esposa Wanda Toscanini, su hija Sonia, el empresario, el afinador, un funcionario de la casa Steinway, su valet, su cocinero y su médico de cabecera. Llevaba filtros para purificar el agua, ollas, sartenes, cacerolas, y una provisión de pollos y lenguados, sus platos preferidos. Usó hasta el final levita para salir a los conciertos, y estos se llevaron a cabo siempre a las 4 en punto de la tarde. Ni siquiera en un recital en la Casa Blanca aceptó modificar el horario.
Como bien lo anotaran a lo largo de su carrera artística multitud de autorizados comentaristas, Vladimir Horowitz no era un músico que tocaba piano, sino un soberbio pianista que sabía hacer la mejor música. Hasta su muerte conservó el título de ser el mejor intérprete de Liszt,de Scriabin y su versión del tercer concierto de Rachmaninof (que lo estudiara con el propio compositor) no ha sido igualada. Dotado de unos dedos prodigiosos, su manera de tocar era única. Con las manos sobre el teclado curvaba los dedos hacia arriba, y en posición que muy pocos pueden darle fuerza a la ejecución, Horowitz atacaba como una cobra, según expresión del crítico Arnold Schonberg. Sus digitaciones vertiginosas y la sonoridad que extraía del instrumento hacían que sus interpretaciones se escucharan como una gran orquesta sinfónica. Era un arquitecto que construía sobre cada partitura las más emotivas, sublimes y grandiosas sonoridades, con una profundidad y concepción de estilo inigualables. Era un poeta épico del teclado, pero por sobre todo un gran romántico. Una personalidad pianística y musical única e irrepetible.
No cabe duda que con la muerte de Vladimir Horowitz desapareció un coloso de la música y uno de los más grandes virtuosos e intérpretes del teclado de todos los tiempos.