Home

Cultura

Artículo

UN ARTISTA EN CONTRAVIA

LA OBRA DE GUSTAVO ZALAMEA RETOMA LOS COLORES, LOS ESPACIOS Y LAS FORMAS COMO FIN FUNDAMENTAL DE LA PINTURA., 29324

8 de julio de 1996

Desde sus primeras obras realizadas hace alrededor de 20 años, Gustavo Zalamea ha ido en contravía de las definiciones más aceptadas, estableciendo una especie de contrapunto intelectual con la orientación que ha primado en la escena artística del país. Por ejemplo: cuando la doctrina de 'el arte por el arte' era la mayor fuente de creatividad y se argumentaba la autonomía de la pintura (es decir, su facultad de convertirse en arte sin necesidad de contenidos de otra índole), Zalamea acudía a dibujos repulsivos para referirse a las instituciones nacionales y representaba políticos, clérigos y militares en un contexto de hienas, vísceras y sombras. Utilizando la Plaza de Bolívar como símbolo del poder y como escenario para los coletazos de una ballena premonitoria de catástrofes, elaboraba agresivas arengas que llamaban a la revolución y que horrorizaban por la monstruosidad de los personajes y la atrocidad de sus actuaciones. A mediados de los años 80, sin embargo, Zalamea abandonó la causticidad y el mensaje apocalíptico de sus dibujos y telones, internándose en la representación de frutas gigantescas en las cuales era manifiesto un nuevo sentido estético y una visión más apacible de la vida y del país. Un color luminoso pero conscientemente limitado y un nuevo interés por los planos reales e ilusorios de sus propias obras caracterizan esta etapa, en la cual la parte interior de las frutas incita a tener en cuenta su tradicional simbolismo como germen, como comienzo de la vida, y permite vislumbrar un velado contenido metafísico. En el momento actual, cuando la mayoría de los artistas se arman de causas y razones extraestéticas, cuando la expresión plástica tiende a revelar una conciencia social como punto de partida y un profundo escepticismo acerca de los designios del hombre y de su capacidad para alcanzar justicia, paz y una armonía con el planeta, el trabajo de Gustavo Zalamea vuelve a convertirse en el antagonista, se concentra en las implicaciones visuales de formas, espacios y colores, y proclama nuevamente la autonomía de la pintura y la vigencia del placer estético. No implica lo anterior que su obra se haya vuelto abstracta, ni que carezca de símbolos, alusiones y metáforas. Por el contrario, el título de su exposición en la Galería Diners -Juicios finales y otros temas urbanos- no sólo reitera su carácter de expresión contemporánea, sino que aprovechando un pasaje religioso, alude a juicios más actuales, en particular a aquellos que se llevan a cabo cuando se aproxima el final de un ciclo que puede ser artístico, político, cronológico o personal. Pero la muestra está compuesta por una serie de trabajos cuyo espíritu alegre, sin discursos ni mensajes, hace perceptible su liberación de toda carga ideológica. Sus pinturas son ahora una especie de juegos personales con notas de humor y continuas referencias a la historia del arte, sobre todo a Matisse pero también a Picasso y a otros artistas modernos, e inclusive a pintores del Renacimiento. Y estos juegos se presentan en múltiples planos, se desenvuelven con colores primarios aplicados espontáneamente, y conducen a pensar en un replanteamiento del lenguaje pictórico con la intención de dotarlo de un nuevo sentido, de un enfoque distinto que suscite relaciones más activas e intensas con el observador.