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UN CAOS ARMONICO

La exposición de Luis Roldán exalta el desorden y la arbitrariedad.

8 de diciembre de 1997

la exposición de Luis Roldán en la galería El Museo sigue la orientación de sus trabajos anteriores en cuanto a su condición abstracta, la atmósfera tonal diferente en cada obra, la ausencia de formas y la carencia de una estructura predeterminada. Son pinturas espontáneas, multicolores, abigarradas, en las cuales el gesto y el azar juegan un papel preponderante. Pero la muestra también depara sorpresas por cuanto conduce al observador por un sendero que, partiendo de trabajos que se emparentan con su período precedente, termina en óleos totalmente diferentes en espíritu y presencia. Después de varias épocas en las cuales el humor y las evocaciones constituyeron aspectos importantes, Roldán había iniciado una especie de deconstrucción de esas características y había desembocado en un tipo de pintura gruesa, rugosa, que traía a la memoria, tanto al expresionismo abstracto por sus dimensiones y antiformalismo, como a los empastos de Andrés de Santa María por su rica textura y la fruición que revelaban en la aplicación del óleo. Son trabajos que exigen otra mirada a la abstracción y a su historia, los cuales patentizan amplios conocimientos en materia plástica y una consciente reflexión sobre el contexto en que se ha desarrollado su pintura. Pues bien, el interés en la textura y los empastos continúa en las más tempranas obras de esta exposición, pero si se sigue atentamente el desarrollo de la muestra es evidente que los lienzos van cambiando, no solo de color y de temperamento sino inclusive de argumentos y propósitos. En algunos trabajos parece que el artista hubiera decidido poner punto final a cada lienzo muchos antes de lo usual, como indagando cuándo está terminada realmente una pintura; y en otras obras ha variado la consistencia del pigmento que es ahora delgado, diluido, incrementando la idea de veladura, de transparencia y, por ende, la impresión de un espacio ilusorio demarcado por la superposición de pinceladas y movimientos. En las nuevas obras de Roldán el color es francamente arbitrario, sin ninguna justificación alusiva o simbólica mientras que las pinceladas multidireccionales, cortas y largas, delgadas y anchas, dan una impresión caótica que permite establecer parangones con la vida urbana e inclusive con el derrotero de la sociedad contemporánea. De su trabajo ha desaparecido todo asomo de lógica o de orden, diferenciándose de la abstracción racional practicada por los pintores modernos en el protagonismo del instinto, en el cometido de la intuición que es la verdadera responsable de la apariencia y carácter de las obras. Cierto ánimo barroco es también reconocible en estos últimos trabajos de Roldán, no solo por la complejidad de su relaciones internas sino por su continuo movimiento. Ninguna obra es estática; todas revelan una agitación incontenible e introducen la mirada en un espiral desordenado e infinito. Algunas parecen dividirse en dos grandes áreas verticales que se funden en afirmaciones luminosas o inquietantes. Pero toda la exposición hace claro que la médula del trabajo de Roldán es la pintura misma, su esencia, posibilidades, y características, y que lejos de aferrarse a los valores específicos que dictaminaban la calidad pictórica hace apenas unos años, el artista se ha internado en interrogantes sin respuesta cuyo planteamiento testimonia mejor que cualquier afirmación rotunda las inquietudes y objetivos de la plástica contemporánea.