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UN NOMBRE PARA RECORDAR

Alfredo Blyce Echenique no tiene deudas con Vargas Llosa.

5 de julio de 1982

CUENTOS COMPLETOS, de Alfredo Pryce Echenique. Alianza Editorial, Madrid.
Alfredo Bryce Echenique, el narrador peruano posterior a Vargas Llosa, cuya novela Un mundo para Julius se tradujo recientemente en París, ha producido además dos tomos de relatos que Alianza Editorial acaba de recopilar, en los que se escucha una voz propia, que da un sonido diferente al de las demás. Es cierto que los ases de la literatura hispanoamericana a quienes siempre hay que recurrir como punto de referencia, poseen cada uno muy definida su modalidad. Pero también lo es que, como buenos hijos de este siglo, portan invariablemente consigo a su Marx y a su Freud, lo que en cierta forma los tipifica. A Bryce Echenique no. Ni se considera comprometido ni le importa el sexo sólo por este mismo. Lo mueven otros intereses, nuevos y viejos a la vez. No resulta pequeña proeza librarse de deudas con los antecesores inmediatos, y eso en la patria de los Incas, donde debe pesar tanto Vargas Llosa como aquí García Márquez. Con el agravante de que los dos autores han tratado la misma problemática de los adolescentes que proceden de familias de la clase alta, venidas a menos. Pero, lo que en "Los jefes" y en "La ciudad y los perros", de Vargas Llosa, se presenta descarnado, vigoroso y directo, en "Huerto Cerrado" y en "Felicidad ja ja" de Bryce, muestra una ironía lista detrás de la sonrisa o de las lágrimas. Si a alguien recuerda este escritor es a Chejov, y por cierto que incluye también en sus cuentos temas de locos, como los que tanto atraían al maestro ruso.
No se necesitan pirotecnias verbales para conseguir lo que se quiere. Los seres apenas insinuados que asoman a las páginas de Brycé como si los molestara afirmarse demasiado y prefirieran andar de puntillas, llevan acuestas sin embargo una carga muy amplia: su país, la indiada, la injusticia, las íntimas decepciones que sólo el vino permite confesar, como en el cuento "Dos indios"--uno de los mejores--en que una pareja de exiliados peruanos mira pasar las muchachas desde la terraza de un café en Roma, y bebe y bebe casi sin hablar.
En el titulado "Con Jimmy en Paracas", a través de medias tintas muy dosificadas que esbozan apenas la silueta de un padre bueno aunque apocado, sangran las heridas del hijo adolescente y se percibe nítida la tragedia familiar. Igual en "La madre, el hijo y el pintor", cuando llega para el hijo de padres divorciados el terrible momento de encararse al amante de la mamá. Un tema duro y bastante explotado como la iniciación sexual de un muchacho en un prostíbulo, a pesar de su crudeza recibe de Bryce un tratamiento que le transmite cierta levedad. Se entiende perfectamente por qué el protagonista --que es el mismo Manolo de otros relatos-- salga llorando por las calles de Lima en una noche navideña. Bajo el sarcasmo escondido en "Eisenhower y la Tiquitiqui-tin", o en "Baby Schiaffino", donde el hombre desplazado no deja de establecer el debido contraste entre los valores representados por él, y la mezquindad de aquellos con que tratan de suplantarlo, se encuentran también la gracia y el deseo de reconciliación. El sentido caricaturesco que caracteriza a varios relatos como "Muerte de Sevilla en Madrid", disuelve la trama en ternura por los seres que, como Sevillita, el personaje central, no piden nada a la vida y ésta nada les entrega tampoco. No existen colecciones de cuentos sin milagros y así sucede con uno que otro de los 21 recogidos por Alianza. Pero en este caso siempre los abona la economía de elementos al servicio de la interiorización. Y hay aciertos importantes como el citado "Muerte de Sevilla en Madrid", sobre el que insisto porque lo que relata es la vida de un santo, tan simple que en él se cumplen las palabras: "Bienaventurados los pobres de espíritu", aunque Sevillita se suicidó. Con Bryce, no obstante su juventud o precisamente a causa de ella regresan muchas cosas. Entre ellas la noción de pecado, lo que escandalizará seguramente a las señoras liberadas, pero que desde el punto de vista de la literatura constituye una dimensión que no hay por qué olvidar.
Rompe la monotonía de los esquemas en una sola ruta y brinda a Bryce lo más ambicionable: la posibilidad de que lo identifique el lector.
Elisa Mújica