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UN POETA DEL PINCEL

Con su última exposición, Alejandro Obregón se acerca más a la poesía

19 de octubre de 1987

Cuando Obregón en 1962 ganó el Premio Nacional de Pintura por su cuadro "La violencia", Marta Traba distinguía un fenómeno naciente: la separación de los pintores narradores de la de este pintor pintor.
El nacionalismo venido de México por los muralistas, era por primera vez contrastado. Walter Engel, el principal crítico de la época habla del nacimiento de una estética nacional, con un expresionismo romántico, que recurre algunas veces a la abstracción pero no es realista ni tampocó abstracto y se arraiga en lo figurativo; ve nacer en Obregón a un pintor con sangre de tal en las venas porque tiene instinto de la forma, del colorido, con la facultad innata de hacer buenos cuadros. Pero Marta Traba advertía cavilosa, que como toda pintura pasional (y compara la pintura de Goya con la de Obregón), tiene éste una gran inestabilidad porque debe alejarse esforzadamente de su propia virtud para no caer en el formalismo y en la pirotecnia, pero debe seguir su romanticismo, sus desvaríos poéticos e incluso su irracionalidad. Ahora, en la plenitud de 1987, Obregón se revela cada vez más cercano a la poesía, según lo constata un reportaje de María Mercedes Carranza, desde su mirada de poeta. Además de pintar cada vez más, como un poseso, también escribe en letras inmensas que parecen dibujos sus sucintas claridades sobre el mundo. Y es que su afinidad con el mar, con lo vegetal y lo animal, ahora presentes en su última exposición, "Océanos y Copas" (Galería Garcés Velásquez de Bogotá) lo retira cada vez más de los conceptos humanos, retóricos, narrativos y lo sume más profundo cada vez en el mutismo de los colores y las formas en plena explosión. Si los grises de la época de la violencia han vuelto a salir en toda su fuerza, en su gama contenida, están sumados al color de los violetas, los amarillos, como quien restalla los bríos, el gusto de pintar.
Marta Traba diferencia entre el presar la idea de un tema y expresar el tema mismo, que en el caso de Obregón son una sola cosa. No hay reflexión posible, ni mediatización porque el tema está desarrollado con una rapidez que va directo al ojo, sin pasar por recovecos. Pese a que sus composiciones enormes tienen zonas oscuras y zonas de luz, fragmentos resueltos y otros evidentemente tirados al traste el cuadro como tema es siempre concluyente. Aunque niegue una intención simbolista, es indudable que las copas y los océanos sugieren mundos subterráneos, submarinos, subconscientes, apresados en formas que ante él parecen elementales, obvias, obra de la naturaleza. Pero una media luna así es mucho más que un semicírculo es la presencia de una magia bien convocada, por el pintor cada vez más ducho y, en especial, cada vez más sabio.
Aunque parezca totalmente alejado de la realidad de dolor y abandono en que el país parece aquietarse, Alejandro Obregón obedece ahora al mismo dictado que escuchaba en esa época de la violencia de entonces cuando el mismo critico Engel veía que incluso en sus cuadros de protesta sobre genocidios, muertes de estudiantes, velorios (la historia se repite pero Obregón no), el pintor se movía ajeno a la excitación y la rebeldía, en regiones suprahumanas, metafisicas, cósmicas. Y lo definía: "Es como poesía que interpreta, pictóricamente, los enigmas y las verdades perennes, desde el nacimiento del mundo y sus transformaciones". Desde entonces cuando la visión contemporánea y expresiva de Obregón eran una novedad, hasta ahora, cuando su trazo es conocido como una marca de fábrica, como una entonación, se hablaba y se tiene que seguir hablando de erupción, porque la imagen del volcán es la más precisa con respecto a esta pintura que parece fluír de dentro, naturalmente.
Aunque Obregón se niegue a mostrar sus tímidos poemas de letras grandes, la comprensión del mundo, su pintura, está cada vez más cerca de la poesía, de la síntesis, de nombrarlo todo a través de las imágenes, de lograr el símbolo de algo que nos oprime aunque aparentemente aluda a otra cosa. Hoy, como ayer, la idea de violencia se siente en sus cuadros.
Como decía Marta Traba: como cosa propia pero lejano del nacionalismo narrativo, vacío, Obregón pinta, huele, ladra... se le van las palabras y más bien con sus cuadros produce viento... mueve.