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Un poeta secreto

La Universidad Nacional publica en su colección de poesía la obra de Álvaro Rodríguez

Luis Fernando Afanador
22 de mayo de 2005

Álvaro Rodríguez
Seis Libros y uno menos
Universidad Nacional, 2005
292 páginas
Álvaro Rodríguez Torres es un poeta secreto. Aunque ha ganado varios concursos de poesía y sus libros han tenido pulcras ediciones, no es muy conocido por el público, no figura en la lista de mucha gente -ni de muchos críticos- como uno de los buenos poetas colombianos. Su nombre es apenas una marca de iniciados, un santo y seña para reconocerse como buen catador de poesía.

Tal vez a esa circunstancia contribuyan varios factores. El primero, desde luego, tiene que ver con la naturaleza de su poesía: sutil, reflexiva y sin ninguna clase de concesiones al lector. El segundo, con su personalidad. Álvaro Rodríguez es literalmente un hombre de bajo perfil. No se publicita a sí mismo -no se sabe 'vender'-, no polemiza ni casa peleas, no produce ningún signo de interés para el circo literario. Lleva una vida corriente, de oscuro burócrata: es un funcionario público menor. (En la actualidad se desempeña como asesor cultural de la Biblioteca Nacional). Además, no es 'de la capital'. Nació en Zipaquirá y allí siempre ha vivido: viene a Bogotá en flota todos los días laborables desde hace 30 años.

Sin embargo los poetas son engañosos y unos expertos en simular identidades. Su ecuación es distinta: a menor prestigio social mayor vida interior. Detrás de su modesta máscara, Álvaro Rodríguez lleva una intensa actividad intelectual: traductor, cinéfilo, erudito en pintura y en literatura. El propio trabajo de la Biblioteca es una trampa: le ha servido para ser un testigo de excepción del rico material bibliográfico y hemerográfico "que compone la gesta cultural colombiana". Y sus absurdos y monótonos desplazamientos diarios de Zipaquirá a Bogotá son en realidad el alimento de su poesía en la cual el paisaje de la Sabana es fundamental: "Paisajes de vigilada luz/ y serena intensidad,/ absueltos de pretensión y ardua tristeza:/ la Sabana".

Un hombre es un paisaje/ o al menos la mitad de ese paisaje, dicen unos versos de su segundo libro El viento en el puente, que nos pueden dar una guía para entender su poética. Con su luz, sus montañas, sus árboles y sus lunas, la Sabana es su paisaje. Su único paisaje porque para él esta naturaleza es más que suficiente: es la realidad. Sospecha que si vive en comunión con ella, si la escucha atento y cuidadoso, encontrará alguna sabiduría. Porque sus preguntas son de orden metafísico: la belleza, el amor, el paso del tiempo, la muerte, el sentido de la vida.

Hay que decirlo: Álvaro Rodríguez no es un poeta bucólico. No le canta a la naturaleza, a un idealizado paisaje colombiano, como Eduardo Carranza. Ni la añora, como Aurelio Arturo, quien evoca un paraíso perdido. Más que canto o nostalgia, lo suyo es reflexión, contemplación; ejercicio de desprendimiento para acceder al presente, a la epifanía: "Más allá de las imágenes/ El mundo se desvanece /Mirar es verdad:/La mirada celebra un mundo/ Que en su desamparo se acoge a los ojos".

Hay tanto que decir sobre la poesía de Álvaro Rodríguez. La naturaleza es el centro de su universo poético pero a él confluyen muchos otros temas. Uno, por supuesto importantísimo, es el del lenguaje. "Hablar es devorar el silencio", dice en un poema. Esa sola afirmación, absolutamente provocadora, daría para una larga disertación. Otros son la música, la pintura, el cine ¿Y cómo no mencionar su primer libro, Recordándole a Carrol? Aunque primerizo y juvenil, con una evidente marca de generación, es todavía hoy un texto válido. Y no lo digo sólo por ese hermosísimo poema sobre la película Verano del 42, la inolvidable película de Robert Mulligan que nos hizo menos desesperada la adolescencia.

Sí, habría tanto qué decir sobre este sugestivo poeta. Sin embargo, estoy seguro, eso empezará a ocurrir muy pronto. Tal es el valor de la publicación que nos entrega la Universidad Nacional. La obra reunida de Álvaro Rodríguez Torres, es decir, la posibilidad de leerlo y apreciarlo en su conjunto. Como se merece.