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UNA COLCHA DE RETAZOS

Más que una versión crítica del liberalismo, el libro "Los liberales en el poder" constituye una descripción subjetiva del autor.

Carlos Villalba Bustillo, "Los liberales en el poder". Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1982, 268 páginas.
Una costumbre inveterada de los intelectuales colombianos es la de conjugar la retórica con la política y la historia. Esta costumbre ha pasado de los salones donde departe la gente culta y ha incursionado en los editoriales de las Fuerzas Armadas, en los que se hace necesario someter los textos a una cuidadosa lectura para hurgar el sentido real de las frases.
El libro de Carlos Villalba Bustillo, editado por Tercer Mundo, pretende ser una visión crítica del desarrollo del liberalismo, a través de la semblanza de las figuras más representativas de ese partido. El título "LOS LIBERALES EN EL PODER" y el subtítulo "del apogeo revolucionario a la decadencia clientelista" indica, más que una versión crítica del desarrollo del liberalismo, una descripción pesimista y subjetiva de un autor que interpreta el pasado revolucionario del liberalismo y el presente clientelista, a través de personajes que no están ligados por ningún hilo conductor, de medidas políticas y semblanzas extraídas del contexto de la historia nacional, de retratos muy caprichosos de épocas diversas en el devenir histórico de Colombia. En el medio de todo este batiburrillo, el autor mezcla sus pretensiones literarias con el parecer subjetivo de la obra de sus personajes. Así: "López entendió, por otra parte, que la época de las reivindicaciones sociales había llegado, que a las clases trabajadoras no se les podía seguir tratando como a las antiguas montoneras de jornaleros que, por desheredados, carecían de derechos elementales; que de su propia sangre -Ambrosio López fue de los primeros que lo dió- salió el grito de lucha de las capas marginadas, y que, por lo mismo, él, un gran reformador, no podía eludir, como tampoco su gobierno, un nuevo orden laboral".
El último gran personaje del liberalismo, para Villalba Bustillo, es López Pumarejo, ya que Alberto Lleras es considerado como algo más que un presidente honorable, y Turbay es, "Finalmente, quien colocó como un baldón, sobre los hombros ulcerados del liberalismo, el abajamiento de la dignidad presidencial, porque su conducta personal y política estuvo más cercana de las extravagancias funambulescas de Idi Amin y de Bedel Bokassa, que de la austeridad republicana de Olaya Herrera y de Eduardo Santos". Con Turbay cayó el liberalismo en la postración actual, debido al clientelismo y a los vicios que generó su gobierno. El llamado final de Villaiba Bustillo, reiterado por su reseñador Ramiro de la Espriella en un derroche de competencia por el premio de la retórica, es el de "volver a la imposibilidad de una historia galardonada por la nobleza de la impaciencia".
El libro de "LOS LIBERALES EN EL PODER" no aporta al análisis de la historiografía colombiana en documentación, ya que se trata de comentarios hechos alrededor de lecturas rápidas; no aporta desde el punto de vista de la concepción de la historia, porque no presenta ningún punto de vista sobre la filosofía de la historia; no aporta en material de interpretación, porque no traza un hilo conductor de la época gloriosa de los iniciadores del liberalismo a la de los ajetreos clientelistas; más bien, el autor se propone comentar, a su manera, los destellos que ha recibido de la historia en las lecturas de autores modernos y anotar sus gustos particulares sobre tal o cual personaje.
La historia de la política colombiana llegó, en el marco del liberalismo, a su mayor altura con Liévano Aguirre, después de pasar por José María Samper (antes de convertirse al conservatismo en el 86); de Nieto Arteta se puede decir que logró cristalizar una concepción sociológica de la historia, basándose en los problemas materiales de la economía, para dar cuenta de los procesos políticos.
Liévano Aguirre se adhirió parcialmente a esta escuela, pero profundizó en otro aspecto, el de orientar con una concepción filosófica todo el transcurrir de la historia. De ahí su apego al hegelianismo y su insistencia en el papel del Estado.
Después de ellos, que de todas maneras deben ser sometidos a una dura crítica, sólo se encuentran comentadores de segundo o tercer orden.
Libardo González