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Una historia violenta

El cineasta David Cronenberg quiere decirnos algo sobre la falsa calma que se vive a diario en Estados Unidos. ***

Ricardo Silva Romero
12 de febrero de 2006

Título original: A History of Violence.
Año de producción: 2005.
Dirección: David Cronenberg.
Actores: Viggo Mortensen, Maria Bello, Ed Harris, William Hurt, Ashton Holmes, Heidi Hayes. Antes de entrar a Una historia violenta, esta buena película con un final de obra maestra, es importante saber quién se ha atrevido a dirigirla. Su nombre es David Cronenberg. Es un canadiense de 62 años. Se hizo un nombre como realizador de cine de horror antes de convertirse en uno de los artistas más valientes del planeta. Y si uno revisa con atención los largometrajes que conforman su filmografía, llegará a la conclusión de que sus personajes tarde o temprano son poseídos por el monstruo que es cualquier enfermedad, y se ven rebasados por sus propios hallazgos tecnológicos de la misma manera en que el doctor Frankenstein se vio acorralado por el ser deforme que engendró. Los gemelos ginecólogos que en Inseparables se pierden en la obsesión por una misma mujer, el exterminador de insectos que en El almuerzo desnudo trata de escribir en medio de alucinaciones, el hombre corriente que se deja llevar por la escalofriante secta de Crash: todos tienen en común una violencia irrefrenable que se abre camino dentro de sus cuerpos. El protagonista de Una historia violenta, Tom Stall, jefe justo, esposo enamorado, ejemplar padre de familia, se ve obligado a dejarla salir (ahí está: es la ira convertida en el paso siguiente) cuando un par de asesinos entran en su cafetería con la intención de acosar a la clientela. Se podría decir que, ante las amenazas de aquellos criminales, se ha vuelto otra persona: sin duda un héroe, sí, los medios de comunicación se encargarán de celebrarle la osadía de salvar a sus empleados del acoso de los hampones, pero más que todo un tipo de reflejos impecables capaz de quitarle la vida a cualquiera que pretenda quitársela a él. La aparición de un extraño hombre de sombrero, que asegurará haberlo reconocido en las elogiosas notas de prensa sobre su hazaña, pondrá en duda su identidad y convertirá su pasado en un interrogante. Sus hijos pasarán frente a él con cierto temor. Su esposa no volverá a verlo con los mismos ojos. Y así, escena por escena, comprenderemos que algo se nos quiere decir desde el título sobre lo difícil que resulta dejarse atrás a uno mismo, sobre la falsa calma que está a punto de romperse en todas las esquinas de Estados Unidos de siempre. David Cronenberg es un cineasta de primera. Su cámara pierde la paciencia en el momento adecuado, sus actores están a la altura de la tragedia, los silencios de su elaborada puesta en escena nos convierten en horrorizados parientes de la familia Stall. Poco podía hacer, sin embargo, a la hora de narrar el afectado tercer acto del drama: al serles fiel a los desmanes de la novela gráfica de la que parte, ha ridiculizado (o mejor: vuelto juego) el tono amenazante, sugerente, que había elegido para la primera parte de su adaptación, y sólo le ha quedado filmar, en una cocina de clase media, el final más devastador que podamos imaginar.