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Vacaciones con mucho cine

Esta temporada se recordará como la época en la que la saga de 'La guerra de las galaxias' llegó a su trágico final. Otras películas darán de qué hablar en los próximos dos meses. Por Ricardo Silva

15 de mayo de 2005

Lo dicen los pocos que han podido verla: ser testigos de los hechos inevitables del tercer episodio de La guerra de las galaxias, de los que se ha oído hablar desde el estreno en 1977 de la primera película de la serie, producirá el extraño placer de ver cómo encajan las piezas en un rompecabezas ya conocido y que permite asistir, por fin, a la escena en la que el aspirante a caballero jedi Anakyn Skywalker se verá obligado a transformarse en el que quizás sea el más grande villano de la historia del cine, ese maestro del lado oscuro de 'la fuerza', mitad robot, mitad hombre de aliento pesado, que responde al nombre de Darth Vader. Los aficionados de la línea dura sentirán, dicen, que estos últimos seis años han valido la pena. Los críticos encogerán los hombros como cualquier niño sin prejuicios. Y en los múltiplex de todo el mundo aparecerán espectadores disfrazados de los seres monstruosos que habitaron hace mucho tiempo esa galaxia muy, muy lejana, creada por un cineasta estadounidense llamado George Lucas.

¿Alguien se declara perdido en esta línea? ¿Alguien no tiene ni idea de qué es un 'caballero jedi' o qué es 'el lado oscuro de la fuerza'? ¿Hay algún lector aquí, en esta revista, que aún no entienda por qué los fanáticos de estas producciones acampan en las aceras de los cines y lloran ante la llegada del final de la historia?

Lo único que queda es contar una vez más, entonces, que Lucas concibió el relato cuando era otro adolescente californiano de 17 años que acababa de sufrir un aparatoso accidente automovilístico (fue en la cama de un hospital en donde llegó a la idea de aquella 'fuerza' que articula todos los objetos de la naturaleza) y que años, lecturas y películas más tarde escribió a mano las seis partes que componen la saga sin imaginar que sólo un estudio en Hollywood se mostraría interesado en el proyecto; que por cuenta del bajo presupuesto concedido tendría que filmar primero los últimos tres capítulos de la aventura y que la industria del cine no volvería a contentarse con menos tras el abrumador éxito de taquilla de su modesto homenaje a los seriados de ciencia ficción de los 50: Una nueva esperanza (1977), El imperio contraataca (1980) y El regreso del jedi (1983) recibieron nueve premios Oscar, recaudaron unos 2.000 millones de dólares en el mundo y supieron narrarle al siglo XX "el viaje del héroe" que comparten todas las mitologías del planeta (el relato de cómo un hombre corriente toma conciencia de que el destino del universo está en sus manos) hasta convertirse en un referente cultural ineludible. Como Edgar Allan Poe. Como los Beatles.

El maestro de barba blanca que transforma al joven granjero Luke Skywalker en una especie de samurai ?un jedi? capaz de liberar la galaxia del imperio del mal comandado por un caballero de armadura negra llamado Darth Vader (que le dirá al héroe "yo soy tu padre" en la escena más traumática de la aventura), la princesa en apuros atrapada en un planeta artificial que parece una torre infranqueable, el pequeño monje verde de orejas largas que tiene la paciencia que hace falta, el emperador sin dientes que espera en el último sótano del infierno, la tribu intacta que trata de sobrevivir a los efectos de la civilización, el cazarrecompensas digno de cualquier bar de mala muerte del lejano oeste, el cínico pirata espacial a bordo de la nave más rápida de todas, y los dos robots, C3PO y RD2D, que parecen un par de comediantes de los días del cine mudo: sin hablar de futuros apocalípticos, inspirada en los estudios novelados de J.R.R. Tolkien y los ensayos iluminadores de Joseph Campbell, la primera trilogía de La guerra de las galaxias, como las obras que acompañarán para siempre, consiguió reciclar ?mejor, hacer nuevas? las imágenes que han formado a la humanidad en todas sus eras fallidas.

Dicho de otra forma: como todas esas historias que crean legiones de fanáticos e imitadores, la primera trilogía de La guerra de las galaxias logró contar de nuevo, sin que nadie se diera cuenta, las fábulas que siempre se cuentan desde el principio de los tiempos.

Y así, junto con el Steven Spielberg que acababa de dirigir obras tan célebres como Tiburón o E.T. el extraterrestre, y gracias al padrinazgo del arriesgado Francis Ford Coppola, George Lucas se convirtió a mediados de los 80 en el cineasta que para bien y para mal había inventado la nueva forma de hacer películas en Hollywood. Al final de la década del 90 era una verdad inocultable: de su gigantesca Lucasfilm, una compañía cinematográfica ramificada en las rentables divisiones de sonido, animación y efectos especiales que han adornado casi todas las películas norteamericanas de los pasados 20 años, vinieron ambiciosas series de televisión, juguetes en todas las escalas, las presentaciones y los precios que se puedan imaginar, y producciones como las tres aventuras de Indiana Jones (que la dirección del propio Spielberg, su amigo personal, convirtió en clásicos instantáneos del entretenimiento) y algunos de los más interesantes experimentos de Akira Kurosawa y del propio Coppola.

En 1997 Lucas era el primero en aceptar que, por cuenta del triunfo inesperado de La guerra de las galaxias, había dejado de ser el hijo que salva al universo para convertirse en el padre de aliento pesado que construye un aterrador imperio. Que, igual a su país, había dejado de ser el luminoso Luke Skywalker para transformarse en el oscuro Darth Vader. Era, pues, el momento de contar las tres primeras partes de la historia. La tragedia que les dio paso a los hechos. Los eventos que paso por paso destruyeron la mesa redonda de los caballeros jedi, diluyeron la democracia interplanetaria en una dictadura dispuesta por las invisibles fuerzas del mal y llevaron al elegido, el esclavo liberado Anakyn Skywalker, a combatir en nombre del reino equivocado. Sí, los fanáticos de la trilogía anterior, adultos irredimibles armados de nostalgia, sin falta se sentirían traicionados por lo que llamarían "ciertos deslices de la puesta en escena" pero, ¿no era una idea genial? ¿No era un reto narrar, sin dejar de divertir, la corrupción gradual de una persona?

En otras palabras, ¿tenía sentido aquel proyecto más allá del dinero? ¿Serviría de algo filmar lo que antes se había contado en un par de diálogos? Los rumores, propagados por directores como Kevin Smith o Peter Jackson, dicen que este viernes 19 de mayo se tendrá que aceptar que, a pesar de no haber recibido ningún premio de aquellos, a pesar de las críticas a los diálogos, las actuaciones y los mundos generados por computador, propias de espectadores que han olvidado que se trata de una película para niños, la nueva trilogía, compuesta por La amenaza fantasma (1999), El ataque de los clones (2002) y La venganza del Sith (2005), recaudará otros 2.000 millones de dólares en las taquillas del planeta, le dará un nuevo aire (y unos orígenes muy tristes) a una aventura que ha pasado de boca en boca en los últimos 28 años y, gracias a su contundente episodio final, sabrá responderle al siglo XXI, en forma de tragedia, por qué todo mundo esplendoroso tarde o temprano entra en decadencia.

La historia se habrá cerrado. Lo que significará, por supuesto, que por fin podrá volver a comenzar.