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Nell Leyshon es novelista y dramaturga. Su obra Bedlam, ha sido la primera obra escrita por una mujer para el Shakespeare´s Globe Theatre.

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Esta novela de la británica Nell Leyshon es un intenso drama en la Inglaterra rural del siglo XIX, que retrata a una granjera atrapada en las redes de poder de su época.

Luis Fernando Afanador
5 de abril de 2014

Del color de la leche
Nell Leyshon
Sexto Piso, 2013
174 páginas

¿Por qué ha de interesarnos la historia de una granjera inglesa en el siglo XIX? Porque Mary, la protagonista de El color de la leche, está maravillosamente viva. Como Falstaff o Madame Bovary. Esa es la magia de la literatura: crear personajes inolvidables. Hacernos sentir que los tocamos, que son de carne y hueso. Y cuán real es esta muchacha de 15 años que no se calla nada, que dice las cosas como son: “Me apoyé las manos en la cadera. Me he estado metiendo en líos toda la vida, le dije, pero eso nunca me ha impedido decir lo que pienso” (así escribe Mary, hay que respetarla y entenderla: aprendió a hacerlo apenas a los 14 años).

“Este es mi libro y estoy escribiendo con mi propia mano. En este año del señor de 1831 he llegado a la edad de 15 años y estoy sentada al lado de mi ventana y veo muchas cosas. Veo pájaros y los pájaros llenan el cielo con sus gritos. Veo árboles y veo la hojas”. Así comienza la narración Mary, quien se describe y nos promete contar “por el principio” lo que ocurrió el último año de su vida y “el día en que todo cambió”. Un relato vivaz, detallado, con observaciones agudas, como corresponde a una persona inteligente pero sin educación. 

Sus errores de ortografía y su narración, ordenada por el ritmo de las estaciones –primavera, verano, otoño, invierno y nuevamente primavera- están ahí para recordarnos que ella escribe desde esa frontera en que se cruzan la oralidad y la escritura. Mary escribe con la frescura y el encanto de la lengua hablada y con la emoción de quien descubre por primera vez un instrumento que amplía sus poderes: la escritura. Su asombro casi adánico ante un hecho que nos parece rutinario es una gran parte de la fascinación que nos produce la novela: “Este es mi libro y lo he estado escribiendo con mi propia mano. He deletreado todas sus palabras”. 

El otro atractivo de Mary es su actitud ante la vida. Nada parece doblegarla. Ni su cojera, ni un padre maltratador o tener que trabajar, literalmente, de sol a sol. Ella ha visto cómo el hijo del vicario ha embarazado impunemente a su hermana Violet, ha padecido situaciones duras, insoportables, “un día tras otro”, pero no se lamenta, disfruta lo poco que hay que disfrutar: las conversaciones con el abuelo lisiado –para sus padres un holgazán, un improductivo-, las escapadas con sus tres hermanas para ver el amanecer y pedir un deseo el domingo de pascua: “y cuando ya estaba en la cima y mis hermanas estaban en la cima y todas estábamos ahí, el cielo empezó a levantarse por encima de nosotras y las nubes se volvieron pequeñas y se fueron y el cielo se puso más claro y las estrellas se apagaron”.

Sin embargo, valga la aclaración, aquí no nos han convocado para contarnos otra historia edificante a la manera de “la vida es bella a pesar de todo”, sino, como bien lo dice la escritora mexicana Valeria Luiselli en el prólogo, la historia de una persona –una de tantas- atrapadas en las redes de poder de su época. Como las que describe Michel Foucault en La vie des hommes infâmes: “vidas singulares convertidas, por oscuros azares, en poemas extraños”. Desde que el padre de Mary la vende cual esclava al vicario para que realice trabajos domésticos y le haga compañía a su esposa enferma, su destino parece jugado. La inminencia de un drama que va a ocurrir –“el día que todo cambió”- alimenta esta apretada e intensa narración. Y, desde luego, la resolución de ese enigma que parece una excentricidad histórica: cómo llegó a escribir una granjera analfabeta, criada en una familia de analfabetas. 

El drama tiene que ver con el aprendizaje, la sordidez se enlaza con la belleza y la única reivindicación viene de que la injusticia haya podido ser escrita. Un libro del cual “no salimos siendo el mismo lector” y una historia en la Inglaterra rural frente a la cual la de Elizabeth Bennet, protagonista de Orgullo y prejuicio, resulta bastante ridícula.