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VIUDA BLANCA PARA UNA HISTORIA NEGRA

JULIO JIMENEZ, EL HITCHCOCK COLOMBIANO, VUELVE A LA TELEVISION CON SU INIMITABLE ESTTILO DE AMOR Y SUSPENSO.

4 de marzo de 1996

La noche oscura de un pueblo macabro se interrumpe por la llegada de una mujer. Esta madre, pálida y con un corazón tan luminoso como su apellido ('de Blanco'), es la portadora de un rayo de luz al mundo tenebroso que reencuentra y que le ha arrancado su derecho al pasado y a la custodia de sus hijos, un par de mellizos telépatas. Lo que viene después en La Viuda de Blanco es la clásica confrontación de las fuerzas del mal y del bien con los ingredientes paranormales, misteriosos y teatrales típicos de Julio Jiménez, el Hitchcock del melodrama colombiano. Como en La abuela, El ángel de piedra, Los cuervos, En cuerpo ajeno o Las aguas mansas ; La viuda de Blanco promete todo un arsenal de historias retorcidas, con una matrona maléfica (Consuelo Luzardo), un alcohólico decadente (Alvaro Bayona), una mujer sin escrúpulos (Ana María Hoyos) en el lado de los monstruosos enemigos de la virtud y la claridad. Del lado de los buenos están, por supuesto, la damisela en apuros y con mirada soñadora (María Helena Döering), el ga-lán atlético (Osvaldo Ríos), la hermana generosa (Yolandita Monge), una nana negra que canta (Leonor González Mina) y el excéntrico protector de la protagonista (Julio Medina). Es decir, todos los ingredientes claves de Jiménez, uno de los pocos libretistas en Colombia que se ha dado el lujo de marcar una variante original en la línea tradicional del melodrama, atreviéndose a asustar donde los demás lloran o suspiran y a poblar sus universos de fuerzas sobrenaturales y esotéricas.Desde el inicio de su carrera Jiménez ha construido grandes núcleos familiares, casonas con vida propia y diabólica y los villanos más sicópatas que recuerden los televidentes colombianos. Con esta decisión de matizar las historias de amor con truculencias macabras, marca su independencia respecto a las dos grandes tendencias de la telenovela latinoamericana. Por un lado se aleja de la tradicional telenovela rosa tipo Kasandra o Guadalupe, en la que sus terribles personajes se verían como Frankenstein en la corte de los siete enanitos. Y por el otro, también se distancia de la vanguardia del melodrama que ha dejado la habitual intemporalidad para hacer referencias muy claras a tiempos y lugares reales, como en el caso de Café o La otra mitad del sol. En el estilo muy marcado de Jiménez, los actores siguen habitando lugares etéreos sin presente ni pasado y hablando con frases terribles, en tono grandilocuente, sobre sus destinos fatales, sin dejarse permear por la melosería de los dramas tradicionales ni la cotidianidad de los experimentales. Fórmula que ha funcionado a la hora del rating y que parece continuar en el universo tejido del pueblo Trinidad de esta Viuda Blanca y su lucha con unas enemigas malísimas llamadas Perfecta e Iluminada. Estas son las armas de la programadora RTI para lanzarse a cautivar, en primer lugar, a los televidentes colombianos de las ocho de la noche, uno de los horarios de más encendido de la televisión nacional, y posteriormente a los latinoamericanos, con el gancho del galán puertorriqueño Osvaldo Ríos, quien ya tiene vendida la telenovela en su país.