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VOLCANO

Se defiende por sus efectos especiales pero su guión es demasiado débil como para generar expectativa.

29 de septiembre de 1997

Ante la fuerza de un volcán en erupción no hay nada que hacer, pero la fantasía del director Mick Jackson ha hecho posible no sólo que se pueda controlar semejante episodio natural sino que suceda en pleno corazón de Los Angeles, allí donde los movimientos telúricos son frecuentes y la gran falla geológica instalada en la península de California alimenta desde hace muchos años la imaginación de los futurólogos cataclísmicos. Protagonizada por Tommy Lee Jones, como el comandante de la oficina de prevención de desastres de la ciudad, Volcano narra con suficiente destreza en el manejo de los efectos especiales la tragedia de una ciudad azotada por una erupción. Los estallidos se suceden unos a otros y la lava brota a borbollones de las alcantarillas inundando de fuego todo lo que encuentra a su paso, edificios, parques, centros comerciales, avenidas. La película no da respiro y ni siquiera alcanza a preparar el camino de la intriga cuando ya están apareciendo los primeros quemados y las autoridades disponen los diferentes mecanismos para combatir el fenómeno. El director está tan ocupado atendiendo los trucos de la tragedia que olvida a sus personajes, los abandona entre la lluvia de fuego y la ceniza sin que sea posible rescatar algún rasgo referencial que permita involucrar al espectador con la magnitud del desastre. Volcano es más bien una fiesta de fuegos pirotécnicos que se regodea en sus efectos especiales y en sus maquetas, antes de preocuparse por alcanzar una decorosa intensidad dramática, esa que sí han obtenido otras cintas del género y por lo cual todavía están grabadas en la memoria de los espectadores.