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Aunque parezca mentira, se reunieron en Cartagena más de cincuenta gringos que saben más del país que muchos colombianos.

5 de septiembre de 1988

Llegaron de todos los rincones de Estados Unidos, procedentes de universidades grandes y pequeñas, ostentosas y discretas, con su apariencia inequívoca de estudiosos, que en ocasiones preferían quedarse encerrados escuchando una disertación sobre los laberintos de la novela de Roberto Burgos Cantor, que salir a la playa y quemarse con la marea gris que devoraba la arena de Bocagrande.
Estuvieron más de una semana, sin preocuparse por las alarmantes noticias que sobre Colombia abundan en el extranjero, desechando los consejos de familiares y amigos que les pedían no venir a una versión macondiana de la guerra de Beirut. Se tomaron las instalaciones del hotel Capilla del Mar y algunos salones de la Universidad de Cartagena. Se trata de los más de cincuenta norteamericanos, que en su país son llamados "Colombianistas" porque en sus cátedras universitarias y en sus actividades literarias, siempre están hurgando en busca de nuevas interpretaciones en torno a sus escritores colombianos favoritos. Era la quinta cita anual de la Asociación de Colombianistas. Antes ya se habían reunido en ciudades tan disímiles como Bogotá y Medellín, Ithaca y San Luis, en Missouri.
Este año, el escritor colombiano alrededor de quien giró la mayoría de las actividades (conferencias, ponencias, mesas redondas, charlas informales) fue Alvaro Cepeda Samudio, autor de "La casa grande", "Todos estábamos a la espera" y "Los cuentos de Juana", una de las influencias más decisivas y permanentes en la narrativa colombiana de los últimos 20 años. Para que el análisis literario de tratadistas como Raymond Williams, Robert Sims, Gilberto Gómez, Renée Andrade, Maurice Brungardt y Seymour Menton fuera más allá del mito como creador, ahí estaban sus amigos y familiares recordando cómo, desde Diario del Caribe, volteaba en Barranquilla el destino del periodismo colombiano. Teresa Manotas, su esposa, llevó una versión al video de un trabajo cinematográfico sobre el Carnaval de Barranquilla, que estuvo escondido durante muchos años y que fue rescatado recientemente con su paciencia y la de Pacho Bottía; Patricia, su hija, con una pequeña llamada Alejandra, reconstruía retazos de una memoria alimentada con largas temporadas en Sabanilla y los cines de Nueva York; Germán Vargas, una de las figuras claves de este congreso, cosió y descosió los recuerdos en torno al muchacho que era capaz de discutir con Carlos Lleras sobre el destino de la Reforma Agraria y, Alberto Duque López recordaría a Cepeda a través de algunos momentos alucinantes de su nuevo libro, "Alejandra".
Según la opinión de varios de los asistentes, es una lástima que Cepeda se hubiera dispersado en otro tipo de actividades y no se hubiera dedicado de tiempo completo a la literatura. Por ejemplo, se habló de cómo su novela "La casa grande", se inscribe como una de las obras que plasmó la violencia colombiana rebasando los manidos límites de la anécdota, que habían imperado hasta entonces. Sus personajes sin nombre, que de un momento a otro son los protagonistas de uno de los episodios más sangrientos de la historia colombiana (la masacre de las bananeras), le enseñaron a la literatura colombiana que la violencia era mucho más que el recuento y la descripción de una serie de muertes.
La verdad es que este encuentro de los colombianistas norteamericanos (un evento apoyado por el Banco de la República, Avianca, la Comisión Fullbright, la Universidad y la Alcaldía de Cartagena), viene del descubrimiento que varios años atrás hiciera de Colombia un rubio y delgado profesor de español de la Universidad de Washington, en San Luis. Jurado en varios concursos literarios en Colombia, autor de varios libros sobre autores nacionales y buen amigo de la mayoría de los escritores colombianos, Raymond Williams comenzó a poner en marcha esta agrupación, compuesta por profesores que enseñan y analizan autores colombianos en sus cátedras. Lo que en principio parecía una aventura romántica, señalada por la distancia, poco a poco fue cobrando fuerza hasta el punto que este año, dos ex presidentes, con inclinaciones literarias, abrieron y cerraron las deliberaciones: Alfonso López Michelsen, con una novedosa propuesta sobre el diálogo con los guerrilleros y Belisario Betancur, recogiendo y resumiendo las numerosas inquietudes humanas y literarias que flotaron en el despreocupado y caluroso ambiente de Cartagena.
Mientras el otro país colombiano analizaba temas relacionados con el orden público y los engaños financieros, en Cartagena se escuchaban ponencias de Jonathan Titler sobre "El amor en los tiempos del cólera" Rhonda Buchanan sobre libros de García Márquez y Darío Jaramillo, Gloria Bautista sobre feminismo y religión en "Crónica de una muerte anunciada"; intervenciones sobre la obra de Orlando Fals Borda, Luis Carlos López (con una divertida y extensa disertación de uno de los pocos habladores que quedan en Colombia, Tito de Zubiría); una mesa redonda con escritores cartageneros (la sobriedad de Burgos Cantor al lado de la grandilocuencia retórica de muchachos como Jorge García Usta, Raimundo Gómez y Gustavo Tatis); otro diálogo con narradores costeños (Ramón Ilán Bacca, Eligio García y Duque López); más ponencias y más conferencias sobre la obra de Alvarez Gardeazábal, Arnoldo Palacios, Manuel Zapata Olivella, Héctor Rojas Herazo, Marvel Moreno, Burgos Cantor, Meira Delmar, José Eustasio Rivera, Mónica Gontovnik, Germán Espinosa, y otros escritores colombianos.
Coincidiendo con este Congreso Tercer Mundo lanzó dos nuevos títulos de su colección inaugurada a finales del año pasado: "La historia en la novela hispanoamericana moderna" de Raymond D. Souza (quizás el profesor norteamericano que mejor conoce a los escritores cubanos, clásicos y contemporáneos), y " Propuestas para examinar la historia con criterios indoamericanos" de Otto Morales Benítez, quien con éste, llega a su libro número 35. Souza, un hombre afable y discreto, que ocupa actualmente la presidencia de la Asociación de Colombianistas y es el encargado de organizar desde ahora la próxima reunión que tendrá como escenario la universidad de Kansas, analiza en su libro los trabajos de Rosario Aguilar Gustavo Alvarez Gardeazábal, Mario Vargas Llosa, Reinaldo Arenas, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes y Ernesto Sábato. Muestra la forma como estos narradores han incorporado en algunos de sus libros, elementos históricos alimentados con la ficción. Por su parte, Morales Benítez propone en su libro que el continente americano debe olvidar las guías hispanistas o eurocentristas y ofrecer su propia versión e interpretación. Es una prolongación de sus tesis ya conocidas en torno al significado del mestizaje.
Y como si fuera poco, también se analizaron otros aspectos de la vida colombiana, pasada y actual, con títulos como "La costa Atlántica y el movimiento gaitanista", "Ochenta kilómetros al sudeste de Cartagena, la mina de oro linguística de El Palenque de San Basilio", "El colapso del sistema inmunológico en los Estados Unidos y las plagas que azotaron a Colombia en el siglo XIX: un estudio comparativo", "La integridad nacional: fronteras y territorios limítrofes en Colombia contemporánea", "La ley de los antropófagos: los caníbales, Cartagena y el Caribe en el siglo XVI", "La feminización de la subjetividad romántica en la narrativa de Soledad Acosta Samper" y otros temas que, como dijo Roberto Burgos Ojeda, un historiador y catedrático, sirven para seguir con los ojos bien abiertos, durante varias semanas de desvelo.
Quizás la mejor prueba de la disciplina y el entusiasmo con los que estos profesores norteamericanos tomaron las sesiones de su quinta reunión colombianista en Cartagena, esté en la frase de una robusta morena que vende rodajas de frutas en las playas: "Menos mal que todos los turistas que vienen no son como esos gringos desabridos, que nunca vienen a la playa"