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Zatoichi

Un espectáculo que divertirá especialmente a los seguidores del director de 'El verano de Kikujiro'. ***

Ricardo Silva Romero
10 de abril de 2005

Título original: Zatôichi.
Año de producción: 2003.
Dirección: Takeshi Kitano
Actores: Takeshi Kitano, Tadanobu Asano, Michiyo Ookusu, Gadarukanaru Taka, Daigorô Tachibana, Yuuko Daike, Yui Natsukawa, Ittoku Kishibe.

Verla es como ver un sueño ajeno. Las coreografías de los duelos a muerte, las delicadas secuencias en la lluvia, la sangre generada por computador, las tramas paralelas que parecen no venir al caso, el sonido que subraya la percepción que el protagonista tiene del mundo y los chistes fáciles que jamás le perdonaríamos a una película gringa se suceden sin descanso hasta impedir (creo sinceramente que ese es el objetivo) que nos tomemos en serio algo de lo que está pasando en la pantalla. Zatôichi es un juego, es una farsa. Un capricho del maestro japonés Takeshi Kitano, actor, director, entretenedor profesional capaz de filmar con dignidad cualquier cosa, que se ha convertido en una leyenda del cine de estos años gracias a la buena costumbre de no repetirse. Estas son sus últimas tres obras: una aventura de iniciación titulada El verano de Kikujiro, un combate entre gángsteres llamado Hermano y una suma de trágicas historias de amor conocida como Muñecas.

Por cuenta de una serie de largometrajes interpretados por el actor Shintaru Katso, el espadachín ciego Zatôichi, viajero eterno que vive de las apuestas y de los masajes en el mundo sin ley del siglo XIX, ha sido uno de los héroes más populares entre los japoneses durante los pasados 40 años. Después de negarse varias veces a participar en el proyecto ("no había la menor posibilidad de que yo reemplazara al señor Katso", dice), Kitano finalmente aceptó la propuesta de filmar una nueva versión de la historia con la condición de que se le permitiera, sin perder de vista las características básicas del personaje principal, desde la espada de caña hasta el control sobrehumano de sus movimientos, rodar la película que le diera la gana. Escribió un guión vagamente inspirado en los Siete samuráis (1954) de Akira Kurosawa (Zatôichi defiende una villa sometida por la banda del cruel Ginzo) y, ya en el set de filmación, se dedicó a adornarlo con todo lo que le vino a la cabeza.

Por ejemplo: un par de geishas con un pasado para resolver, un amigo más bien cobarde que cumple con el propósito de aligerar el tono del relato, un vecino gordo que corre sin ropa -ya lo verán: parece un loco que ha escapado de una casa de reposo- mientras imagina que es un guerrero despiadado, un giro inesperado en la historia del protagonista y una parodia de las danzas felices, de musical de Hollywood, que suelen ocurrir en los largometrajes del género. El resultado de este ejercicio, el de adornar una anécdota simple con un conjunto de bromas, no es una gran película. Es más bien un gran espectáculo. Más allá de estéticas particulares, o de estructuras narrativas enrevesadas (quiero decir: más allá de que nos haga falta sensibilidad o información para comprender del todo una fábula japonesa), entrar a Zatôichi es entrar a un circo de esos en los que incluso los leones son payasos.