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Comienza la fiesta

Esta semana empieza el evento más esperado por los seguidores del deporte más popular del planeta: el Mundial de Fútbol.

26 de mayo de 2002

El proximo 31 de mayo comienza la edición número 16 de la Copa del Mundo que se celebra en estadios de Corea del Sur y Japón, dos enemigos históricos que intentan reconciliarse a través de la magia del fútbol y de los millones de dólares que han invertido para promocionar esta fiesta que durante un mes tendrá a 33.000 millones de personas en todo el mundo pendientes de lo que les ocurra a las 32 selecciones que se enfrentarán en los 20 ultramodernos estadios de Seúl, Pusan, Yokohama, Kobe, Niigata y otras ciudades de Corea y Japón.

Por primera vez desde 1990 estarán presentes los siete equipos que han ganado la Copa del Mundo y, a su lado, selecciones con una rica historia en el torneo y representantes de Africa, Asia y Centroamérica, regiones que han tomado fuerza en los últimos años. Entre los grandes ausentes se encuentran Hungría, subcampeona en 1938 y 1954; la República Checa, que en tiempos de Checoslovaquia también fue dos veces subcampeona del torneo (1934 y 1962) y, sobre todo, Holanda, subcampeona en 1974 y 1978 y uno de los grandes animadores del Mundial de Francia 98, donde terminó en el cuarto lugar.

Serán 64 partidos que se jugarán en horarios insólitos para Suramérica, el continente que más ha hecho por el desarrollo de este juego y por convertirlo en una verdadera expresión de arte. Sin embargo para la Fifa se ha vuelto una prioridad hacer del fútbol una de las mercancías más rentables y para ese efecto nada mejor que jugar un torneo en los crecientes mercados de Corea del Sur y Japón, sin que tampoco importe demasiado que esta sea época de lluvias y tifones en esa región del Lejano Oriente. Comienza un Mundial al que aspiraron más de 120 equipos de los cinco continentes y al que sólo llegan 32.

Un poco de historia

Hace 72 años la historia era muy diferente. Ninguna de las grandes potencias del fútbol europeo de entonces quiso participar en el primer Mundial, celebrado en Uruguay, puesto que se solidarizaron con Italia, que también aspiraba a celebrarlo. Y también porque ir en barco a Uruguay, jugar y regresar a Europa era una aventura que les demandaba unos tres meses y en ese tiempo muchos futbolistas, al no ser profesionales, encontraban dificultades para que les dieran permiso en sus sitios de trabajo.

El legendario dirigente Jules Rimet, creador del torneo, logró que Francia, Yugoslavia, Bélgica y Rumania asistieran al primer Mundial. Nueve equipos de América completaron la lista de 13 participantes. Desde entonces, y en particular a partir de 1954 —cuando por primera vez apareció la televisión en una Copa del Mundo—, se ha convertido en el evento deportivo más importante del planeta. Hasta tal punto que en los últimos 30 años el afán comercial ha primado sobre el deportivo y a medida que avanzan las técnicas de mercadeo y telecomunicaciones que llevan el torneo a los lugares más remotos de la Tierra se hacen más y más escasos los espectáculos de buen nivel técnico.

Aunque por lo general el mundo recuerda a los grandes campeones, y en especial a quienes se consagraron en los torneos posteriores a México 70, buena parte de la magia de los mundiales se debe a las gestas legendarias de un pasado cada vez más remoto y en blanco y negro. Como la de la selección uruguaya, que en 1950 estremeció al mundo al arrebatarle a Brasil el título en su propio estadio (el ‘Maracanazo’) y que cuatro años después volvió a conmover en aquella semifinal ante el invencible equipo de Hungría, al que obligó a jugar 30 minutos de alargue antes de caer 4-2 en uno de los mejores partidos del siglo XX.

Otra gesta inolvidable fue aquella de la selección de Francia de 1958, que terminó tercera en el Mundial de Suecia y dejó para la historia la marca de los 13 goles convertidos por Just Fontaine. Y si de hazañas se trata, la de Alemania en 1954, que contra todos los pronósticos y a base de esfuerzo y disciplina doblegó a los ultrafavoritos húngaros en Berna y les arrebató una copa que los magiares creían suya desde que se inició el torneo. Partidos increíbles como aquel Brasil 6–Polonia 5 en el Mundial de Francia de 1938, que se jugó en Estrasburgo bajo un aguacero torrencial y en el que el legendario ‘Diamante Negro’ Leonidas da Silva convirtió un gol descalzo pues instantes antes de rematar al arco había perdido su guayo.

Marcadores insólitos aquellos, y más en el ultradefensivo y amarrete fútbol de hoy: Austria 7-Suiza 5, Hungría 8–Alemania 3, Francia 7–Paraguay 3, Inglaterra 4–Bélgica 4… mundiales como el de Suiza, con un promedio de 5, 38 goles por partido. Buena parte de la sal y el picante de los mundiales ha corrido por cuenta de las sorpresas. Como el triunfo de Estados Unidos ante Inglaterra en 1950, en el que un equipo de mercenarios de diversas nacionalidades, algunos de ellos echados por malos de equipos de las divisiones inferiores británicas, humilló a los que todavía se proclamaban los mejores del mundo por el solo hecho de haber inventado el juego pero que nunca lo habían demostrado en la Copa del Mundo, a la que asistían por primera vez y de la que se fueron por la puerta de atrás, pues también cayeron ante España.

Igual suerte corrieron los argentinos en 1958. Después de 24 años de ausencia regresaban al Mundial convencidos de que eran los mejores sin haberlo demostrado jamás. Un lapidario Checoslovaquia 6–Argentina 1 los devolvió muy rápido a casa y los puso en su sitio. O el inesperado triunfo de Corea del Norte sobre la encopetada Italia en el Mundial de 1966. Uno de los favoritos del torneo se iba a casa eliminado en la primera ronda y buscaba escondederos a peso, pues en la península los enfurecidos tifosi los querían matar. Vergogna nazionale!, clamaban los titulares de los diarios.

También ha habido escándalos desde los orígenes mismos del certamen. Amenazas de muerte a los jugadores argentinos que jugarían la final ante Uruguay en Montevideo; la criminal clasificación de Italia ante España en 1934 (tiempos de Mussolini, no sobra decir) con la complicidad de los árbitros. La vergonzosa batalla de Berna provocada por los brasileños que, incapaces de superar a Hungría con fútbol, decidieron hacerlo con kick boxing. La violencia de los jugadores chilenos en su Mundial contra sus rivales con el aval de los jueces, los muchas veces recordados sucesos de la ronda de cuartos de final del Mundial de Inglaterra y el polémico gol del inglés Hurst en la final de aquel torneo ante Alemania; el descaro de los árbitros para regalarles penales inexistentes a México y España en sus mundiales de 1970 y 1982.

¿Quien ganara?

Ya se oyen desde hace varios meses las apuestas para este Mundial de Corea-Japón 2002. Se habla de Francia y de Argentina como los dos grandes candidatos para ganar el torneo. El favoritismo de Francia es inobjetable pues desde la Eurocopa de 1996 (fueron eliminados por penales en la semifinal ante los checos) han sido los número uno de Europa y del mundo. Campeones mundiales en Francia 98 y de la Euro2000 en Holanda y Bélgica, los jugadores de ese país son protagonistas en las ligas de Italia, España e Inglaterra.

El favoritismo de Argentina, en cambio, es bastante relativo pues se basa en la manera como barrió en la eliminatoria suramericana. Sin embargo parte de su avasallador éxito se debió a la pobre actuación de equipos como Brasil, Uruguay, Colombia, Perú y Chile más que a otra cosa. Prueba de ello son las enormes dificultades que pasó ante Paraguay, equipo de segundo orden en el nivel mundial al que no pudo vencer. De todas maneras se trata de un equipo sólido, con jugadores de categoría.

Otras escuadras de las que se habla bastante son Italia (es histórico que suele jugar muy mal en los meses previos al torneo), España y Portugal. Estas tres selecciones cuentan con jugadores de altísima jerarquía, y nada de raro tiene que alguno de estos equipos acceda a la gran final. Aunque Brasil tuvo muchos problemas para clasificar al Mundial, esto se debió ante todo al caos y a la corrupción que carcomen a su dirigencia, que se reflejó en el continuo cambio de jugadores y directores técnicos a lo largo de la eliminatoria. Al no convocar a Romario, a pesar de las presiones de la prensa y del público, el técnico Luis Felipe Scolari ha dado muestras de que armará su equipo con los jugadores que más le convienen. Además, cuando Brasil llega a los mundiales sin tanto favoritismo suele ser contundente y cuenta con decenas de jugadores de jerarquía para ganar su quinta Copa.

Lo mismo puede decirse de Alemania, una selección que clasificó con grandes problemas y que en los dos últimos torneos ha dejado mucho que desear. De resto se menciona a Inglaterra, un grande más por historia que por resultados y que suele decepcionar en los mundiales; Suecia, que reverdeció de sus viejos laureles en USA 1994; México, un equipo que ahora les juega de igual a igual a los grandes del mundo; los africanos, que en 2002 tienen en Camerún a su principal as (Nigeria ya no es la misma que ganó el torneo olímpico de 1996) y no se descarta una sorpresa —que casi nunca falta— de equipos como Polonia, Paraguay y Ecuador.

Dentro de un mes el mundo conocerá al sucesor de Francia. Como de costumbre, los espectadores esperan partidos de alto nivel, algo que se ha vuelto material escaso en los últimos 30 años de esta competición. Una vez más cobra actualidad la frase del escritor Eduardo Galeano: “Una linda jugadita, por amor de Dios”. ¿Será demasiado pedir?