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DE CAMPEON A CAMPEON

Nadie, ni el mismo Cristóbal, pensó que podría ganar la vuelta.

30 de agosto de 1982

Demostrando clase, afrontando en perfecta forma todo tipo de terreno, trabajando en estrecha coordinación con su equipo, el boyacense de 28 años Cristóbal Pérez, que nunca había ganado una carrera de importancia, logró el título de campeón en la XXXII vuelta a Colombia en bicicleta.
Pérez es, como su antecesor en el título, boyacense (nacido en Chiscas) y de origen campesino. Quizás habría pasado su vida, como tantos de los suyos, sembrando papas en las brumosas laderas de la cordillera si a los diez años de edad, gracias al dinero que le suministraron tíos y aun compañeros de la escuela, no hubiera recibido la primera bicicleta de su vida. Desde entonces, el ciclismo fue la pasión de su vida.
Pero no tuvo actuaciones especialmente sobresalientes. Siempre trabajó de gregario, como se dice en la jerga deportiva; es decir, como simple colaborador de otros corredores, a los que se les ayuda para ganar la carrera, cortando el viento o agotando a un rival de peligro o aun, en oportunidades, prestándoles la bicicleta cuando se presenta una falla mecánica. Cristóbal era, pues, uno de esos anónimos y esforzados auxiliares, un miembro más de esa infantería que engrosa el pelotón pero que rara vez viste la camiseta del líder.
Cuando empezó la vuelta, nada hacía prever que Cristóbal estuviera en condiciones de jugar un papel en la vuelta. Formando parte del equipo de la Lotería de Boyacá, las instrucciones que había recibido eran las de ayudarle al más fuerte del equipo, su capitán Rafael Antonio Niño, un esforzado boyacense nacido en Cucaita que ha ganado ya seis veces la vuelta y ha competido con los mejores del mundo en Europa.
Cristóbal Pérez cumplió con obediencia su cometido, pedaleando en los primeros tramos de la vuelta muy lejos del líder de su equipo, completamente ignorado por todo el mundo. Nadie habría apostado veinte pesos por él cuando la carrera se estaba jugando entre Israel Corredor, Francisco Rodríguez y Rogelio Arango. Pero en el trayecto entre Supía y Medellín, cuando la cabeza del pelotón subía por la fragorosa y neblinosa cuesta de la Línea, que los autos cruzan siempre con los faros encendidos aun a mediodía, apareció sorpresivamente Pérez entre los primeros, consiguiendo los minutos que necesitaba para apoderarse de la camiseta. Desde ese día no volvió a soltarla.
¿Qué había ocurrido? ¿Cómo el eterno peón de brega del campeón Rafael Antonio Niño había logrado suplantarlo? Todo ocurrió minutos antes, al iniciar la cuesta. Niño, completamente agotado, confesó a su compañero de equipo lo que rara vez un campeón ciclista se atreve a decir: "Ya no puedo más. Alguno de ustedes tiene que responder por el equipo".
Fue en aquel momento cuando, por primera vez en su vida, Cristóbal Pérez pensó en la posibilidad de ser campeón. "Yo estoy en buenas condiciones", le dijo al seis veces campeón de la vuelta. Y, autorizado por este, llevando por primera vez el mando de su equipo, se disparó cuesta arriba.
El campesino de Chiscas, faltando seis días para la conclusión de la vuelta, conservó el liderato. Pero no fue fácil: sólo le llevaba ocho segundos de ventaja al segundo, Israel Corredor, otro veterano del evento. Ocho segundos, es decir trescientos metros que cualquier pinchazo, cualquier tropiezo del camino, pueden anular. Más aún teniendo en cuenta que Corredor y quienes le seguían de cerca son corredores expertos en la montaña, mientras que el propio Pérez es un especialista en el terreno plano.
Fue, utilizando términos hípicos, un verdadero palo para todo el mundo, quizás en primer término para sus propios amigos de Chiscas y para sus padres. Al oír los resultados de las últimas etapas, la gente del pueblo, donde viven todos ellos, se reunió y decidió mandar una comisión para esperarlo en la línea de llegada.
Los padres de Cristóbal, un par de campesinos que no se diferencian en nada a los que los domingos de mercado invaden la plaza de su pueblo, lo abrazaron llorando, cuando el nuevo campeón, sudoroso bajo el sol de las once de la mañana del sábado, se bajó de la bicicleta en frente del parque del Salitre .
El más contento de todos fue su entrenador, el famoso Rubén Darío Gómez que ganó la vuelta en 1961. "Sabía que era un buen corredor, pero nunca pensé que podría ganar esta carrera", dijo.
Cristóbal Pérez fue un campeón contra todos los pronósticos, inclusive contra los de él mismo. Hace un año, cuando tenía la ilusión de ir a Europa para competir en el Tour del Avenir, su viaje le fue tristemente barajado por las directivas del ciclismo colombiano, que no confiaban en sus condiciones físicas. Nadie, ni los expertos, sabe nunca dónde surge un campeón.