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Duván es un vallecaucano que pone el alto el nombre de Colombia en el fútbol italiano. | Foto: Montaje SEMANA

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Duván Zapata: pararse cuando has perdido lo que más amas

El vallecaucano que brilla en Italia mantiene la misma sonrisa que tenía de niño, pese a situaciones duras como enterarse de la muerte de su mamá en plena concentración. Esta es la historia no conocida de este goleador nato.

Sophía Gómez
12 de junio de 2019

Célimo Banguero, tío materno de Duván, abrazó a su sobrino al verlo confundido en medio del gentío que había acabado de llegar a la casa. Todo era llanto en el recinto y Duván apenas estaba regresando de la concentración de la Selección Colombia Sub 20. “Su mamá se nos fue”, le dijo. Y el chico, que llevaba puesto todavía el camibuzo y la pantaloneta de la Tricolor, reaccionó apartándose. Con la ingenuidad de un niño, Duván le preguntó: “¿Se nos fue para dónde?”. En ese momento el joven goleador estaba a punto de recibir la peor noticia de su vida.

Los padres del delantero son caucanos. Luis Oliver Zapata nació en Corinto y su esposa, Elfa Cely Banguero, en Padilla. Ambos se criaron en el corregimiento el Tetillo Tamboral; una zona rural donde la caña de azúcar sustituyó los cultivos de café y cacao cuando la rentabilidad económica para los pobladores de esa región ya no era la misma.

La pareja se conoció desde la infancia y sostuvo una relación de cinco años de noviazgo antes de que “por un desliz” -según dice Oliver, ahora en broma - llegara Cindy Carolina, su primera hija.

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En noviembre de 1989, la familia Zapata Banguero abandonó el corregimiento y se fue en busca de una vida mejor en el departamento del Valle del Cauca. Arrendaron una casa en el barrio Marroquín al sur oriente de Cali, pero las balaceras constantes los hicieron salir corriendo de ahí y se mudaron a El Poblado.

A los cuatro años de haber tenido a Cindy, llegó el pequeño Duván. “Sentí una felicidad absoluta con la llegada del niño”, cuenta Oliver. Por fin tenía la parejita que había deseado. Sin embargo, aclara que su hijo no nació en la vereda el Tetillo Tamboral, como muchos dicen, sino en Cali.

−Duván Esteban nació en la clínica Rafael Uribe Uribe, del Seguro Social, el 1 de abril de 1991 –dice.

La confusión sobre el lugar de nacimiento proviene de las constantes visitas que hacía la familia a la vereda, a pesar de que el recorrido desde la capital de la salsa tomará más de una hora por una carretera destapada. Oliver y Elfa llevaban a sus hijos -cada fin de semana que podían- a las fincas respectivas donde vivían los abuelos.

De niño, Duván pasaba sus tardes jugando fútbol entre el inmenso potrero verde que había en Tetillo Tamboral y las calles del barrio Ciudad Córdoba, en el distrito de Aguablanca, en Cali.

Elfa Cely se daba cuenta que su hijo menor tenía un talento por explotar y, haciendo uso de su habilidad para entablar una conversación, se dio a la tarea de contactar a técnicos, agentes y a cualquier otro personaje que pudiera potenciar la carrera de Duván. El jugador pasó de patear una pelota en un potrero a disputar finales en la gramilla del estadio, gracias a ella.

Por eso es que el joven de 19 años -acostumbrado a contar con la presencia de su madre en cada paso que daba- no comprendió la frase que su tío Célimo le dijo ese 26 de junio de 2010 cuando regresó a casa de la concentración.

-¿Mi mamá se fue? ¿Cómo así?, eran algunas preguntas que él no lograba entender.

Al ver que Duván estaba atónito con la noticia, Oliver lo tomó por el brazo, lo apretó duro -como pocas veces lo ha hecho, pues no es muy expresivo- y lo condujo a la habitación matrimonial para explicarle con más detalle.

- Mijo, su mamá falleció. Yo sé el impacto que esto va a tener en usted, pero bueno, Dios lo quiso así y aquí me tendrá a mí, con su hermanita - le dijo.

Duván se recostó en la cama de sus padres y miró hacia el techo por varios minutos. Luego se sentó y prendió el televisor que estaba justo enfrente de la cama y, como un zombie, se quedó viendo la pantalla. No prestaba atención a la imagen ni a las palabras que le decía su padre. Cuenta Oliver que sus ojos estaban llorosos, pero nada más.

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“Entró en shock”, recuerda Cindy, la hermana mayor del delantero. Ella también estaba en la habitación presenciando esa escena escalofriante que hoy, nueve años después, todavía le cuesta contar. “Ver así a mi hermano fue algo traumático, me salí y me desplomé en mi habitación", dice.

Cindy no vio cuando Duván salió del cuarto y se fue a donde un amigo para distraerse de la tragedia. Al llegar, sobre las cuatro de la tarde, él cayó en un sueño profundo y al despertarse -cuentan sus familiares- había vuelto a ser el mismo chico tímido y reservado que conocían. Si bien sentía dolor no lo expresó con llanto, simplemente asumió la situación como su madre le enseñó, con berraquera.

El lunes, después del sepelio, Duván tenía que volver a entrenar con el equipo profesional de América para la pretemporada, pues el microciclo con el técnico Eduardo Lara había terminado. Aunque las directivas del club le dijeron que se tomara el tiempo necesario para superar la pérdida de su madre, él hizo caso omiso y se reintegró a los pocos días. Esa fue su escapatoria.

 Duván se graduó de bachillerato a los 16 años en el Liceo Superior del Valle. Ese mismo año ascendió a las reservas del América por recomendación de José Manuel Rodríguez. Cortesía familia.

A los Zapata, el América de Cali les viene por herencia. Los abuelos y los padres de Duván siempre tuvieron claro que si alguno de los integrantes de la familia quería jugar fútbol debía hacerlo en el equipo escarlata. Por eso, cuando Duván Esteban Zapata Banguero cumplió 11 años, su madre lo llevó a presentar las pruebas de admisión porque estaba segura de que su talento le alcanzaría para obtener un cupo en las inferiores de los diablos rojos.

Ese niño delgadito, que aparentaba más edad de la que tenía por su gran estatura, comenzó a entrenar con la cantera del club cuando cursaba sexto grado. Tres veces por semana, sus padres debían sacar el tiempo, -en medio de su trabajo de aseadora y de cotero- para llevar a Duván hasta la sede del club.

En esa época, la única ruta que los dejaba justo al frente de ese sitio era ‘la Papagayo 9’. Un bus del sistema de transporte antiguo de Cali que parecía más una carroza de carnaval. El jugador y sus padres paseaban media hora adentro del colorido vehículo.

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Cada semestre, eran cientos los niños que se inscribían a las convocatorias del equipo y los privilegiados que eran recibidos hacían hasta lo imposible por no perder esa oportunidad. Pero el padre de Duván tenía algo claro: “Esto del fútbol es de mucha suerte” y, por ende, la primera lección que le dio a su hijo, en sus inicios como jugador, fue sacarlo del América cuando no rindió en el aula de clase.

−Él era una persona entregada a sus estudios, pero a penas comenzó con la práctica del deporte los profesores nos llamaron la atención porque Duván ya no estaba rindiendo como antes. Él nunca me había perdido ningún logro y en la entrega del informe me dijeron que había perdido tres.

Don Oliver impuso su castigo. Llorando, Duván le pedía que no lo hiciera, que era capaz de mejorar en el estudio si le daba otro chance para organizar su tiempo entre el fútbol y el colegio, pero su padre se mantuvo firme en la decisión: lo sacó por seis meses de los entrenamientos, aun cuando sabía que existía el riesgo de que no lo volvieran a aceptar.

Oliver es el director de la fundación que creó Duván en octubre de 2018. Una idea que nació en uno de los tantos trayectos en la ruta Papagayo 9 cuando el futbolista iba a entrenar con el América. Foto: Mauricio Paz.

Duván cumplió su palabra y recuperó los tres logros en dos meses, pero las puertas del América ya estaban cerradas y tuvo que esperar hasta el año siguiente para volver a jugar con la camiseta roja. Ese episodio, cuenta Oliver, le enseñó al delantero que debía luchar hasta el cansancio por alcanzar sus metas sin descuidar otros aspectos de su vida, porque su paso por el balompié podía acabarse en cualquier momento, ya fuera por una lesión o por una mala calificación.

Ese episodio marcó Duván y desde entonces sacó tiempo para todo; la familia, el estudio y el fútbol.

Antes de que su mamá falleciera, él se encontraba en un hotel de Cali con los preseleccionados por Eduardo Lara para el Mundial sub-20 que se jugaría en Colombia el próximo año. Desde ahí, Duván preguntaba por el estado de salud de Elfa. Sabía que ella llevaba un mes padeciendo fuertes dolores estomacales sin que los médicos dieran con el chiste de su enfermedad, pero omitía que se trataba de una pancreatitis aguda y se vino a enterar demasiado tarde.

− Papá, cómo va mi mamá - preguntaba Duván.

− Mañana la intervienen - le dijo su padre, intentando tranquilizarlo.

Sobre la 1 de la mañana del sábado, el timbre del teléfono inalámbrico despertó a Oliver. Llamaban para avisarle que la cirugía se había complicado y que era mejor acercarse al centro médico para despedirse de Elfa. Pero él no alcanzó a verla con vida, tuvo un paro cardiorrespiratorio.

Oliver no se atrevió a contarle a su hijo la noticia de inmediato, por temor a afectar su desempeño futbolístico. En medio del dolor por la pérdida de su esposa, su primera reacción fue ir al hotel donde se alojaba Duván y hablar con el preparador físico, Rodrigo Larrahondo, para contarle lo sucedido y pedirle que retrasara un poco la salida del jugador mientras en casa adelantaban la organización de las honras fúnebres.

Su plan no salió como esperaba. Duván se enteró de su visita al hotel y presintiendo lo peor, lo llamó a las 6 a.m.

− ¿Usted estuvo en el hotel? - le preguntó.

− Sí, estuve en la madrugada por allá. – respondió Oliver.

− ¿Qué le pasó a mi mamá, dígame?

Oliver no supo qué responder y solo le pidió que fuera a la casa. A las nueve de la mañana Duván se asomó por la esquina de la cuadra y desde ahí vio a su padre recostado sobre el barandal de la vivienda. Luego pasó la escena con su tío cuando le dio la noticia y su estado de shock ante el asombro.

            La finca de la abuela Orsana era el punto de reunión de los primos y amiguitos de Duván. Él era muy tímido, pero con el balón en sus pies entablaba una relación con cualquiera. Cortesía familia.

La finca de la abuela Orsana, en Tetillo Tamboral, sirvió de cancha improvisada para los famosos “picaditos” juveniles de sus nietos. Cindy cuenta que una buena gallada de sus primos llegaba durante las vacaciones escolares para conformar el equipo de fútbol familiar, donde por supuesto, Duván sobresalía.

− Chupábamos caña, nos bañábamos en el río… Mi abuela tiene un buen terrero y cuando no había siembra, nosotros lo ‘cogíamos de ruana‘ −señala.

La casa de bahareque y techo de barro de la señora Orsana aún se mantiene en pie. Duván le hizo algunas modificaciones hace un tiempo como regalo para su segunda mamá.

A la entrada de la finca, se ve a primera vista la discoteca que maneja la familia Banguero (la única de la vereda). Después, viene la tienda, en el antejardín a mano derecha y de ahí para atrás, las cuatro habitaciones. Con la remodelación que hizo Duván, se unió la cocina y el baño a la estructura de la casa, pues en el pasado quedaban por fuera.

La zona del parqueadero era la otra cancha donde el número 7 de la Selección Colombia armaba sus partidos cuando no estaba participando en los torneos del barrio en Cali.

− Mi mamá era muy amiguera, ella es el pilar para todo lo que está haciendo mi hermano en este momento.

Cindy recuerda que de esa camaradería de su madre surgió el primer contacto para que Duván mostrara su habilidad en el frente de ataque.

Javier Olaya fue el primer entrenador aficionado en ver su calidad de juego. Este hombre, vecino de la familia, creaba torneos recreativos en Ciudad Córdoba y premiaba a los equipos ganadores con sus propios recursos.

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Rápidamente, Olaya se dio cuenta que este niño era muy efectivo en el último cuarto de cancha. Algo brusco en sus movimientos al principio, pero con gran potencial para ser pulido en la juventud.

Ese trabajo lo tuvo a cargo Alex Escobar, el asistente del técnico Diego Edison Umaña. Ambos le dieron la oportunidad a Duván subir a la primera división del América. Tenía 16 años y ya medía 1.86 metros de estatura.

− Era un chico muy sencillo, muy noble, humilde, pero con ambición de sacar su familia adelante. Le fortalecimos la parte mental y le ayudamos a mejorar el contacto con la pelota, tanto con derecha como con izquierda. Una formación bonita.

Escobar recuerda que en el año 2007 había una ley en el fútbol colombiano que exigía a los equipos profesionales tener un jugador, de la categoría sub-20, en la lista de convocados a los partidos de la liga. Duván fue por algunos meses ese jugador canterano al que le daban treinta o cuarenta minutos para mostrar su destreza con el balón.

Umaña y Escobar pronto notaron que las características de ese vallecaucano podían aportar mucho más que el simple cumplimiento de una norma. “Duván es fuerte mentalmente, su pasión es el fútbol, tiene el biotipo exacto, buena fortaleza y juego aéreo”, dice el asistente. Así que lo promovieron oficialmente el 18 de marzo de 2008 a la primera división. Marcó 14 goles.

*

Los familiares del Duván coinciden en decir que su personalidad sigue siendo la misma del niño aquel que jugaba en las calles de Ciudad Córdoba. Es de pocas palabras, tímido, reservado. Lo único que despierta  su curiosidad -ahora y en su niñez- es un balón de fútbol.

−Nosotros casi no invertimos en juguetes porque él siempre prefería una pelota. Uno le llegaba con cualquier otro regalo y en el momento que se lo entregaba usted lo veía jugando dos o tres días, máximo una semana, hasta que ya lo desbarataba por completo y volvía a correr detrás de una pelota – recuerda su padre.

Oliver también tiene presente en su cabeza cuando llegaba del trabajo y veía a su hijo dormido con una pelota de plástico junto a la almohada. Le daba el beso de buenas noches y se despedía. Duván quizás no recuerde esta escena porque su padre salía de la casa a la madrugada y regresaba en la noche cuando él ya se había acostado.

Duván no sabía que su padre, que no ajustaba los 30 años, trabajaba de cotero para la empresa Maizena y a medida que él y su hermana crecían, Oliver estaba terminando su carrera tecnológica en Química, en la Universidad Santiago de Cali.

A medida que las condiciones económicas mejoraron, el futbolista naciente recibía mejores balones para practicar al salir del colegio. De la pelota de plástico pasó a un balón sintético y luego, cuando llegó al América, le compraron el balón reglamentario.

Aunque la madre de Duván no estuvo para ver el salto que dio al fútbol internacional, quien ocupó ese lugar fue su hermana Cindy. Desde la tragedia, ella asumió el rol de mujer de la casa y se ocupó de algunas labores que hacía la señora Elfa.

"Yo soy menos alcahueta que mi mamá", cuenta Cindy. Pero de todas formas las atenciones a su hermano siguieron. Los huevos pericos, la arepa y el jugo de naranja que le gustaban seguían siendo parte del menú del futbolista.

Duván y Cindy tienen una relación muy especial. De niños compartían la misma pasión por el fútbol y ahora de grandes se comunican constantemente sin importar la distancia. Cortesía familia.

En 2011 y después del Mundial Sub-20, Estudiantes de la Plata oficializó el traspaso de Duván. Por primera vez, el delantero tuvo que alejarse de su familia y viajar al cono sur del continente para continuar con su carrera deportiva.

Néstor Fernando Villarreal y Fernando Schena -agentes del futbolista- lo acogieron en su residencia en Argentina, mientras el club le proporcionaba un apartamento propio; el cual llegó un año después de su ingreso.

Aquella frase de Oliver según la cual “esto del fútbol es de mucha suerte” se cumplió a cabalidad en con los comienzos de su hijo en el equipo “Pincha”. Duván tuvo una fisura en la base del peroné que lo sacó de las canchas por tres meses e hizo que se perdiera gran parte de la temporada 2011/12. Pero lo que empezó como un tropiezo en su camino, sirvió para que el jugador tomara fuerzas y se devorará a los rivales que le pusieron al frente, una vez se recuperó de la lesión.

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La dupla de hat-tricks que marcó en el torneo de reservas con Estudiantes le garantizó al futbolista veinteañero su estadía un año más en las filas del equipo, que, durante el mercado de invierno, compró el 50% restante de su pase al América de Cali.

Adrián Magnoli, periodista argentino, recuerda que fue en Estudiantes de la Plata donde pusieron a jugar a Duván en la posición correcta: de ‘9’, en medio de los dos centrales; la misma que lo ha hecho triunfar en Atalanta.

− Estudiantes lo vende al Nápoles y lo hacen jugar como ayudante del nueve, pero no hace goles. Entonces lo prestan al Unidese, de ahí a la Sampdoria y lo mismo. Hasta que lo agarró el Atalanta y dijo ‘Oiga, este muchacho es nueve, no juega por afuera’, y ahí es cuando explota.

Eso es cierto. Después de que Duván llegó a jugar para ‘La Diosa’, de él solo se escuchan halagos. Su sencillez y su hábito de figurar en la cancha y no en la prensa, son cualidades que los medios italianos le aplauden al colombiano.

Es el máximo goleador histórico, colombiano, en la liga Calcio con 63 goles. Y el segundo de la temporada 2018/19, con 23 anotaciones, superando por dos tantos al legendario Cristiano Ronaldo que tiene 21. En la campaña pasada del Atalanta, Duván aportó el 40% de los goles del club y en este momento, se especula que el Napoli lo quiere de vuelta.

Duván anotó el tercer gol de Colombia en el amistoso contra Perú, a pocos días de iniciar la Copa América. León Darío Peléz /SEMANA

Carlos Queiroz no pudo convocar a Duván en mejor momento. Puede que el delantero deba rotar su posición con Falcao o quién sabe, complementarlo en el frente de ataque de la Selección. Lo único seguro es que el moreno de crespos alborotados y una sonrisa nerviosa dará todo lo mejor de sí para cosechar triunfos con la tricolor. Manteniendo, como es su estilo, un paso silencioso en el terreno de juego, que en el momento oportuno será crucial para el equipo.

Sus goles le darán alegría a la hinchada y él le cumplirá a su mamá. Pues en alguna entrevista dijo:

− Hoy todos los goles están dedicados a ella. Después de todo, no solo era mi madre, sino también la que descubrió mi talento.