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El centroforward murió al amanecer

Juan Linares
5 de julio de 2006

El Mundial de Alemania está dando sus últimos estertores. La fiesta está a punto de concluir, mientras el mundo, lentamente, comienza a despertar de esa larga siesta emocional. “Nosotros los de entonces – como dijo el poeta – ya no somos los mismos”. El tiempo que antes fue nuestro aliado en los pronósticos hoy es nuestro verdugo. ¿Quién puede culparnos por pensar con el corazón? ¿Quién se atreve a maldecir lo que ama?

Los invitados al mega-evento se han ido retirando en silencio. Muchos de ellos, por pudor o vergüenza, han evitado mostrar sus rostros desolados en medio del jolgorio, y optaron por un tibio adiós que los rumores de la tierra somnolienta rápidamente disiparon. “Prefiero levantarme de la mesa antes que recojan los platos”, manifestó la Selección Argentina sintiéndose incapaz de “patearle el asado” al dueño de casa. Con los postreros acordes del partido fueron muriendo, poco a poco, sus esperanzas de continuar sentada en la aristocrática mesa del anfitrión. Los penales, frente a los teutones, resultaron innecesarios, tal vez, inmerecidos, para un conjunto que fue visualmente superior. Pero Argentina tuvo algunas vacilaciones para rematar la faena durante los 120 minutos que duró la brega, y esas dudas precipitaron su perdición, su eliminación, su regreso a casa y su olvido.

Pronto descubrió “la albiceleste” que Berlín, la ciudad de Marcuse, de Bertold Bretch, de Marlene Dietrich, del padre de la geografía, Alexander von Humboldt y del célebre director de cine Ernest Lubitsch, no era un mal destino para morir. ¡Cayó como un grande! Con el orgullo, intacto, del robledal que en su grandeza necesita del agua y no la implora. La historia la escriben siempre los ganadores (¡o los asesinos!) no hay vuelta de hoja, ni tiempo para la nostalgia. El mundo recuerda fechas, resultados, estadísticas, no esperanzas perdidas ni batallas inútiles.

Brasil, el invitado real a la fiesta germana, en cambio, exhibió su cara más amarga: la mezquina, la avara. Su equipo fue una murga destemplada y raquítica. Era fácil predecir su caída. Nunca fue el que fue y jamás estuvo a la altura de su desmedido favoritismo. Un baño de humildad a sus héroes deportivos no sería un mal comienzo para la próxima fiesta en Sudáfrica. En la ciudad brasileña de Chapecó una turba enfurecida, decepcionada y dolida, ya ha comenzado el “mea culpa” tumbando a “martillazo limpio” la estatua de casi ocho metros de su ídolo Ronaldinho, uno de los artífices de esa falsa gloria.

Ecuador, por el contrario, se portó en la fiesta alemana como un invitado modelo. En ningún momento exigió un lugar o trato especial en la mesa, se conformó con estar presente. Con cumplir. Sus lujos fueron la disciplina táctica y cierto coraje a la hora de defenderse de las embestidas enemigas. Quizás, porque no esperó nada recibió mucho. Pero es más verosímil pensar que peleó con ahínco por cada bocado que se llevó a la boca. Acostumbrada a servirle la sopa (a tantos ingratos) en esta mesa alemana, Ecuador, fue esta vez, parte de ella.

Paraguay, la otra selección sudamericana, llegó a la fiesta vulgarmente vestida. Nunca descubrió su lugar en esa cumbre del balompié, su presencia pasó casi desapercibida. No expuso ni dispuso de credenciales futbolísticas valederas para ser parte de la misma. Se rindió casi sin lucha y salió por la indecorosa - para una selección de su calibre -, puerta de servicio.

Un grupo de ignotos equipos africanos le puso música y colorido a la fiesta alemana. Nadie esperaba nada serio de sus representaciones, sólo que divirtieran a los selectos comensales. Uno de esos “alegres compadres” (Ghana) pretendió quedarse, pero los otros se apresuraron a mostrarle las cartas marcadas, la puerta de calle y el camino al aeropuerto. “Volveré y seré millones”, fue su grito de guerra en la retirada.

“Ciego a las culpas el destino – dice Borges – suele ser implacable hasta con las mínimas distracciones”; un parpadeo de la defensa Alemana, cuando el partido agonizaba, e Italia, la más aburrida dama de esta fiesta planetaria, recibió la última información. Grosso y Del Piero despidieron al ritmo de la tarantela napolitana a un correcto público que se fue masticando dolor, impotencia y llanto del estadio de Dortmund. “Tanto nadar para morir en la orilla”, se lamentó un hincha germano lleno de sueños, de lágrimas y de cervezas. La “scuadra azurra” le mostró el “way out” a una selección alemana que, por momentos, la llegó a inquietar, pero que careció de ideas en el acto final de este reality balompédico que había planeado y organizado.

Portugal, la tierra de los fados de Amelia Rodríguez, la de las letras de José Saramago, la de los poemas de Fernando Pessoa bebió la cicuta de la derrota en su enfrentamiento, de semifinales, con Francia, cuya figura Zidane, nos brindó un “bonus track” de fútbol, talento y calidad.

Cae el telón de un evento en el que la mayoría de los invitados, ya en sus países, observarán el desenlace por televisión. Solo quedan italianos y franceses para disputarse, en una contienda final de ribetes mágicos, a la mujer más linda y deseada de la fiesta: la Copa del Mundo Alemania 2006.

¿Mujer, qué mar sería capaz de no llorarte?