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El fútbol en busca de la belleza perdida

Para muchos la eficacia puede ser muy importante, pero en el fondo los futbolistas aspiran a la perfección, a la belleza. "No hay que morirse sin intentar jugar como España", dijo Esteban Cambiasso el otro día.

Alianza BBC
Raúl Fain Binda (Blogger BBC Mundo)
6 de septiembre de 2010

El internacional argentino no dio mucha importancia a la frase, una más entre las declaraciones de compromiso antes del amistoso Argentina-España, pero no cabe duda de que está destinada a marcar una época, dure lo que dure.

España, esta España, aspira a la belleza, en una época en que hasta los brasileños dan la impresión de haber renunciado a ella.

Hasta hace muy poco tiempo prevalecía una visión pesimista del juego: que la potencia, el atleticismo, la velocidad de los futbolistas actuales, hacían virtualmente imposible el juego atildado de la época clásica.

Y en vez de adaptar la norma clásica a las nuevas condiciones, la mayoría de los técnicos la apartaron... hasta que una conjunción de talento y circunstancia le dio una nueva oportunidad, primero en el Barsa y luego en el equipo español.

Ahora, Cambiasso nos recuerda que, en el fondo, muchos futbolistas aspiran a la perfección; es cierto que veneran la eficacia como a un dios menor, que les pone la comida en la boca, pero en el fondo adoran a la belleza.

Muy pocos esperan encontrar temperamentos artísticos en los vestuarios deportivos, pero lo cierto es que allí se los encuentra en proporción similar a cualquier Facultad de Filosofía.

Es obvio que Cambiasso, lo sepa él o no, tiene un temperamento artístico, en el sentido de que ama la belleza y aspira a regir su conducta por sus cánones.

El escritor checo Milan Kundera, en un pasaje de La insoportable levedad del ser, sostiene que "sin saberlo, el hombre compone su vida de acuerdo con las leyes de la belleza, aun en los momentos de más profunda desesperación".

Y en Internet encontramos una frase atribuida a un personaje del mundo del fútbol, Jorge Valdano, a quien Ibrahimovic calificaría de filósofo: "Ganar queremos todos, pero sólo los mediocres no aspiran a la belleza."

Kundera se estaba refiriendo al destino de Ana Karenina, el personaje de Tolstoy, mientras que Valdano comentaba algo menos elevado, a nivel del suelo, pero la intención es la misma en los dos casos.

El ámbito natural de Kundera es el claustro universitario, el de Valdano el vestuario deportivo, pero ambos comparten el mismo respeto por la belleza.

Igual que Cambiasso, que no tiene tanta labia pero sabe exactamente qué le gusta.

Lo interesante es que esta reivindicación de la belleza, como el principal canon del juego asociado del fútbol, se da en vísperas de un amistoso entre equipos que han seguido trayectorias divergentes en este sentido.

España llega a la belleza desde la furia, del galope desbocado, mientras que Argentina, cuya tradición es una de las más impecables, ha estado vacilando durante varias décadas entre los extremos representados por Menotti y Bilardo.
Esta dicotomía, este desgarramiento entre menottistas y bilardistas, todavía cruza como un tajo al fútbol argentino.

La fugaz presencia de Maradona ha sido irrelevante en este sentido, porque el hombre, genial como jugador, es incapaz como técnico y no mucho mejor como conductor de grupos.

Ya se sabe que para alcanzar la belleza no es suficiente proponérselo: también hace falta talento y trabajo.

Argentina tiene el talento (caramba, tiene a Messi) pero le queda mucho trabajo por delante.

Sergio Batista, el nuevo seleccionador (interino: los graciosos dicen que si las cosas le salen bien alguien le echará una zancadilla), dice que a España no hay que copiarle el juego, sino el proyecto.

Es lo que debe decir un técnico interino: hablar de "proyecto" implica la permanencia del conductor por un lapso más o menos prolongado, sin que se lo juzgue por los tropiezos... igual que ocurrió con el español Luis Aragonés.

(Ahora apenas se recuerda que el trabajo de Aragonés fue ridiculizado por muchos de los admiradores más entusiastas del seleccionado español.)

Pero al margen de esto, Batista tiene razón.

El problema de la belleza es su fugacidad. "Es insoportable porque sólo nos da por un minuto el atisbo de la eternidad", decía un guardavallas famoso, Albert Camus.

La advertencia de Camus es saludable: nos está diciendo que la belleza sólo nos puede rozar, que nunca se quedará con nosotros.

Pero vale la pena reconocer su presencia y tratar de disfrutarla, como quiere Cambiasso, antes de morirnos.

Siempre recuerdo a un profesor de matemáticas que trataba (en vano) de transmitirme su pasión por el álgebra: "Es perfecta, como la belleza y la verdad", decía.

Yo no lo entendía, entonces. Valdano, Camus y Cambiasso lo habrían captado de inmediato.