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EL TOUR DEL CAOS

Los escándalos en el Tour de Francia marcan el punto más bajo de esta competencia en muchos años.

31 de agosto de 1998

Ningún evento deportivo había provocado tanta conmoción como el Tour de Francia que terminó este domingo. Los escándalos que rodearon otros grandes certámenes deportivos, como el dopaje de Ben Johnson en los Olímpicos de Seúl en 1988, o la expulsión de Diego Armando Maradona del mundial de fútbol en 1994, palidecieron frente a la última edición de la competencia ciclística más importante del mundo.
Difícil imaginar algo parecido: registros policiales masivos, multitudinarias protestas de los ciclistas, retención del personal de los equipos en hoteles, interrogatorios en comisarías, encarcelamientos y etapas anuladas fueron tan sólo algunos de los ingredientes del que ha sido calificado con razón como el peor tour de la historia.
Hasta el jueves de la semana pasada, seis de los 21 equipos que empezaron la vuelta se habían retirado y tan sólo 103 de los 189 ciclistas que la comenzaron permanecían en competencia. Las grandes figuras y sus equipos abandonaron la prueba en desbandada, en medio de las protestas y el asombro general. Se fueron el campeón del año pasado, el alemán Jan Ullrich; el danés Bjarne Riis, campeón de 1996, y Laurent Jalabert, primero en la clasificación mundial de la Unión Ciclística Internacional (UCI), entre otros nombres ilustres.
El responsable de semejante caos no fue otro que un viejo conocido de este evento: el doping. Lo que comenzó con la expulsión del equipo Festina y el encarcelamiento de varios de sus miembros por el uso de sustancias prohibidas, terminó con media docena de detenidos y el desenmascaramiento del gigantesco problema de drogas ilícitas en el ciclismo.
Para nadie era un secreto que en las grandes pruebas ciclísticas _incluido el tour_, el doping es una práctica habitual. Pero no se contaba con que en esta ocasión la policía francesa y la UCI hicieran controles tan severos, con los resultados ya conocidos. No muchos sabían que en Francia una nueva ley convirtió el doping en un delito penal, y que lo que antes se castigaba con una simple sanción deportiva ahora se paga con cárcel.
Eso explica las desproporcionadas protestas de los ciclistas, que alegaban ser tratados como criminales, y el alto índice de deserción de equipos y corredores a medida que se extendían las requisas policiales. No pocos comenzaron a darse cuenta de que tenían 'rabo de paja'. Y al final la gran cantidad de sustancias ilícitas encontradas en varios equipos terminó por darles la razón a los operativos policiales.
Nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar de ahora en adelante. La mayoría de los equipos anunciaron que no participarán en el próximo tour. El presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch, ha dicho que para evitar hechos como los de esta edición lo mejor es permitir ciertos estimulantes que no afecten la salud de los deportistas, como una forma de controlar el doping.
Mientras tanto, los organizadores de la competencia ven impotentes cómo se derrumba la imagen de la prueba más importante del mundo. Lo cierto del caso es que este tour dejó al descubierto una gran verdad: el doping se tomó al ciclismo y pocos saben cómo enfrentar esta realidad que durante años fue encubierta gracias a la laxitud de los castigos.